Por J. Porta, C. Mitre, G. Abraham, C. Detinis, D. Kempner, J. Bulacio, G. Fernández Zurdo,
A. Lantier, L. Lanziano y F. Migliaccio
Diseñadora de moda, empresaria, bailarina, conductora, modelo, actriz que canta y cantante que actúa. Uruguaya como el dulce de leche, argentina como el tango, y viceversa. Perseverante, pasional y con un carisma que arrasó con las fronteras, Natalia Oreiro conquistó Europa del Este y hasta recibió la ciudadanía rusa, gracias al vínculo fuerte que construyó con ese país desde fines de los años 90, cuando se estrenó allá la telenovela “Muñeca brava”, que protagonizó con Facundo Arana. Desde entonces, Oreiro hizo varias giras por ese país, e incluso protagonizó una miniserie de televisión llamada “Al ritmo del tango”.
Los que la conocen de cerca hablan de un “plus de carisma”. Una persona enfocada suele obtener más logros en su vida profesional que quien no se centra en los objetivos y, quizás por eso, la uruguaya se autodefine en la red social Instagram como “alegre y trabajadora”.
Nacida el 19 de mayo de 1977 en el barrio del Cerro, Montevideo, Uruguay, a los 8 comenzó a estudiar teatro y, a los 12, a trabajar en publicidad. Desde los 16 años reside en Buenos Aires, donde desplegó toda su carrera. Según su familia, ya de niña era activa, sociable y movediza. Y soñaba en grande. Siempre supo que quería triunfar: “Básicamente creo en las oportunidades. Si aparecen, uno tiene que tomarlas”.
Durante 2021 grabó santa “Santa Evita”, la serie que se estrenará en 2022 por Star+, inspirada en la novela de Tomás Eloy Martínez, y en la que interpreta a Eva Perón.
—¿Cuál fue tu mayor desafío a la hora de interpretar a Evita?
—Cada personaje que interpreté ha tenido un trabajo importante y un desafío grande pero, sin duda, el mayor fue ella. Por la figura política que es, el lugar que ocupa en la Argentina y el mundo; por toda la información que hay sobre ella y lo que genera. El mayor desafío es encontrar mi propia Eva, porque vi todos los trabajos de mis otras compañeras actrices y entendí que cada una había encontrado a su Eva, que todas habían encontrado algo diferente y que, cada una en su lugar, tenía esa energía que ella tenía. Todas muy distintas entre sí, todos proyectos diferentes, pero en cada una encontré algo y me dio la confianza de decir “yo también puedo encontrar a mi Eva sin caer en el cliché de la imitación”.
—¿Cómo te preparaste para el papel?
—Trabajé durante muchos meses con una fonoaudióloga de actores para trabajar todo ese recorrido que atraviesa con su cuerpo, el deterioro que tiene en sus pocos años de vida hasta que finalmente se enferma. Representar todo ese crecimiento, desde ser una actriz en radio, a ser una actriz de cine, y luego ser una gran oradora, involucraba también todo un desgaste vocal. Era una mujer que daba siete, ocho discursos por día, que no dormía, que no se alimentaba y, finalmente, se enfermó. Eso hizo que su voz también tuviera una modificación muy fuerte. Si bien trabajé mucho sus discursos, en la serie hay sólo algunas frases o algunas partes pero se tratan más como momentos de vida. De todas formas, meterme en ese mundo me sirvió para entrar en ella y sentirla cerca.
—¿A qué otro desafío te enfrentó esa interpretación?
—El desafío mío era no juzgarla. Yo trato de no juzgar a mis personajes. Yo a Eva la amo; aprendí a amarla con todo lo que leí de ella, independientemente de la elección política y del camino político que hizo. Yo tengo otra estructura política, porque soy uruguaya, entonces para los uruguayos a veces es difícil entender el peronismo.
—¿Cómo es eso? ¿Qué es lo que, a tu entender, no entienden los uruguayos del peronismo?
