Por Juan Mango
La última marcha del 24 de marzo celebrada en Buenos Aires en conmemoración del inicio de la última y más sangrienta dictadura militar no resaltó por haberse cumplido los cuarenta años de democracia, sino por ser la primera marcha del Día de la Memoria con un gobierno negacionista.
Hasta 2021, la política argentina parecía dirigirse hacia el bicoalicionismo, término utilizado por analistas para describir las preferencias electorales de la población entre dos grandes bloques, en este caso el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Sin embargo, en 2023 esta dinámica experimentó un cambio significativo cuando entró en escena un tercer actor, Javier Milei, quien “aliándose” con Mauricio Macri, y con el apoyo de la ex candidata Patricia Bullrich, resultó elegido presidente en las elecciones generales al derrotar a Sergio Massa en el balotaje.
En nombre de la patria, Milei y su gobierno prefieren idolatrar a Margaret Thatcher, la primera ministra británica durante la guerra de Malvinas, en vez de reivindicar la soberanía argentina sobre las islas. Respecto de la dictadura cívico-militar, propagan la teoría de los dos demonios y niegan que los desaparecidos sean 30.000.
Victoria Villarruel, antes de ser electa vicepresidenta de la Nación, pasó por la agrupación Memoria Completa, dedicada a reivindicar el accionar de los represores con el objetivo de instalar que los atentados de las organizaciones guerrilleras que tuvieron a algunos de ellos como víctimas son crímenes de lesa humanidad, y no crímenes comunes que no fueron juzgados en su momento y ya prescribieron.
Después fue parte del núcleo inicial de Jóvenes por la Verdad, otro grupo que no ocultaba su apoyo a los represores de la última dictadura e incluso juntaba cartas de aliento cuando estos estaban presos.
Desde la agrupación Historias Desobedientes, conformada por familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia, la consideran “una hija obediente del genocidio” porque “obedece los mandatos filiatorios de lealtad familiar que perpetúan el silencio y justifican los crímenes”.
La estrecha relación que tiene Villarruel con los militares proviene de su padre, Eduardo Villarruel. Ella lo define como “un héroe de Malvinas”. Lo que no suele decir la actual vice es que su padre se enorgullecía de haber intervenido en la “lucha contra la subversión” y que encabezó un movimiento para oponerse a jurar por la Constitución Nacional porque le “revolvía las tripas”.
Eduardo Villarruel fue a la guerra de Malvinas como el segundo jefe de la Compañía de Comandos 602, detrás de Aldo Rico. Esa guerra que a tantos pibes se llevó y dejó a otros con depresión y sin fuerzas para continuar con su vida. Es esa guerra de Malvinas, con la que el general Leopoldo Fortunato Galtieri y la junta militar quisieron tapar la dictadura mediante un acto supuestamente patriótico. Allí, además de estaquear a soldados argentinos, Villarruel fue prisionero de los ingleses. Al padre de la vicepresidenta la democracia lo encontró trabajando en la Secretaría General del Ejército dentro del Departamento de Comunicación Social.
Durante estas semanas, la escuela de periodismo Tea (Lavalle 2083) presenta una exposición sobre la guerra de Malvinas que se extenderá la misma cantidad de días que el conflicto. En la muestra se exhiben diarios de la época con el día a día y donaciones de excombatientes. Tea tiene memoria y puede señalar con el dedo a los culpables de delitos de lesa humanidad. Por eso, cuando los grupos de poder o gobiernos negacionistas hayan desembarcado, el pueblo reclamará que nunca más es nunca más.