Por Lucía Rennella

–¿Cómo fue tu experiencia con la filosofía cuando estabas en la cárcel?
–En la cárcel me di cuenta de que Alberto Sarlo, nuestro tallerista, explicaba la filosofía de manera muy técnica, muy académica, cuando los pibes no sabían ni leer ni escribir. No le entendían no porque fuese un mal profesor, sino porque era de otro mundo. Entonces tuve que buscar una forma de llevarles la filosofía tirándola a la calle, al barro, para enseñarla con palabras de la esquina y de la cárcel. Empecé a mirar videos de un par de raperos que se hacían los mafiosos. Pensaba: “Estos giles no saben cuántas balas lleva un fusil ni lo que es romper el piso de un pabellón para bajar a la madrugada encapuchado con lanza para robarles a todos los presos como un golpe de Estado”.

–¿Y qué hiciste?
–Un día los llamé a todos: “¡Eh, pabellón, pabellón!”. Así se grita cuando alguien pide justicia: si a la media hora no se resuelve, empezamos a las puñaladas. Aproveché la tensión del momento y les dije: “¿Les conté que vamos a ser famosos?”. Todos me miraron como si estuviese loco. “Sí, boludos, acuérdense de mí, vamos a ser famosos de alguna manera u otra, en el ámbito del arte, de la cultura o de la contracultura“. Les conté que no era más chorro, que era escritor. “Pero tranquilos, que sigo peleando con faca.” Cuando tenía su atención empecé a rapear: “Mafiosos de ficción, mienten por la filmación, le cantan al dinero, a los patines y al matón; andan de la mano del mercado barato, miran de costado y no tienen un balazo”, cuando yo tengo un tiro en la cabeza, dos en la panza, otros dos en la pierna y uno en la espalda. Ahí empecé a hacer hip-hop para que les llegue el mensaje. Empecé así, por el morbo, y una vez que los tenía atrapados, metía filosofía.

–¿Por qué hip-hop?
–Porque, ¿cómo le podía explicar a un chabón que está con perpetua, que es un salvaje, quién es René Descartes? ¡Uno hasta me preguntó si era una pistola! Y haciéndome el mafioso, que un poco me gustaba, tiraba estrofa: “Encarcelado, sable en mano, ojo rabioso, drogado, borracho, cosificado: metan cultura para el ganado”. Me preguntaban “¿y eso qué es?”. “Es filosofía, boludo: Foucault, el pluralismo, el ganado, las vacas… El ganado somos nosotros.” Después, cuando nos preguntaban qué éramos, respondían “cosificados”, y me miraban. Ahí me di cuenta: esto es política. Esto es política, no es más un pabellón.

–¿Cómo repercute la posibilidad de reflexión en la vida de un preso?
–A partir de los encuentros empecé a ver videos de la Revolución Cubana, del feminismo. Empecé a cuestionarlo todo: me rompió la cabeza. Me di cuenta de que la pobreza y la riqueza no son metafísicas, son reales, pero también psicológicas. Si yo ahora voy a cualquier villa y me preguntan de qué trabajo, digo que soy poeta. Pero cuando le pregunto al otro, me dice que es pobre, que es villero. ¿Y por qué soy poeta? Porque la razón subvierte la realidad y sólo una mente alimentada es capaz de hacerlo. Si no uno siempre es, como dijo Jean-Paul Sartre, “lo que hicieron de él”. Ahí pensé qué hicieron de mí. Un hijo de puta, eso es lo que el sistema quería de mí, pero acá me tiene: poeta, escritor, profesor de boxeo. Edgar Allan Poe dijo que “no hay un lugar donde no exista un genio”, y no puso entre paréntesis “salvo entre los presos”. Me di cuenta de que yo también era un genio. Golpeé la pared a mi compañero de al lado de la celda y le dije: “¿Sabías que vos también sos un genio?”.

–¿Eh? ¿Por qué?

–Y porque sí, porque lo dijo Edgar Allan Poe: no hay un lugar donde no exista un genio. Y no tenemos que ser escritores. Capaz vos cantás bien, bailás bien…

–Sí! ¡Yo bailo, boludo!

–Y yo toco la guitarra.

–A ver, tocá. Y vos, tirate un baile .

Así todos se dieron cuenta de que podían hacer algo y que no había que comprar que somos chorros, que somos malos, basuras, hijos de puta. No. Que no teníamos que comprar más que el pobre tiene que ser chorro y que los ricos son malos. Así les enseñé Descartes: “Pienso y luego existo”. Y cuando volvió Alberto, le dijimos que éramos libres. “¿Y por qué son libres?”, nos preguntó. “Porque no somos ni presos ni chorros. Porque somos lo que se nos canta“.

–¿Cómo te llevás con la política?
–Mientras yo me tiro piedras con vos por Macri o Cristina, en la calle se están cagando de hambre, los pibes se siguen muriendo antes de los 16 años y la gente por necesidad se vuelve chorra. Me rebelo cuando vienen a hablarme de fanatismo, porque la cultura no tiene bandera política. En medio del carnaval de discusiones, el pobre sigue siendo pobre. Entonces yo voy al sistema, a donde está el cuco, a donde está el mal de pasión. Yo soy tallerista del área carcelaria del Ministerio de Justicia, y me encanta porque ahora estoy en el sistema y al poder se lo cambia desde adentro.

–¿Y en las villas?
Al pibe de la villa hay que darle cultura porque con conciencia de clase va a poder pensar al sistema desde la villa, y así va a poder ser una cosa distinta de lo que el Estado quiere. Puede ser campeón de boxeo, cantante, artista plástico o lo que sea, porque nadie nos puede decir que no hay lugar donde no haya un genio. Todos somos genios pero tenemos que tener los recursos y las herramientas, y son el sistema y el Estado los que nos tienen que dar nuestros derechos. Así nos ahorramos otro pibe más verdugueado por el sistema.