—En mi caso, me cuesta entender que dentro de una misma formación política exista gente de izquierda y gente de derecha, tan extremista. El peronismo engloba muchos sectores que piensan muy distinto dentro del mismo arco político y eso es lo que me cuesta terminar de entender. No es que no entienda la base del peronismo, si no que digo: ¡cuánta gente que piensa tan diferente en un mismo lugar! Pero eso también es la sociedad; así debería funcionar la sociedad toda. Yo no soy peronista; soy socialista, pero hay muchas cosas del peronismo que me parece que están muy bien y que apoyo, y que he apoyado públicamente desde hace muchísimos años.
—¿Qué características de tu personalidad sentís que te unen a Eva?
—Me pasó que leyendo sus textos personales, cosas que ella había escrito y hablado con gente cercana, sentía que en ese lugar hubiera hecho lo mismo. Tampoco es tan difícil encontrar puntos en común con Eva, alguien a quien siempre le interesó la sociedad, la ayuda a los más necesitados, la igualdad social, y que tuvo un profundo respeto por las personas y cuyo origen es humilde. Yo también vengo de un estrato muy humilde y, cuando entendés la necesidad, sos más empático con el otro porque sabés de qué estás hablando.
—¿Cómo viviste la experiencia de interpretar a personajes tan relevantes de la Argentina como Evita y Gilda?
—Tuve la posibilidad de hacer a Eva hace muchos años para una película pero en ese momento no me animé y le dije al director que no estaba capacitada. De hecho, Evita no fue un personaje al que yo haya buscado, como sí me pasó con Gilda. Gilda era un personaje que me era cercano. Si bien tuve que trabajar muchísimo (NdeR: para la interpretación de esa cantante en la película “Gilda, no me arrepiento de este amor”), no lo hice de taquito porque yo era fan, y eso también es un riesgo porque te das cuenta que, en realidad, tenés que salir de todo eso y ponerte desde el trabajador, desde el intérprete.
—¿A qué otro personaje relevante te gustaría interpretar?
—Juana Azurduy es un personaje que siempre me gustó mucho y que en la historia no tiene el lugar que debería: el de una libertaria latinoamericana. Como aún hoy la historia es escrita por hombres, el lugar que se le ha dado a las mujeres siempre fue detrás de un hombre. Sin embargo, Juana Azurduy es un personaje que me encantaría hacer o participar de un proyecto en el que se hable de ella.
—¿Cuándo nació tu compromiso político?
—Yo iba a un liceo público en Uruguay y formaba parte de la juventud que se preocupaba por su entorno y su sociedad. Yo militaba y trataba de entender y eso me ayudó a formar una base ideológica que me acompaña hoy en día, aunque uno va modificando ciertas cosas o se va desilusionando de otras. Sin embargo, uno siempre tiene que tener una ideología, y yo al menos creo que uno debe luchar por lo que cree justo. Hoy en día sé más de la política argentina que de la uruguaya, aunque por supuesto me interesa lo que sucede en Uruguay también.
—Mencionaste que sos socialista, ¿desde cuándo?
—Vengo de una familia socialista. Mi papá lo fue; mi tía militaba en Uruguay. Fui a un liceo público y me involucraba mucho en política. Vengo del Cerro de Montevideo. No es que quiera decir con esto que todos los del Cerro sean socialistas, pero hay muchos socialistas. Entonces eso lo viví en mi familia desde muy pequeña. Nací en el 77, fui reclamada como hija de desaparecidos y, después de un estudio de filiación, quedó establecido oficialmente que yo soy hija legítima de mis padres. Bueno, diferentes cosas hicieron que en mi vida, sobre todo de adolescente, me identificara con el socialismo de Uruguay.
—Presentaste las películas “Infancia Clandestina” y “Gilda” en cárceles de mujeres, ¿cómo fueron esas experiencias?
