Berenice Macció

“‘Vamos a ver qué oportunidad tenemos con una mujer.’ Así me miraban al principio”, recuerda Romina Gisela Romano, supervisora de cuadrillas eléctricas y de servicios generales en Arteco S.A., en referencia a la desestimación del dueño de la empresa y de sus compañeros y a las posibilidades de progreso laboral en un lugar dominado por el género masculino.

 

Romano, de 35 años, se recibió de abogada en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora hace mucho tiempo. Sin embargo, no ejerce su profesión y, sin tener una formación específica, ingresó en Arteco (Arquitectura, Tendido y Construcción) como administrativa en 2015. Hoy, supervisa las cuadrillas eléctricas y de servicios generales, que cumplen una función de asistencia en las obras, como entregarles a las de servicios eléctricos los elementos necesarios para trabajar, cargar y descargar los camiones, además de ayudar a las cuadrillas de zanjeo y construcción y pintar las vallas.

“Con el paso del tiempo, por las fallas que notaba en las supervisiones de algunos compañeros, fui metiéndome en las obras y, como el dueño vio mi capacidad, me dejó hacerlo”, cuenta. Romano estaba disconforme con la forma en la que vigilaban la seguridad de los empleados. Aprendió su actual trabajo con la ayuda de sus ahora colegas y de los jefes de las obras. Controla que los trabajadores estén “resguardados”, que tengan la ropa y los accesorios adecuados, como cascos, protectores oculares, guantes y botines; y vigila los vallados, por ejemplo, con el objetivo de evitar canalizaciones peligrosas.

Romano aseguró que demostrar su interés y su potencial como supervisora y llevarlo adelante le costaron “mucho esfuerzo”, no sólo por la subestimación del dueño y de compañeros, sino también por ser madre. “Tengo dos hijas, una de 16 y otra de tres. Es complicado porque soy mamá soltera. El cuidado de las nenas es difícil y necesito trabajar”, resumió. La supervisora añadió que no tiene el “mejor” trabajo en cuanto a la disponibilidad para dividir sus tiempos laborales y personales, pero destacó que está “bien pago” y sus hijas y ella lo necesitan. Explicó que hoy, como supervisora y empleada a cargo de toma de decisiones relativas a la organización y la estructura de la empresa, como la selección de personal, puede interrumpir sus labores para asistir a un acto escolar de sus hijas o llevarlas a Arteco.

Cuando surge una emergencia en una obra, Romano se retira antes que sus compañeros, que saben que tiene una familia y una casa que atender. Suele supervisar obras “céntricas” y, sin intención de discriminar, aclaró: “Por eventuales riesgos y mi condición de mujer, no voy a obras cercanas a una villa”.

La supervisora, que hizo hincapié en su carácter como clave para sus logros, finalizó: “Ahora, me reconocen como líder, y me lo hacen sentir con afecto y respeto. Ya no soy ‘una piba’, como solían llamarme de manera despectiva”.