Por  C. González Kuclik, F. Antonietti, L. Trabanco y C. Ortega Banegas

Un “hombre violento”  puede recibir tratamiento en tanto y en cuanto haya conciencia y registro de las disfuncionalidades y situaciones que las producen, pero el control total de un agresor es complicado. La mente humana es un universo que aún no se termina de comprender.

Como explican los especialistas, las terapias están orientadas, más bien, a la transformación de ciertos aspectos: el control de la ira, el cambio de ciertas creencias disfuncionales, como la “posesión” por sobre la mujer o los celos enfermizos. Un proceso de este tipo debe incluir, no solo a quien manifiesta la violencia, si no a la familia y al ambiente al cual pertenece. Si esta condición no existe, es poca o nula la posibilidad de rehabilitar a un agresor.

Factores

Lucila Casabella, psicóloga especializada en violencia de género, visualiza que, dentro de los factores que pueden influir en la mente de un posible agresor, se encuentran los determinantes biológicos y los condicionantes ambientales. Entre los primeros, figuran las llamadas “caracteropatías”, o trastornos de personalidad, aunque muy pocos las sufren en su tipo puro. Por ejemplo, una persona con esquizofrenia puede cometer un acto de violencia de género como consecuencia de un acto de locura que incluye otros actos de violencia.

Por otra parte, las formas de crianza inciden desde lo ambiental. Personas que vivieron violencia intrafamiliar o crecieron en entornos agresivos pueden estar más condicionados a repetir actitudes violentas en su hogar. También puede producirse por trastornos en las funciones de apego si en las etapas tempranas faltaron los cuidados mínimos, materiales, afectivos, sociales y culturales para dar felicidad, seguridad y contención. La mayoría de las veces, estos adultos carenciados tratan de reparar el impacto traumático en las relaciones que establecen con los otros, estableciendo una relación de cosificación, un “objeto de reparación” más que un sujeto con quien puede relacionarse saludablemente, compartir y acompañar.

Complicidades

Existen, a su vez, determinantes sociales o culturales, elementos hacia el interior de las familias que le son propios o de la comunidad en la que está inmersas. Permanecen constantes a través de generaciones, en los discursos o relatos, y apuntalan el carácter patriarcal y “machista” de la sociedad.

Los medios son parte importante en la construcción de estereotipos, que generan modalidades relacionales y vinculares con los objetos y las personas. Esto también sucede respecto a la vestimenta, la actividad laboral, las actividades recreativas, la alimentación, el concepto de belleza, lo relativo a lo masculino-viril y a lo femenino. Se crea una idea de lo que le “corresponde” a la mujer y al hombre.

Graciela Silvia Biagini, socióloga e investigadora del Instituto Gino Germani, explica que, en una sociedad capitalista donde “uno vale lo que tiene”, cuando un hombre pierde su empleo, se generan mayormente situaciones donde él se desquita con su círculo más cercano. Muchas veces, los casos donde la mujer se anima a denunciar terminan en femicidio, ya que el hombre violento lo interpreta como una actitud desafiante donde su mujer deja de ser un objeto.

Ahora es más intolerable la violencia de género. Por eso, se hace más visible. Antes se ocultaba. De alguna manera, la mujer está más empoderada”, afirma la socióloga. Biagini añade que muchas de estas situaciones de frustración del hombre agresor están ligadas al incremento del nivel educativo de las mujeres durante los últimos 50 años. Se han profesionalizado y han buscado empleo, generando así una independencia que las ha llevado, en algunos casos, a ganar más dinero que sus maridos. Esto ha derivado en un motivo más de violencia por parte del agresor.

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Alicia Rodenas, una estudiante de 17 años española, interpretó el poema de Ro de la Torre titulado ¡Qué niña tan bonita! (2015) en el corto Ahora o nunca (2017).