Por Facundo Belluschi
La separación de residuos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires funciona a través de un sistema de cogestión en el que participan doce cooperativas que se encargan de recolectar aquellos residuos que los vecinos separaron previamente en sus casas. Una de las más importantes es la de los Recuperadores Urbanos del Oeste, con sede en Yerbal 1473, pleno barrio de Caballito. Eduardo Catalano, director del área social de la cooperativa, destaca el sistema de reciclaje que tiene la ciudad por sobre el resto de países de la región, aunque considera que “se podría hacer las cosas mucho mejor si la mirada fuera diferente”. Cree en la separación de residuos como una problemática socioambiental, que se soluciona a través de la empatía: “Hay que mirar para el costado y ver qué está sucediendo”.
―La cooperativa recibe subsidios de la ciudad de Buenos Aires, ¿ese es el único ingreso de capital con el que cuenta o tiene otros ingresos?
―Las cooperativas están dentro de un sistema de cogestión. Se sustentan principalmente por los subsidios que baja el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Todo lo que es logística, como los camiones, por ejemplo, es aportado por ellos, que también aportan para los distintos proyectos que tiene la cooperativa. Después, en un segundo plano, muy por detrás, aparecen los recursos que genera la cooperativa en la comercialización de los materiales recuperados, que ahí el Estado no se mete. También, por ejemplo, los salarios del equipo técnico, trabajadores sociales y psicólogos no están contemplados dentro de los subsidios del gobierno de la ciudad. Pero la cooperativa no podría subsistir sin ese aporte, es una inversión que se hace. No obstante, de la masa de dinero que pone la ciudad en la Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos (GIRSU), las cooperativas se llevan el 6 por ciento, el resto se lo llevan los residuos húmedos. Eso no quita que este sistema de cogestión es absolutamente novedoso, parcialmente inclusivo y está a la vanguardia de cualquier otro sistema en Latinoamérica.
―Las leyes 992 y 1.854 regulan la situación de los recuperadores urbanos, ¿por qué el sistema es parcialmente inclusivo y no lo es del todo?
―Porque a las cooperativas no las incorpora el Estado de la ciudad de Buenos Aires porque es benévolo y tiene una mirada integradora, inclusiva y judeocristiana; sino que las incorpora porque las organizaciones sociales, que después se constituyeron como cooperativas, presionaron y lucharon para mejorar su actividad. La ley 992 y la 1.854 dan un marco jurídico que contiene a los cartoneros en el ámbito de la ciudad de Buenos Aires para hacer lo que hacen, recolectar material. Hasta que salió la ley 992, en 2002, la normativa vigente databa de 1976, y marcaba que una vez depositado el residuo en la vía pública, ese desecho pertenecía a la empresa recolectora, que cobraba por toneladas de basura. En 2001, con la crisis, hubo una irrupción de aproximadamente 50 mil cartoneros, que entorpecían las ganancias de dichas empresas, y por eso tuvo que salir una nueva ley. Pero cada derecho adquirido parte de una lucha. El acceso a la obra social, al monotributo social, a una mejor condición de trabajo, agruparse en cooperativas fue logrado a través de cortes, marchas y quema de tachos. Sin embargo, los recuperadores no están integrados al sistema, porque el gobierno no los ve como trabajadores y no les otorga derechos si no luchan para obtenerlos, por lo que no es un sistema inclusivo al cien por ciento.
―Hace dos años dijo en una nota que las tres cuartas partes de lo recolectado no sirve por estar contaminado, ¿esto evolucionó o aún se sigue descartando más de lo que se recauda?
―Nosotros tenemos cuatro formas de recolectar los residuos. Una es recolección domiciliaria, es decir, el material que recolectan los recuperadores urbanos en el puerta a puerta. De ahí sale un 95 por ciento del material en buen estado. Después tenés los puntos verdes, que de ahí sacás un 90 por ciento en buenas condiciones. Luego están los grandes generadores, que tampoco tienen prácticamente descarte, porque hay acuerdos establecidos con empresas, donde hay otra logística. Por último, están las campanas verdes, que están en la calle. Esas sí te dejan un 70 por ciento de descarte porque es material muy contaminado. Ahí los vecinos tiran desde yerba mate y aceite hasta bolsas con excremento de perros, las piedritas de los gatos, comida en mal estado y otras cosas que contaminan todo. Si vos vecino, separaste todo de forma correcta y lo tiraste en el tacho verde, pero después va alguien más y tira en el mismo tacho un frasco con aceite, ya se contaminó todo y no sirve, porque eso lo recoge un camión que compacta todo, lo que hace que un elemento contamine todo el resto.
―Los recuperadores reciben un fijo de 70 mil pesos por mes por parte del gobierno de la ciudad, más una suma extra por cantidad de residuos recolectados. Sin embargo, si al fin y al cabo esa cantidad de basura recolectada depende de que el vecino separe bien sus residuos, ¿no se vuelve un círculo vicioso?
―Diría que es un círculo apático, al que le falta empatía. Hicimos un taller en la cooperativa al que se acercaron muchos vecinos y desde ahí empezaron a tener una mirada diferente. Así, ese vecino entiende que cuando separa una botella de PET y se la da en la mano a un recuperador está impactando en mil familias que dependen de la actividad que desarrolla la cooperativa. Porque si sos ecologista pensás que por cada kilo de cartón que entregás evitás que se tale la rama de un árbol, y es verdad y está genial, pero no queda ahí. En este país separar los residuos no es solo un acto de conciencia ecológica, sino también un acto de conciencia social. Porque en Amsterdam sí, es cien por ciento un acto ecológico, pero acá el que está dentro del sistema de las cooperativas cobra los 70 mil pesos de incentivo que le da la ciudad, si laburó bien puede llegar a un bono de 30 mil como mucho, es decir, un total de 110 mil pesos, cuando hoy la canasta básica está alrededor de 200 mil. Hoy entre las doce cooperativas hay aproximadamente quince mil personas trabajando en esta situación. Está todo bien si querés ir corriendo a salvar a las ballenas, pero en el medio caminaste cuatro cuadras con gente que está revolviendo tachos de basura, por eso hay que tener una mirada más abarcativa. Entiendo que es menos traumático y doloroso salvar a la ballena, pero bueno, por eso me parece que se forma este círculo apático.