Por Agostina Liotta

Lo único que pensé fue ‘esto no puede pasar’; al día siguiente era año nuevo y no me podía morir, no le podía hacer eso a mi mamá“. Eso pasaba por la cabeza de Gustavo Pascual, sobreviviente de la tragedia de Cromañon, la madrugada del viernes 31 de diciembre de 2004.

Un día de calor hace diez años, a Gustavo y Florencia, que eran pareja, los esperaba un destino conocido: Cromañón. Esa noche, mientras tocaba la banda soporte de Callejeros, Ojos Locos, se tiraron muchas bengalas. Al terminar el recital, Omar Chabán, dueño del lugar, pidió al público de mala manera que dejara de prender bengalas porque si el lugar se prendía fuego, iba a pasar lo mismo que en la “masacre de Paraguay”.

Los presentes se ofendieron por los malos tratos de Chabán, le tiraron petardos y lo insultaron. Al rato tocó Callejeros. Sonaron 30 segundos del primer tema y se empezó a prender fuego la media sombra, justo a la altura en que se encontraba la pareja junto a algunos de sus amigos. Pascual agarró de los hombros a su novia y fueron hacia la planta baja. Al llegar se cortó la luz y sintieron el calor del fuego en las espaldas.

Era una montaña de gente queriendo salir”. Pascual tenía abrazada a su novia, que respiraba al interior de su remera mientras le decía a él que hiciera lo mismo. Pero el joven no podía separar los brazos por la presión de tanta gente. Pasaban los segundos y el fuego de la media sombra se hacía cada vez más grande.

Gustavo fue rescatado por un chico pero su novia estaba “arriba de una montaña de gente”, dentro de Cromañón. Gustavo intentó rescatarla pero no lograba llegar a ella por la cantidad de personas tiradas en el piso con las que se topaba a su paso. Entonces primero sacó a otros. Así, y con la ayuda de un joven, finalmente logró llevarla a la calle.

Habían perdido algunas de sus pertenencias, entre ellas una riñonera. Pascual la encontró luego, cuando volvió a la puerta de Cromañón para ayudar a los que seguían atrapados. Afuera las ambulancias no daban abasto, la policía no quería entrar, todo era un verdadero caos. La pareja intentó comunicarse con los amigos que también habían ido al recital pero no hubo respuesta. Luego de una hora decidieron marcharse.

Gustavo perdió a una de sus amigas en la tragedia, Jacqueline Santillán. Le quedó culpa de no haber podido rescatarla, y desde ese entonces hace tratamientos psicológicos que dejó varias veces pero siempre retoma porque le hacen bien. “Yo no creía en los psicólogos hasta que pasó Cromañón y tuve que ir”, afirma hoy el sobreviviente.

SEGUNDA OPORTUNIDAD

Cromañón me hizo madurar lo que no había madurado hasta ese entonces, pero igual soy bastante infantil”, opina de sí mismo Gustavo Pascual, un hombre de cuarenta años con espíritu un poco adolescente. Apodado Pasky por sus amigos, es fanático de los recitales de música nacional. A la banda Callejeros la seguía desde mucho antes de que se produjera la tragedia de Cromañón, y aún lo hace.

Pascual junto a Patricio Fontanet, cantante de Callejeros

Vive en Flores y es bastante sociable; le gusta tener contacto con la gente y conocer personas nuevas. Tiene trece tatuajes, entre ellos cuatro de Callejeros y cuatro de otro de sus grandes amores: River Plate, equipo al que acompaña siempre yendo a la cancha. Ahora está feliz por el momento que está pasando el club.

En la actualidad trabaja en algunos boliches. Sin embargo, después de que ocurriera la tragedia estuvo casi un año sin ir a discotecas, recitales, canchas y otros lugares que solía frecuentar. No le gustaba salir de su casa, tenía miedo y siempre recordaba la madrugada del 31 de diciembre de 2004. Pero gracias a la terapia y el apoyo de su familia y amigos pudo salir adelante.

Antes de Cromañón se creía “inmortal, pensaba que nunca le iba a pasar nada. No sabe por qué está vivo, si fue obra del destino o decisión de Dios. Lo único que sabe es que tiene que aprovechar esta segunda oportunidad de vida.