Por Bianca Salvatore, Juana García Cassataro y Lucas Porta

Este lunes por la tarde se realizó la primera entrega de los premios Ana Frank en el Teatro San Martín, en el marco de la celebración por el 15° aniversario del Centro Ana Frank Argentina para América Latina (CAFA), a diferentes personalidades e instituciones por su contribución a la diversidad e inclusión, una decisión acorde a los valores del Centro Ana Frank: trabajar en la educación y la difusión de la lucha por los Derechos Humanos y la no discriminación. Entre los premiados estuvieron la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto; la sobreviviente del Holocausto Mónica Dawidowicz y el presidente del Museo del Holocausto de Buenos Aires, Marcelo Mindlin.

“Construir puentes de diálogo”

El centro se creó en 2009 como una organización independiente y representante de la Anne Frank House de los Países Bajos, con motivo del 80° natalicio de Ana Frank. La misión era promocionar el mensaje de resistencia, esperanza y fortaleza escrito por la joven en su diario y preservar “La casa de atrás”, el lugar donde se refugió durante el nazismo y escribió su diario. Publicable habló con la Coordinadora general del Centro Ana Frank Argentina, Magalí Stemberg, sobre los premios y la institución

Los reconocimientos abarcaron desde personas particulares hasta personalidades de la cultura a las que se premió por distintos motivos. La mayoría está muy vinculada a la juventud y trabaja en comunidades a lo largo y ancho de todo el país, así como también en algunas de Uruguay“, afirma, y agrega que en noviembre se realizará el primer Congreso internacional de jóvenes para jóvenes, “en el que van a poder exponer con otros lo que están haciendo“.

Estela de Carlotto durante el evento organizado por el Centro Ana Frank.

¿Cuál es tu conexión con Ana Frank?
-Ana Frank impacta mucho en mí, principalmente porque soy judía, así que me crié escuchando su historia. Es imposible no haberse encontrado o involucrado con ella de alguna forma. Pero lo que más me atrapó fue el Centro Ana Frank de Argentina, porque es un espacio que tiene un más allá más potente: la reivindicación del legado de Ana. El Centro Ana Frank se construye con múltiples caminos para llegar a distintas personas y seguir construyendo puentes a partir del diálogo. Son experiencias y propuestas únicas que nos permiten conocer a muchas personas involucradas, conmovidas y con ganas de hacer y aportar.

Desde 2013, todos los 12 de junio, día del cumpleaños de Ana Frank, se conmemora el Día de la adolescencia. ¿Esto fue fomentado por el Centro?
Sí, la idea es que ese día eventualmente en todas las escuelas se pueda conmemorar su natalicio. Cuando pensamos en ese día, pensamos en los adolescentes, en los jóvenes, en la inclusión social y en la convivencia. Esos son los significantes más importantes a la hora de pensar dónde nos paramos y hacia dónde vamos. Hay una predominancia de entender que los jóvenes son protagonistas de su presente, su pasado y su futuro. Entendemos su potencial para participar activamente en la sociedad promoviendo transformaciones y agenciando sus derechos.

¿Qué sentís al saber que personalidades como Sara Rus, Ruth Marshall, Jan Dar Ven Putten y Frits Jelle Barend pasaron por el Centro?
-Esos nombres tienen un aporte en específico. Pero también pasaron los dos neerlandeses y periodistas deportivos que fueron importantes para pensar la última dictadura cívico-militar: son conexiones que nos olvidamos, pero que existen. En general, que estas personas puedan testimoniar sobre un momento histórico trascendental es siempre impactante.

Magalí Stemberg, Coordinadora general del Centro Ana Frank de Argentina.

¿Tenés algún recuerdo particular con estas personas?
-Muchos. Conocí a Sara Rus antes del museo, pero este año tuvo un homenaje más que merecido. Fue impactante conocerla. No podría resaltar una sola cosa, pero sí recuerdo cuando conocí su historia, de la que tenía muy poca dimensión. Nunca imaginé que alguien que pasó por algo así pudiera contarlo con tanta entereza. Por otro lado, solemos preguntarles a los sobrevivientes si tienen algún mensaje para nuestros guías del museo, y Ruth Marshall nos dijo que tenemos que aprender a escuchar todos los lados, no casarnos con ninguna idea y comprometernos a dialogar y construir puentes. Yo interpreté que no se puede pensar todo en términos binarios, que todo fanatismo termina funcionando como una barrera. La invitación era a comprometerse con algo, sobre todo con la escucha, el diálogo y la construcción.

Las actividades del Centro

-¿Cómo surgió la idea de que haya una sala de teatro en el museo?
Tenemos muchas áreas y todas están transversalizadas por la forma en la que entendemos este legado, que es construyendo memoria enlazando estos ejes de trabajo. Creo que es para poner en valor este componente cultural. El teatro es otra forma para que los jóvenes pueden expresarse, explorar y crear. También se pueden poner en valor obras vinculadas a la temática y traerlas a escena. Me encanta que haya un teatro, le espera mucho crecimiento.

Hubo un proyecto periodístico en las escuelas para que los chicos escribieran su diario, expresaran sus opiniones y hablaran de Ana Frank. ¿Eso se debe a ella quería ser periodista?
Una de las áreas que tiene el Centro es la de actividades de escritura, y su premisa es entender que parte del legado de Ana está ligado a la literatura, a una persona que escribió como práctica de diversidad y resistencia. A ese área pertenece el proyecto Periódicos, donde participan escuelas por grado o división. La idea es crear un diario con notas vinculadas a su escuela, a Ana Frank, a los derechos humanos y a la última dictadura cívico militar. El diario se diseña, se hace en un panel grande y se selecciona una nota por escuela para hacer el diario “La voz de los chicos”.

El arte como salvación

A partir de todo lo que conociste de Ana Frank y tus vivencias, ¿podrías decir que el arte es una forma de salvarse?
Sí, para Ana fue una forma de expresarse, de canalizar lo que le estaba pasando y de poder transitar esos días, pero también de poder resistir, de confiar en que había un futuro. Pero eso no va solo, porque a lo largo de ese tiempo Ana escribió tres cuadernos, eso quiere decir que alguien se los trajo. El arte es una forma de salvación, pero también lo es el otro. Esto se refleja en cada persona que decidió resistir y desobedecer y en quienes hoy no van con la corriente y eligen pensar, escuchar y dialogar. Ana tenía un mejor amigo que sobrevivió a la guerra. Cuando le preguntaron cómo lo logró, contó que tuvo que cambiarse dieciséis veces de escondite. Todas esas veces hubo alguien que le avisó que se tenía que ir, entre ellos oficiales nazis que decidieron desobedecer para ayudarlo. Hay que ver cuál es el medio o cómo cada uno entiende ese “salvarse a uno mismo”. El arte y sus múltiples expresiones son una forma de lograrlo, pero también hay un componente que son los otros, y es importante poder tener ese registro. En el caso de Ana, esos otros eran los materiales para escribir y evidenciar esa amplia gama de emociones y de experiencias. Escribir fue su forma de resistir y de salvarse.

¿Creés que a Ana le gustaría conocer el espacio? ¿Estaría contenta?
-Seguro. En principio sería impactante porque somos argentinos y habría diferencia cultural, pero después estaría encantadísima. Por todas las fotos que tiene con sus amigas, la pasaría espectacular con otros jóvenes con ganas de alzar la voz y que creen en la bondad interna de las personas. Todo lo que ella expresaba, en menor o mayor medida lo transmiten estos jóvenes. Sería un espacio muy rico de intercambio y, con su personalidad, crearía muchos puentes.