Por Sabrina Lopardo Chemen

Cinco minutos de una desesperación organizada. Las luces se cortan y automáticamente todos los enfermeros van con los pacientes que necesitan de un respirador. Durante el tiempo que tarda en conectarse la energía de emergencia que permite a los aparatos volver a funcionar, mediante un ambú –una especie de pelota de rugby vacía y de plástico, conectada a tubos de oxígeno portátil–, el personal del Sanatorio Julio Méndez, un establecimiento de alta complejidad del barrio de Flores, asiste manualmente a los pacientes que requieren ayuda para respirar.

1, 2, 3, aprieto. 1, 2, 3, aprieto. Así hasta que un compañero suplanta a otro o hasta que vuelva la electricidad. Cada enfermero con un paciente diferente. No se puede parar. Cada tres segundos hay que “ambusear”.

El domingo 16 de junio de 2019 a las 7.07, durante el primer apagón en la totalidad del territorio nacional en simultáneo, enfermeros de toda la Argentina, parte de Uruguay, Paraguay, Brasil y Chile mantuvieron manualmente con vida a todos los pacientes que requerían de respiración asistida durante los minutos en que los grupos electrógenos de emergencia (si los había) tardaron en reconectarse.

Comunicado de la Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico Argentino (Cammesa):
Colapso Total del Sistema Argentino de Interconexión
16/06/19 a las 07.07

Carlos Torres, enfermero – Hospital Vélez Sarsfield

Esa mañana, por unos segundos, pacientes de todas las edades dejaron de recibir oxígeno. Las incubadoras se detuvieron y las salas de maternidad no recibieron calor. Fueron cinco segundos de una peligrosa confianza a la espera de que, luego de esos instantes de oscuridad total, los aparatos volvieran a encenderse gracias a un equipo del tamaño de un container que requiere de combustible constante.

La neonatología es una rama de la pediatría que se encarga de los primeros 28 días de vida. El día del apagón, en el Hospital Vélez Sarsfield sólo había cuatro recién nacidos. El enfermero Carlos Torres lo recuerda bien: “Se apagaron las luces y todos salimos corriendo para ir a chequear los equipos. Se reiniciaron algunas máquinas. Verificamos los respiradores. A algunos se les borraron los datos, así que mientras los estaba reconfigurando, otros compañeros suplían a las máquinas y mantenían respirando a los bebés”.

Amanda Ledezma, técnica de Laboratorio – Sanatorio Julio Méndez

Al momento del apagón, Ledezma acababa de salir de su guardia en la Clínica y Maternidad Suizo Argentina para dirigirse a su turno de 7 a 19 en el Julio Méndez, el sanatorio de la Obra Social de los Trabajadores del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. “Cuando llegamos a la avenida Córdoba y Estado de Israel empezaron a apagarse todas las luces detrás de nosotros. Parecía la película apocalíptica 2012. Se iban cayendo las luces a medida que avanzábamos”, recuerda.

En el sanatorio no se veía nada. Ni la escalera. Asustaba. Con la linterna del celular iluminé para llegar al laboratorio. A eso de las 9 fui a buscar una muestras. Cuando iba a bajar, me encontré con una paciente esperando el ascensor. ‘Mirá que no está andado bien, mejor ir por la escalera’, le dije. Cuando volví a mi puesto, vi que mis compañeros me estaban buscando. Se esparció el rumor de que había quedado encerrada en el ascensor, pero la que quedó fue la paciente. Todo el día permaneció ahí”.

El laboratorio está en el subsuelo y uno de los motores diésel que debe dar energía a las áreas críticas, también. Es posible que Héctor Albano, responsable de mantenimiento, y Ledezma se hayan cruzado. Para ese momento, Albano, junto a su equipo de seis electricistas, se dividían para realizar una maniobra que ya habían practicado: unos a controlar el tablero del motor sobre la avenida Acoyte, otros el del subsuelo.

Hasta las 14, el sector de Amanda Ledezma estuvo sin luz, porque a los generadores que tenían gasoil los estaban usando para otras áreas. Todos los empleados del laboratorio estaban sentados en una cocina del subsuelo, alumbrados por lo que llegaba de una ventana de planta baja.

El generador del Méndez sólo puede abastecer de electricidad al hospital por tres horas. “Cuando se agotó, fueron a buscar a otros lugares porque acá no había”, relata Ledezma. Dieron luz de a poco, a diferentes áreas. Primero a las más críticas, después al laboratorio, luego a la guardia. Después, volvieron a cortar todo. Teníamos un minuto de luz, dos, y se cortaba. Así estuvimos hasta que se restableció completamente. Pasaron unas siete horas.”.

Velas, linternas, celulares: durante unas siete horas, los argentinos usaron lo que tuvieron a mano para iluminarse. (Foto: Télam)


Patricia Morales – Servicio de Maternidad, Hospital Vélez Sarsfield

Para llegar a su turno de 9 a 21, Morales tiene que tomar dos colectivos y un tren. Ese día, el tramo del ferrocarril tuvo que hacerlo caminando.

Llegó un poco tarde. Comenzó su rutina sin darle importancia al corte. “Sabíamos cuál era la dimensión. Pero alrededor de las 10 nos estábamos preocupando por cómo accionar si alguna paciente se complicaba. No sabíamos hasta cuándo iba a durar el generador”, cuenta ahora.

Comunicado de Cammesa:
A las 10.45 se normalizaron 2.000 MW, sobre una demanda de 15.000 MW.

El gasoil alcanzó. Sin embargo, como sucede en gran parte de la Argentina, sin luz, no hay agua. A la 13 los bomberos se acercaron para llenar los tanques con agua no potable. “Como salía turbia, y antes de entrar al quirófano, sea por una cesárea de urgencia o una cirugía programada, las pacientes deben bañarse, tuvimos que limpiar a las mujeres y nuestras manos de otra manera. Morales colocó sobre la piel de una paciente un poco de Pervinox, alcohol en gel y alcohol líquido. Hizo lo mismo en sus manos.

A la tarde, los radiadores comenzaron a apagarse. Hacía frío, había llovido. La única luz en las tres salas de maternidad y en la guardia obstétrica era la claridad natural que se filtraba por los ventanales. Las familias de las parturientas encendieron los caloventores portátiles que habían traído de sus casas para mantener calentitos a los bebés.

A Judith González, también empleada en el hospital Vélez Sarfield, la preocupaban especialmente los dispositivos que controlan el ritmo cardíaco: “En lo que hay que estar pendiente es en el electrocardiograma que, como el desfibrilador, tiene una batería que dura, como mucho, una hora”, explica. Otro punto crítico era el estado de las vacunas: “Tienen que estar entre los 2 y los 8 grados, y el suministro que las mantiene tiene que prenderse inmediatamente. Si eso no sucede, todas las vacunas se tienen que tirar”.

Margarita Nuñez – Hospital Vélez Sarsfield

Cuando se cortó la luz, ella estaba en la puerta: “El Hospital quedó a oscuras. No hay alertas, se corta y todos corriendo en la oscuridad a atender. Algunos con una vela en mano, otros con linternas. Pero en una situación de peligro, ¿cómo hacer para comunicarse si no está disponible el teléfono?”.

No se tomó a ningún paciente nuevo. Para llegar a su casa, en Moreno, se tomó un colectivo lleno de gente. Su viaje, que suele durar una hora, ese día se extendió por cinco.

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