Por Bianca Salvatore
Ya desde los inicios de su gobierno, La Libertad Avanza demostró a través de declaraciones de funcionarios y ciertas medidas económicas el poco respeto que tiene por la universidad pública. Este año, el presupuesto universitario es del 34,4 por ciento, el porcentaje más bajo desde que se lleva registro. El ajuste presupuestario trae como consecuencia mantener las luces apagadas, baños clausurados y ascensores sin funcionamiento en las facultades. Los estudiantes concurren a la universidad sabiendo que en las próximas semanas quizá no puedan volver. Además, cualquier las instituciones que dependen de la universidad pública también se ven afectadas, como el Hospital de Clínicas, que atiende 360 mil consultas al año y ahora está en peligro por las decisiones del gobierno.
En este contexto, Christopher Loyola, presidente del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, habló con Publicable sobre su rechazo a las medidas y el ajuste del gobierno contra las universidades y expresó la importancia que ocupa la educación pública en la vida de tantas personas.
―¿Cómo te afecta la situación de la educación pública?
―Es angustiante, es algo que nos atraviesa a todos: la preocupación e incertidumbre respecto de cuál va a ser el futuro de nuestra cursada en las próximas semanas y el peligro de que cierren nuestras universidades. La fecha límite es la primera semana de junio, porque no alcanza el presupuesto para poder seguir abriendo las facultades y pagar todos los gastos que implica: las facturas de servicios de luz, agua y gas de los últimos meses. La verdad es que es impagable. El gobierno ya anunció los aumentos de las partidas presupuestarias que refieren únicamente a los gastos del funcionamiento, pero también dejan afuera los salarios docentes y no docentes, que son el 92 por ciento del total del presupuesto. Me sucedió de estar pasando por cursos, convocando a compañeros y compañeras para la marcha en defensa de la universidad pública y a participar de las movilizaciones, las clases públicas, y en el medio tener también una cuestión propia de sensibilidad humana y angustiarme. Llegué incluso a quebrarme en algún punto, porque esa alarma que encendemos en las aulas es la que también se enciende en nosotros y eso es lo que nos mueve a poder convocar cada vez más compañeros y compañeras a activar para evitar que esto ocurra.
―¿Cuáles fueron tus emociones y sensaciones durante la marcha?
―Mucha emoción. Yo esperaba que fuera una marcha masiva como lo fue, pero no terminaba de dimensionar la enorme cantidad de gente que había. Un millón de personas a lo largo y ancho de todo nuestro país saliendo a movilizarse en defensa de la educación pública. Nunca me tocó ser parte de una marcha tan grande como la que vimos el martes 23 de abril en nuestro país. Y la verdad es que frente a eso, sentí muchísima emoción por la cantidad de gente. Ver que a pesar de los intentos del gobierno de deslegitimar la educación pública, de criticar a estudiantes y docentes e inventar que somos “zurdos” o “kirchneristas” o que nuestros docentes vienen a adoctrinarnos, sigue habiendo una identidad construida de defensa al derecho a la educación superior y a la universidad pública. Uno de los principales valores y pilares que sirven para la construcción de nuestra sociedad hoy en día es la educación pública. Gobierno tras gobierno neoliberal han intentado denostar la educación y siempre nuestra sociedad ha demostrado que sigue defendiéndola, porque tiene que ver también con un igualador de oportunidades. Todo eso significa la educación pública en nuestro país, e incluso por fuera de nuestras fronteras, con muchos compañeros y compañeras de distintos países de la región que vienen a estudiar a nuestras universidades, no solo por la gratuidad universitaria sino también por la excelencia académica de nuestro sistema universitario.
―¿Cómo te sentís respecto de la gente que votó por La Libertad Avanza y va a universidades públicas? ¿O a los que apoyan a este gobierno pero también se movilizaron en la marcha?
―No me molesta ni me genera ningún tipo de contradicción. Me parece que justamente refleja la pluralidad de voces que conviven dentro de la universidad pública. Cuando se trata de defender la educación pública estamos todos y todas del mismo lado. Me parece que la marcha fue un primer quiebre en los votantes de Milei del año pasado. También hay que recordar que uno de los grupos más grandes que lo votaron fue la juventud, que muchos de ellos se sitúan en nuestras universidades. La gente que votó a La Libertad Avanza el año pasado, no votó en contra de la educación pública. Milei no lo había dicho de esa manera, aunque muchos de nosotros ya nos lo esperábamos. Los votantes creyeron de manera errónea, aunque no lo cuestiono. Buena parte de la sociedad, frente a un profundo descontento y una falta de representación política, optó por este gobierno como una posibilidad de cambio, como algo nuevo y desconocido. La gente no votó hambre, ni el cierre de las universidades públicas, ni que le cobren más a fin de mes, ni que aumenten los alimentos o desregulen los alquileres.
―Se está debatiendo entre los líderes del gobierno y de la UBA la posibilidad de un acuerdo económico. ¿Qué temas te gustaría que se traten? ¿Cuál sería el acuerdo perfecto para vos?
