Por Ámbar De Elia
Rosana Lavergne viene de una familia de fabricantes textiles, con una abuela bordadora, por lo que creció inmersa en el mundo de las telas, los hilos y las agujas. Pero su historia no se limita a las tradiciones familiares: su trayectoria la llevó a recorrer el mundo. Fue en Tulum, un lugar mágico que se convirtió en su fuente de inspiración, donde Rosana encontró la chispa para dar vida a su marca.
Con Spiritum Tulum trasciende los límites de la moda y promueve un propósito mayor. Esta marca atraviesa las fronteras del diseño para convertirse en una plataforma que impulsa el desarrollo artesanal local y el consumo responsable. Rosana trabaja estrechamente con comunidades de la región, fusionando diseños mexicanos tradicionales con otros modernos y atemporales. Su visión no se limita a la moda; abarca todos los aspectos de la vida.
“Descuidé a mi hijo cuando mi empresa comenzaba a crecer. Trabajé catorce horas por día durante cinco años consecutivos, y hoy pago consecuencias por eso. Hace un tiempo sufrí una parálisis en mi cara por estrés, por lo que si mi marca es Slow Fashion, mi vida tiene que ser slow también”, afirmó la diseñadora quien, para contrastar con las marcas de Fast Fashion, destaca la importancia de la transparencia y la ética en la producción.
-La mayor parte de tu vida estuviste con un pie en cada país. ¿Qué potencial encontraste en México que te hizo detenerte y comenzar una marca propia?
-La marca se creó en 2015. Si bien siempre tuve emprendimientos paralelos, recién cuando me vine a vivir a México pude concretarla. Aquí tomó forma, el concepto nació, creció y tomó el rumbo que tiene actualmente. Hoy ya ganamos mucho terreno en el mercado, pero la esencia nació en ese momento con la idea de crear una marca sustentable por muchos motivos. El Fast Fashion, como la moda en general, es la segunda industria más contaminante después del petróleo. Ser consciente de eso y haber sido madre un año después del surgimiento de la marca me hizo tomar conciencia de que tenía que pensar en que mi hijo tenga un mundo mejor. Cuando la empresa empezó a crecer, tuve que prepararme para poder llevarla adelante. Hice un curso de dirección de empresas durante un año mientras estaba embarazada, y luego tomé otros cursos sobre el teñido de textiles. La ventaja que encontré en México fue conseguir materia prima, como algodón en su estado natural, que yo pudiera teñir.
–¿Cómo fue el proceso de investigación para crear una marca sustentable que se opusiese a este concepto?
-Estuve muchos años en Europa, donde están más avanzados en comparación con Latinoamérica. Entonces, ya tenía los oídos muy ablandados con respecto al tema. Veía desde España diversas marcas haciendo pop-ups, donde participás en bazares y exponés tus nuevos diseños y colecciones. Seguía a muchas chicas que tenían marcas de Slow Fashion, y desde Europa empecé a crear conciencia como consumidora y no como productora. Marcas como Bershka, Zara o HyM no me representaban.
-De hecho, Shein, una de las marcas de Fast Fashion más reconocidas en el último tiempo, estuvo recibiendo cancelaciones por parte del público, por lo que inició el “Shein Influencer Trip”, un viaje donde invitó a influencers a la sede principal de la marca, en China, para que muestren cómo es la vida de los trabajadores y derrumbar los mitos sobre la explotación laboral.
-A grandes rasgos, las marcas más grandes son las de Fast Fashion, como Shein, Zara y HyM, que terminan produciendo en India, China y Tailandia porque la mano de obra es muy barata y las reglas no existen para los trabajadores, así como tampoco existe la transparencia en las empresas. Por ejemplo, en China se vive una dictadura y no hay periodismo que muestre esa situación. Buscan lugares donde producir sea muy sencillo porque tienen miles y miles de metros de telas y fabricar en masa se vuelve una tarea fácil. Por eso elegimos el Slow Fashion, que es todo lo contrario: se hace en talleres pequeños donde realmente se cuida al trabajador y se respetan los horarios que impone la ley. Sin embargo, es verdad que cuando una marca comienza a crecer mucho, se empieza a perder el objetivo que tuvo en un principio. Se pierde calidad, que es lo que no quiero que suceda, y te empezás a perder vos misma. El contacto con tus empleados es una de las cosas más importantes aunque, al tener demasiadas sedes, es difícil de mantener.
-¿Cómo es el proceso de producción de tus prendas? ¿Cómo lográs mantener la calidad usando métodos diferentes a los de las marcas de moda rápida?
-Trabajamos con algodón en su estado natural y en sus diferentes versiones. Algunas telas son de algodón artesanal y otras son de yuta de algodón, que es la combinación de una fibra vegetal con el algodón, lo que le da a la tela una textura más rústica. Luego hay gaza de algodón, que sirve para hacer tela más ligera. Esas telas son cultivadas y producidas de manera más sostenible si se las compara con las fibras sintéticas o convencionales. Tardamos aproximadamente 45 días en toda la producción, desde que tomamos la tela en su materia prima, la transformamos, la teñimos, la secamos y la sellamos, para después llegar al taller donde se corta y elabora manualmente. Lo último es pasar un proceso de calidad para finalmente llegar a la venta.
-¿Cómo fomentás conciencia en el consumidor sobre la importancia de elegir ropa sustentable y valorar la calidad por encima de la facilidad y economía del Fast Fashion?
–Para empezar, casi todas las personas con las que trabajo pertenecen a comunidades mayas y son jefas de familia. En este contexto, lo que intentamos transmitir a la hora de vender es que se sea muy consciente del producto que se está comprando: no solo se compra un diseño, también se está apoyando a muchas familias autóctonas que están olvidadas. No solo se trata de un vestido, se trata de ayudar al desarrollo de estas personas: que puedan mandar a sus hijos al colegio, tener una salida económica, un trabajo y progresar.
-Si bien el mensaje que buscás transmitir es inspirador, la realidad es que el valor de tus prendas no es accesible para cualquier persona, por eso muchos terminan cayendo inevitablemente en consumir prendas de marcas de moda rápida.
-Entiendo perfectamente que mis prendas no están al alcance de la mano de cualquiera, pero el costo de producción que nosotros llevamos es muy elevado, por lo que el público al que nos dirigimos ya tomó conciencia de que es preferible tener una sola prenda buena y no veinte baratas. Pero crear esa conciencia es educacional y cultural, y va a tomar muchísimos años más hasta que se incorpore esa idea. Ya hay varios estados de Europa y Estados Unidos que son pioneros del Slow Fashion, por eso tenemos mucho mercado allí y nos hemos acercado a ese nicho de gente que sabe apreciar y que valora el trabajo que hacemos.