—Muy enriquecedoras, uno aprende un montón. El hecho de estar privado de la libertad es algo que claramente no se lo deseo a nadie. Ahí había mujeres presas por distintas circunstancias, pero en la gran mayoría de los casos, por haber cometido un error que podríamos cometer todos. Gilda es una película que pegó muchísimo en la cárcel de mujeres porque, más allá de ser una mujer trabajadora, es una mujer que decide cumplir un sueño siendo madre con el prejuicio no sólo de su familia, sino también de ese mismo universo de música tropical al que quería acceder. Fue una mujer que, cuando la sociedad le cerró las puertas para cantar, decidió hacerlo en la cárcel de Caseros. Muchas se sentían identificadas con sus hijos, o con lo que les pasaba a ellas con sus propios hijos. Después del debate me llevaron a recorrer un pabellón con presas que no participaron del evento pero a las que yo quise conocer. Hay un pabellón en Ezeiza que es de chicas con problemas de adicciones y con problemas mentales. Ahí entendés, o al menos comprendés un poco más, cómo a veces la desesperación te lleva a cometer ciertos ilícitos. El límite es muy finito entre mandarte una macana grosa y terminar preso o presa.
—¿Cómo se refleja el feminismo en la cotidianeidad de la maternidad?
—Ayer le leí a mi hijo el cuento “Blancanieves” por primera vez. Él ya conocía la historia, tiene 9 años. Cuando llega el momento del beso yo le digo: ¡stop! Este es un clásico y me parece que es buenísimo hablar de los clásicos como clásicos, pero no perdamos de vista el punto de que este caballero que viene, se baja del caballo y besa a una mujer dormida, no tiene el consentimiento de esta mujer para ser besada. No se trata de cambiar los clásicos. A mí me parece que en “Blancanieves” no está bueno que el príncipe bese a una mujer cuando está dormida; aunque para mi generación y las anteriores, eso representaba un anhelo, pero cuando te concientizás al respecto, te das cuenta que no está bueno que alguien bese o sea besado de esa manera.
—¿Cómo hiciste durante los primeros años de vida de tu hijo Merlín para compatibilizar la maternidad con las giras por trabajo?
—Separarme de mi hijo me generaba mucha angustia, las mujeres aún convivimos con esa parte de culpa. Por un lado, nos debatimos entre querer seguir siendo las profesionales que éramos antes de tener un hijo y, por el otro, también queremos ser grandes madres. Estamos como en el medio, tironeando todo el tiempo entre una cosa y la otra. Se puede ser ambas, pero hay que hacer ciertas concesiones: a veces se puede, a veces no se puede, a veces se cuenta con un compañero que te acompaña y te apoya, y a veces no y todo recae en la mujer. Yo me apoyo mucho en mi compañero (NdeR: Ricardo Mollo, músico), que siempre celebró lo que yo hacía y me acompañó para que pudiera lograrlo. Sin embargo, eso no hace que el dolor que una lleva adentro duela menos. Por un lado, porque hay algo físico que se extraña, y no solamente tiene que ver con tu almohada, tu casa, tu comida, tus olores, sino con esta necesidad personal de sentir a tu hijo.
El beso con Baute, ¿planeado o espontáneo?
Según Carlos Baute, fue todo improvisado y no se lo esperaba. Al menos así lo dijo públicamente cuando se refirió al beso con el que cerraron la presentación de una original versión del tema “Quizás, quizás, quizás”, del cubano Osvaldo Farrés, el 3 de octubre pasado, en el marco de la octava edición de los Premios Platino a lo mejor del cine iberoamericano.
Sin embargo, en diálogo con alumnos y alumnas de primer año de Tea, la actriz y cantante confesó que todo había sido “arreglado”. “¡Por supuesto! Si yo no hubiera arreglado con él y él no hubiera arreglado conmigo un beso, sería acoso. A veces se habla mucho del tema, del abuso del hombre hacia la mujer, pero puede ser de ambos. Si yo no pacto con alguien un beso, en ese caso sería un beso robado”, respondió.
¿Por qué no al teatro?