―No debería ser solamente para la UBA. Hoy lo que necesitamos es una partida presupuestaria que sirva para solventar todos los gastos del funcionamiento y mantenimiento que se ven afectados no solo porque la partida presupuestaria no se actualiza, sino también por la escalada de precios de las tarifas. Pedir que se aumenten los salarios de los docentes y no docentes que continúan congelados y devaluados. La última respuesta que les dieron fue nada más que el 8 por ciento, que está muy lejos de equiparar los niveles inflacionarios que se vienen registrando. Lo importante es entender que las peleas que estamos dando desde las universidades no terminan en el presupuesto educativo, sino que es una lucha muchísimo más amplia en defensa de la educación pública. Que no se recorte el Fondo Nacional de Incentivo Docente, ni se viole la Ley de Paritaria Docente, porque muchos de los mismos personajes con los que hoy en día estamos discutiendo son los mismos que años atrás se quejaban en los medios de comunicación, hablando de que estaba mal que “haya universidades por todos lados”. Porque lo que les molesta profundamente es que los hijos de los trabajadores y trabajadoras más humildes de nuestra patria ingresen a las universidades. Necesitamos terminar con cierto elitismo que surge en nuestras aulas, porque si uno mira la posición socioeconómica de los que accedemos a la universidad, sigue siendo gente de clase media o media alta, porque tenemos todas nuestras necesidades básicas resueltas, mientras que para los pibes y las pibas que tienen que trabajar muchísimas horas para llegar a fin de mes es mucho más difícil acceder a los estudios universitarios. En los últimos años fue aumentando la cantidad de estudiantes universitarios, porque se crearon universidades públicas a lo largo del país, lo cual hace que la gente del interior no tenga que viajar a Buenos Aires para acceder a la universidad. Ojalá haya una universidad pública en cada rincón de nuestra patria, para que cada argentino y argentina pueda construir un mundo mejor.
―¿Hay prejuicio respecto de las personas que pertenecen a centros de estudiantes?
―Hay una idea de lo que es un militante y sobre esa base se construyen una serie de prejuicios que cargamos sobre nuestras espaldas los que activamos políticamente en nuestros centros de estudiantes. Este prejuicio es fomentado también por los sectores neoliberales, la derecha y los medios de comunicación. Existe esta idea de que somos vagos, tomamos la facultad y no queremos estudiar. Lo que tenemos que salir a explicar es que durante este tiempo hicimos toda una semana de clases públicas y una vigilia en la facultad, que a nadie le resulta fantástico tener que dormir en el piso frío de nuestras facultades, que si tenemos que hacer una enorme movilización como la que hicimos el 23 de abril y si los docentes tienen que convocar un paro, es fundamentalmente porque lo que nos mueve no es no estudiar, sino el deseo de poder seguir estudiando. Y hoy en día eso está en peligro.
―¿Qué significa para vos la UBA? ¿Qué lugar ocupa en tu vida?
―Es un factor de posibilidades y de ampliación de oportunidades. Me permitió tener la posibilidad de explorar las distintas oportunidades, el poder empezar con una carrera y después cambiar a otra. La UBA permite, a través del intercambio entre compañeros y compañeras, el aprendizaje constante en cada una de las aulas y poder ir diversificando y ampliando nuestros conocimientos y opiniones. Poder formar un pensamiento crítico es lo que nos permite derribar este mito que inventa el gobierno sobre que nos adoctrinan, porque nosotros no somos sujetos pasivos que venimos a escuchar la clase, sino que intercambiamos opiniones y debatimos en nuestras aulas. La UBA nos ayuda a construir algo mejor en términos personales, pero también colectivos.
―¿Cómo fueron tus inicios en la política?
―Siempre fui un poco el bicho raro de mi familia. En mi casa no se hablaba de política y me formé con una opinión bastante opuesta a la que tengo hoy. Mi primer acercamiento fue en el centro de estudiantes de mi secundario. Cuando empecé primer año en la escuela Julio Cortázar pasaron los chicos del centro de estudiantes a invitarnos a la jornada por el 24 de marzo y además invitaban a la primera reunión del centro de estudiantes. Yo no entendía lo que era, pero fui a esa primera reunión con curiosidad y después terminé yendo a un par de reuniones más. Lo que más me interpeló fue pensar diferentes actividades y movilizaciones para defender la educación pública. Mis opiniones políticas fueron formándose a medida que pasaba el tiempo y ya en segundo año empecé a militar en un partido político.
―¿Te afecta en tus vínculos el hecho de participar políticamente?
―Me permitió conocer mucha gente, hacer amigos y amigas de los que he aprendido mucho en el camino. La militancia es un espacio colectivo. Sobre todo me permitió tener un pensamiento más formado de temas que antes desconocía. Y por otro lado, a pesar de tener discusiones con amigos y familia, nunca llegué a distanciarme o perder un vínculo por tener una diferencia política.