Por Francisco Catanzaro y Lautaro Chichizola

El director y productor Tomás Lipgot estrenó su último documental, Semillas que caen lejos de sus raíces, en la última edición del Bafici. La obra, que fue exhibida en dos días a sala llena, explora la migración de la comunidad china hacia la Argentina y cuenta historias desde la mirada de distintos protagonistas.

―¿Qué te motivó a hacer un documental sobre la migración china a la Argentina?
―La motivación parte de un interés que siempre tuve con la cultura china. Viajé allá en 2019 con otra película, y tuve una reunión en el consulado. Vi a una familia china que estaba haciendo los trámites para venir, y dije “¡uy, qué bueno esto!”. Me contaron cómo era toda la vuelta que hacen, que es muy impresionante, la forma en que vienen, cómo llegan, toda la estrategia. Vienen del otro lado del mundo. Entonces me dije que cuando volviera a la Argentina haría una película de eso.

―¿Cómo conociste a los personajes? Parece difícil ingresar a su círculo.
Ya trabajé con gitanos o comunidades más cerradas, y me llevó mucho esfuerzo ganar su confianza, que me abrieran las puertas. Acá no, porque casi todos los personajes se conocían entre sí. Eran dos grupos: un chinito que jugaba al fútbol y su familia por un lado, y todo el resto, que ya tenían un vínculo, porque son un grupo que ya se juntaban. Los fui conociendo y fue bastante espontáneo. Ellos se mostraron predispuestos, estuvo buenísimo. También vieron mis películas, las intenciones que yo tenía, y fluyó bastante.

―Hay historias muy emocionantes. ¿Ya sabías que el documental iba a tener ese tono?
―El tono lo vas encontrando, y también hay algo que se va prefigurando, porque al hablar de la migración, hay algo que tira esa cuestión melancólica. Tampoco quise ahondar demasiado en el asunto. Hay partes que son melancólicas, y hay una tendencia a eso, pero traté de no anclarme en esa cuestión. Era buscar el clímax, que sea emocionante. Cuando uno dice “emoción”, las emociones son muchas, pero quizás hay una más grande que es la conmoción, que es lo que produce el arte a veces. Ese estado de emoción intensa que no es negativa ni positiva, sino una emoción fuerte, como matriz.

―En tus documentales ahondás en temas desconocidos. ¿Es un sello tuyo?
―No es que tenga una cuestión estratégica. Cuando me meto en un tema que me interesa, que es lo más genuino, lo distingo. Me pasó con los chinos: me puse a investigar y vi que todo lo que había era sobre los supermercadistas o el barrio chino, ¿para qué voy a hacer algo que ya está hecho? Me interesa aportar algo nuevo, una mirada que tenga una singularidad propia. No tengo una estrategia. Es algo que se repite en la forma en que abordo las cuestiones.

―En el documental también destaca la música. ¿Cómo se armó?
―La música es de Pablo Urristi, que es una bestia. Le tiré como consigna que mezclara lo argentino y lo chino, que era una idea medio rara: ¿qué iba a hacer, mezclar el tango con el folklore? Bueno, hizo algo así con escalas chinas, que tienen otras tonalidades, otros semitonos. Él no conocía música china, pero de forma muy rápida y espontánea hizo casi toda la música, que es una genialidad. Ayuda mucho a llevarte a un lugar emotivo. Me parece que está muy logrado.

―Estrenaste tu documental en un Bafici teñido por las intenciones del gobierno con el sector del cine. ¿Cómo impacta esta situación?
―Te puedo responder como productor, porque ahí es donde yo tengo vínculo con el INCAA. Nunca se vio un estado de las cosas como el de ahora, de tanta agresión y destrucción. Está claro que se necesitaba algún cambio, pero no es esto lo que hace falta. Producir menos, que se haga poco, con pocas facilidades. Si el cine no tiene apoyo estatal, y más este tipo de cine independiente, es muy difícil que se haga. Se van a hacer muy pocas películas y van a ser la mayoría películas grandes o que se puedan financiar. Es un momento bastante complicado que afecta a casi todos.