Por Malena del Campo
Juan Cabral no encuentra la llave. Deja el lampazo con el que limpiaba el estudio de grabación y, con serenidad, sabiendo que tarde o temprano la encontraría, comenta a su amigo: “Siempre me pasa“.
-¿Te fijaste si la dejaste puesta en la puerta?
-Sí, pero no está. Estaba limpiando el estudio, nunca entré a mi casa.
Cabral intenta quitarle dramatismo a la búsqueda: “¡Que discazo este!“. Su amigo asiente, aceptando el cumplido con una mirada fraternal.
De fondo sonaba Joe Bonamassa, mostrando sus virtudes de guitarrista con un punteo magnífico. Juan sabe de eso, ejecuta el mismo instrumento en la banda de rock barrial Ojos Locos desde el comienzo, allá por el 2002, y en Metamono desde hace 7 años.
Sus padres son médicos, estudiosos e intelectuales, pero no sólo se han nutrido de textos académicos, también son unos fervientes consumidores del arte en todas sus formas y lograron influenciar a sus hijos con sus gustos. La infancia de los hermanos Cabral estuvo marcada por visitas a museos, libros y The Beatles. “Todo eso me formó un gusto; te vas dando cuenta de qué está bien y qué está mal”, dice Juan. Este hombre alto y delgado no es una persona sin fe: reconoce la existencia de un ser superior pero sin refugiarse en ningún paradigma, practica su propia religión que es hacer música.
El guitarrista y compositor nació el 18 de octubre de 1985 en Villa Sarmiento. “Siempre se dice que mi hermano y yo nacimos como somos en la vida: él rápido, yo con un dolor punzante. La hice padecer a mi mamá”, admite el hijo mayor.
Juan comenzó con el piano pero la crisis de 2001 imposibilitó que los padres pudieran continuar pagándole las clases particulares. Entonces adoptó una guitarra criolla y se hizo autodidacta. Cuando tenía 16 años decidieron regalarle una guitarra eléctrica, pero su primer contacto con el instrumento no fue el mejor: “Intentaba hacerla sonar y se escuchaba muy mal, no entendía el funcionamiento, fue caótico”.
Las tardes enteras que Cabral dedicó a la práctica con la guitarra vieron sus frutos cuando decidió encarar su primer proyecto formal. Ojos Locos se formó en el 2003 y con apenas seis meses de trayectoria decidieron grabar su primer demo. Vivían en una vorágine deliciosa, desafiando el tiempo y las normas. “Al principio me enojé mucho con eso de hacer todo rápido, pero después me di cuenta de que aunque uno tenga tiempo no va a actuar distinto, somos hijos del rigor”, dice Juan. Es reflexivo e idealista, y se hace cargo de cada palabra que esboza sin corregirse.
Tres años más tarde esa misma guitarra lo acompañó a dar el show más importante de su vida. Era 30 de diciembre de 2004, Ojos Locos se presentó como telonero de Callejeros en el boliche República de Cromañón. Una bengala provocó un incendio que acabó con 194 vidas.
“El trauma de aquella noche fue como un apagado de cerebro, no lloré. Fue un período de nada”, dice Cabral, que prefiere no remitirse a lo vivido aquella noche. No sólo por el recuerdo de los que no están, sino porque se trata de un pacto con la banda. Dieron una nota y no volvieron a hablar más del tema. Fiel a la amistad y con la lealtad como bandera, sabe que el silencio es más poderoso que cualquier detalle.
“Nuestro silencio no significa que no tengamos opinión, criterio o compromiso. Es solo que todo esto lo canalizamos a través de otros lugares o formas”, sostiene Martín Martínez, cantante de Ojos Locos. Juan pensó que no iba a volver a tocar la guitarra, pero su necesidad de expresarse fue muy fuerte y comenzó a perfeccionarse aún más, estudiando guitarra flamenca, canto indio y percusión. Para complementar se recibió de sonidista. El diploma indica que Juan Cabral se graduó el 30 de diciembre de 2008.
“Yo le doy siempre para adelante, pase lo que pase nunca freno”, admite Cabral. Y sentencia: “Estoy donde quiero estar”.
Desde su estudio de grabación en Villa Real, Juan busca y encuentra la llave. Mira con sus enormes ojos negros a su amigo y, con una gran sonrisa, le abre la puerta.