Por Luciana García
Oriundo de Mar del Plata y apasionado por la fotografía, Luis Molina no pasa ni un día sin hacer una foto. “Es mi cable a tierra desde que era chico. Mi papá también era fotógrafo, y siempre estoy pensando y buscando la imagen”, cuenta. Todo su tiempo fuera de su empresa constructora Emme Construcciones y de su familia, integrada por su esposa y dos hijos, pasa por ahí. Por algo fue elegido en 2020 como uno de los 100 mejores fotógrafos del mundo.
Su trayectoria abarca desde la fotografía social, deportiva y de moda, hasta la documental y periodística, que es la que más le apasiona. La publicación de sus trabajos en medios como Infobae, Télam y otros en Jujuy y Salta, así como en varios de Venezuela, Chile, China y Estados Unidos, dan muestra de ello. Sus más de 15 años de experiencia, también.
Para Molina, su oficio es una forma de expresión: “Lo que no puedo decir con palabras lo digo con una fotografía”. Miembro de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ArGRa), la Agencia de Prensa Francesa (AFP), la Asociación Civil de la Prensa Digital (Apdra) y profesor, hoy puede “elegir qué tipo de fotografía hacer”.
La constante búsqueda de lugares poco comunes, donde aparezcan situaciones y desigualdades por denunciar, le dan sentido a su profesión. Es allí donde su trabajo y acción evangélica como pastor y misionero confluyen en un mismo sitio. “He tomado fotos muy impactantes visualmente, y eso es lo que siempre quiero captar. Contar el frío, el calor, la miseria… que la gente vea a través de la fotografía. La imagen está diciendo un montón de cosas”, afirma.
Tal es su involucramiento que, por su labor documental, ha sido invitado a ser Embajador de la Paz, con nombramiento honorífico para junio o julio de 2022 en Buenos Aires, donde se reunirán más de 20 países. Detrás de cada imagen hay una historia. Es por ellas que Molina se mantiene activo y vigente en el rubro. Cueste lo que cueste.
-Podría decirse que la fotografía es un instante, un fragmento de la realidad. Sí es en base a ella que se juzgarán y recordarán los hechos, ¿qué se tiene en cuenta para que una foto sea lo más abarcativa y verídica posible?
-En realidad, la fotografía se hace con las veces que uno ha sufrido, que se ha enamorado, con la música que se escucha o con los libros leídos. Hay una parte muy espiritual dentro de la fotografía. A la hora de hacer una foto, espero el momento en el que la persona se esté expresando o esté pasando por lo que está pasando. Una vez, en Salta, había una señora que estaba reclamando justicia por su hijo en una movilización frente al municipio. Se sentó y se puso a llorar. Yo me agaché a la altura de ella y esperé a que se le cayeran las lágrimas, honestamente, para poder reflejar su sufrimiento. El que narra visualmente tiene que esperar el momento y ser sensible. Si no tenés corazón, no amás a las personas o no te gusta el arte, es muy difícil. Todo lo que he vivido es lo que me impulsa luego a hacer la fotografía. He visto a niños llorar por hambre, a madres llorar por sus hijos… Un montón de cosas me han marcado. Se ponen muchas cosas en el balance.
-Tu trabajo y religión te han acercado a distintas realidades, como las vivenciadas durante las misiones solidarias en Mozambique o en la comunidad Wichí de la localidad salteña de Dragones. ¿Qué rol tiene el fotoperiodismo en situaciones así?
-Yo amo a las personas, al ser humano y a las comunidades. Soy creyente y cristiano, creo en echar una mano al que más necesita, y la fotografía tiene un impacto social muy grande frente a ello. El año pasado hicimos dos pozos de agua para la comunidad wichí en Salta. Ahora mil personas toman agua, cuando anteriormente habían muerto más de 15 niños de desnutrición por la falta de este recurso. A través del trabajo fotográfico en la provincia, se involucró una abogada de derechos humanos, frenaron las topadoras, y hoy la comunidad tiene agua y hasta un concejal en la provincia que es wichí. En Mozambique, por ejemplo, las fotos fueron enviadas a todas las bases misioneras de África, que son 35, y se utilizaron también para folletería, para la UNESCO, y se publicaron en revistas de acción social en todo el mundo. Soy partidario de compartir el material para que la gente sea parte, porque yo solo no puedo, y generar año a año la ayuda necesaria. De la mano de la fotografía, la acción social es formidable. Si vos no mostrás a través de una foto, la gente nunca se entera de la realidad.
-Hay un texto de la escritora Susan Sontag en el que dice que “se admira a los fotógrafos sobre todo si revelan verdades ocultas o conflictos sociales no denunciados”.
-La acción social en la fotografía es eso. Uno se pone en el lugar de las personas y piensa en lo que están sufriendo. Es ver cómo podés ayudar con tus fotos. Quiero que algún día me recuerden y digan: “Luis hizo este laburo”. Estuve cerca de la muerte, traje malaria de África. Entré en coma, incluso, y me quedaron secuelas de esa enfermedad. Pero quiero hacer sí o sí mi trabajo, y la fotografía de hoy es el “ya”. También pude haber sido tiroteado, envenenado, casi secuestrado o muy censurado, aunque normalmente todo esto siempre va de la mano de la política. El “no” es “no”, pero para un reportero gráfico es un sí. A mí me dicen “no” y es peor todavía: hago todo lo que puedo hasta que me sacan la cámara. Me ha pasado con algunos políticos locales con los que he trabajado. Al ser una persona que siempre está atenta a la fotografía, he logrado fotos que a veces son muy comprometedoras para algunos. Por ese motivo, fui amenazado de muerte, no me han querido publicar o han llamado por teléfono al medio para que me bajen las fotos. Eso significa que he hecho bien mi trabajo, que mi foto ha tenido el mensaje que tenía que dar. Este tipo de cosas me generan una adrenalina que me encanta, yo estoy dispuesto a cualquier cosa.