Es sabido que la rica y vasta trayectoria de Natalia Oreiro como actriz y cantante no incluye incursiones en el teatro. Sin embargo, lo que no es conocido es el porqué de esa exclusión. “Cuando tenía 18 años y estudiaba, hice la obra de teatro ‘Las Mariposas son Libres’, y no tuve una gran experiencia; la obra, el público, los compañeros fueron todos excelentes pero con la directora de la obra juré nunca más trabajar con ella. La directora no fue para nada contenedora, y cuando criticaba la performance de mi compañero yo me sentía de la misma forma, comprometida y maltratada. Desde entonces siento que me da pánico el pensar en hacer una obra de teatro”, contó.
Los otros “no”
Oreiro también habló de los “no” que dio en su carrera como artista, un aspecto que, frente a los “sí”, siempre pasa desapercibido.
En ese sentido, contó que, durante la etapa más cruda de la pandemia de COVID 19, le ofrecieron realizar un casting para la serie de Amazon Estados Unidos, “Años Luz”, cuya primera temporada terminó recientemente. “Empezaron las reuniones con los showrunners, que son quienes articulan todo con los directores, y quedé. Encima era en inglés, no es de mi preferencia, pero, para mí, era un desafío”, dijo la actriz. Sin embargo, tuvo que rechazar la oferta porque coincidía con la filmación de “Santa Evita”.
En otra oportunidad le propusieron un papel en la serie “La jauría”, una producción chilena en la que interpretaría a una mujer policía. Desafortunadamente, el proyecto, también de Amazon, coincidió con la película “Wacolda”, en la que también tuvo el rol protagónico.
Otro de los “no” de su carrera fue un papel en “La Valla”, una serie española de Antena 3. Es que, luego de haber quedado seleccionada en el primer casting, le informaron que tendría que irse a vivir a España durante seis meses. “¡¿Qué?! Tengo un hijo; no me puedo ir seis meses si me avisan con tan poca anticipación”, respondió en esa oportunidad. Además, la actriz tenía confirmada una gira musical por Rusia para esa misma fecha.
Redes sociales, una resistida y reciente incursión
Si bien es una figura pública a la cual no se le atribuyen escándalos mediáticos, la actriz y empresaria de 44 años siempre mantuvo el bajo perfil. Una muestra es que recién en junio de 2020, en pleno aislamiento por la pandemia, creó una cuenta de Instagram como una forma de estar cerca de su público y sus seguidores.
“Es que las redes sociales son una caja de Pandora: vos las abrís y te encontrás con muchas cosas. Para mí tienen que ver con el ego, y el ego siempre te va a hacer daño. Uno puede estar mal por muchas cosas, pero muchas veces esas cosas tienen que ver con el ego. Y un poco es esto, me ponen ‘like’ y estoy allá arriba, me ponen algún comentario feo y me destruye”, dijo Oreiro.
Acerca de su decisión de incursionar en el mundo de las redes sociales, relató: “Me encontré en casa con cierta frustración (en el marco de la pandemia), porque siempre fui muy inquieta, de todo lo que yo había generado o proyectado hacer; de lo que tenía que ver con lo público. De todas maneras, creo que el límite pasa por lo que uno quiere mostrar y lo que uno quiere guardar. Cuando abrís la puerta, no es que no se pueda cerrar pero es más difícil, cuando entregás la llave a varias personas, después sacarlas”.
El uso de Instagram no sólo la metió en el mundo de las redes, sino que la ayudó a difundir un poco más su compromiso con organizaciones como Greenpeace y Unicef, con las que colabora desde hace años.
Ciudadanía rusa
El 25 de octubre pasado, el presidente ruso Vladimir Putín le otorgó a Natalia Oreiro y a su hijo Merlín Atahualpa la ciudadanía rusa a través de un decreto emitido por el Boletín oficial, después de que ella hiciera un pedido formal en junio de 2020. El 10 noviembre, Oreiro recibió los pasaportes en el marco de un pequeño festejo llevado a cabo en la sede de la Embajada de Rusia en la Argentina. La actriz uruguaya expresó luego su emoción en las redes: “Como un puente de amor entre el Río de la Plata y Rusia, así me siento hoy. Emocionada y agradecida por este símbolo de hermandad entre dos culturas con mucho en común”. Además, contó que la ciudadanía es algo simbólico en agradecimiento al cariño que le demuestran los rusos.