–¿Cómo preparás las clases?
–Como la cárcel está llena de sufrimiento y prejuicios, me enfoco en lo que al grupo más le está doliendo. Hay que ser crudo y directo porque el hombre, en algún punto, tiene que sufrir. Además, si no encaro por lo existencial, no les pasa nada. Ellos llevan una vida muy pasiva, entonces laburo con la conciencia, desde la autocrítica y lo existencial. Les digo: “Sos chorro, estás preso, ya ni robás porque estás en cana, vendiste las llantas para pagarle al abogado y ahora estás durmiendo en un baño”. Pero, ¿sabés qué hago para no ser tan hiriente? Me acuerdo de mis propios monólogos. Cuando estaba en la celda pensaba: “Me hago el chorro y duermo en un baño. Me hago el chorro y tengo que pedir permiso para salir y respirar”. Me hacía el chorro y para ver la luna tenía que esperar a los viernes, que estaba más corrida a la izquierda y recién ahí la llegaba ver. “¿Por qué yo, que soy chorro, no puedo mirar ni una luna, loco?”. Pensaba que a mi mamá le tenían que bajar la bombacha para entrar y que al que la revisaba lo quería cagar a puñaladas. “Pero la revisan porque estoy en cana; porque me pensaron como chorro y yo actué como tal. Y ahora ya no quiero ser más chorro. Porque quiero poder ver la luna, porque no quiero que le bajen más la bombacha a mi mamá y porque no quiero más querer cagar a puñaladas a otro pibe. Ese pibe también es víctima del sistema, y no quiero más que nos matemos entre pobres.”

–¿Cómo los interpelás?
–Con mi ejemplo, con mi historia de vida. Les muestro que si yo pude, ellos pueden. “Si yo tenía menos visitas que vos, y encima vos sos más rubio y yo soy más negro. Si yo pude más o menos hacer algo, vos hacés la Matrix.” Se cagan de risa. O digo que vengo a enseñar filosofía, pero también boxeo y pum, los enganché. Porque todos son peleadores. “Y si fueran campeones del mundo y tuvieran mucha plata, ¿a quién votarían?”. Los vuelvo a cagar porque entro con la política. “Levante la mano quién tira con pistola”, y levantan todos. “Levante la mano quién es mafia”, y otra vez todos. “Entonces no estoy en el lugar equivocado”, se ríen, y empezamos la clase. Así les voy ganando el corazón y la empatía. Sobre todo la empatía.

¿Qué es lo primero que hacés frente a ellos?
–Lo primero que hago es abrazarlos, preguntarles por sus familias, sus hijos. Antes de la filosofía cuántica y la filosofía no-sé-qué, los escucho, veo cómo puedo ayudarlos desde el Ministerio, tomamos unos mates. Porque vamos a hablar de conciencia crítica, de conciencia de clase, de quiénes somos y para qué estamos en este mundo, no sólo de filosofía.

–¿Por qué creés que funciona? ¿Cómo les llega tu mensaje?
–Acá el tema es dejarse ayudar. A mí me sensibilizaron los libros. Lloré con “Mi planta de naranja lima”. Me impresioné mucho, me di cuenta de que era una persona que tenía sentimientos. Yo no lo sabía. Pensaba que se mataba, se cazaba y se comía. Entonces sé que ayuda cuando se enseña sin moral pero con el corazón en la mano y la empatía. Y con filosofía, porque al fin y al cabo la razón fabrica monstruos y cárceles y los libros, sabiduría.

–¿Lo hacés para que puedan reinsertarse en la sociedad o simplemente para enseñar?
–Voy para convencerlos de que tengan la faca, pero bien guardada para casos de emergencia. Les llevo películas de mafiosos y les muestro que todos los mafiosos saben leer y escribir. Entonces les enseño que la filosofía te ayuda a pensar y luego a existir. Te humaniza. Porque ningún pibe nace chorro. La cárcel no sirve, no te reinserta. Yo, por ejemplo, nunca había tenido DNI, ni siquiera estaba insertado. Hay que insertar, no reinsertar.

–¿Cuál fue tu punto quiebre?
–Desde la conciencia crítica, desde el dolor, dije “basta, no quiero más esta vida de mierda”. Yo no soñaba con este sistema machista, opresor y oportunista. Cuando era chico les ponía pasto a los camellos. Todos les pusimos pasto a los camellos. Con zapatillas más baratas o más caras, todos fuimos niñes inocentes con sueños. Y después el sistema nos fue haciendo mierda. Entonces, ¿hasta cuándo pienso regalarle mi juventud al Estado? Me sacaron un ojo, me echaron agua con las mangueras de incendio en pleno inverno, dormí desnudo sin sabanas ni colchón, me pegaron por las mañanas con palos para quebrarme y que no robe más, para que me muera pobre y chorro, por hijo de puta. Me cansé de ver a los guardias juntando a pibes que saben que no los pueden juntar y filmándolos con el celular para ver quién gana con la faca. Y se matan. Y cuando están en el piso, les tiran tiros ya muertos.

–¿No te da impotencia saber que hay un montón de Carlos Mena en cada cárcel?
–Yo tengo un rol en esta vida: la historia la hacen los vencedores, nunca los vencidos, entonces ahí voy, a contar los grandes relatos, porque ahora la contamos nosotros, los sobrevivientes del sistema opresor. Ahora la cuento yo, y estoy tan contento por eso. Mientras tenga vida, voy a buscar luz entre los pibes y las pibas que están ahí, en el medio del desierto del rechazo social.