Por Francisco Declich, Juan Mango y Gastón Zylbering

Marcia Schvartz es una de las grandes artistas plásticas de la Argentina. Pintora, dibujante, ceramista y escultora, comenzó a tomar relevancia después de la última dictadura militar, en los años ‘80. Su obra no busca verse linda, sino mostrar a través de su ojo la realidad que la rodea. A sus 69 años, se presenta como una simple pintora antipática, pero no niega su extensa trayectoria, que la llevó a museos de renombre mundial como el Tate Modern de Londres o el Reina Sofía de Madrid.

-¿”Honesto” podría ser una palabra precisa para describir tu arte?
-Sí, claro que sí. La honestidad es un valor medio en crisis, nadie sabe lo que quiere decir. Hoy nadie dice verdades, todos repiten cosas, son como de plástico. Yo trato de ser sincera conmigo misma.

-¿Tus trabajos son representativos de la argentinidad?
-Creo que cualquiera que nació acá y produjo acá es un artista argentino, hasta el pelotudo que se copia del de afuera, ahí también hay un argentinismo. Desde el principio dibujo lo que veo donde vivo. Muchos de mis escenarios en la década de ’70 eran en Constitución, con peruanos comiendo pizza, y después en Barcelona hice lo mismo con Doña Concha o Las viejas del balcón

-¿Te gusta la idea de llevar tu arte al ciudadano común?
-Obvio, toda mi vida estuve dedicada a eso. Me gusta que mi arte esté en la calle o expuesto en lugares con vidrieras, así hay un puente para las personas que no están acostumbradas a ir a galerías. Esos lugares son medio canutos: dicen que son abiertos al público, pero no es verdad. Acá la gente en su puta vida fue a un museo. Aunque sea gratis, la inhibe el hecho de entrar a un lugar así, se siente intimidada.

-¿Y no lo llevarías al gran museo de las redes sociales?
-Yo uso redes sociales, todo el tiempo subo cosas, pero las considero exclusivamente un método de difusión. No me interesa hacer arte digital, me parece una pelotudez.

Compinchas.

-¿Sí? ¿Es una pelotudez?
-Es una limitación. Yo veo gente que lo hace y no me parece. En el dibujo está la pulsión de tu mano, de tu cabeza, de tu sangre pasando por ahí. Eso es lo humano, lo interesante. La línea es una cosa espiritual, es como tu voz. Renegar de eso para hacer una línea que puede hacer cualquiera es una pérdida enorme.

-Ahora, y tomando el ejemplo de tu muestra Boquita, podés sacar un montón de fotos para que se vean los detalles, pero se podría pensar en una exposición que haga sentir al que la ve algo más cercano a estar ahí.
-Ahora voy a hacer una exposición de Boquita, podés venir y sentirte como estar ahí, porque vas a estar ahí. Boquita es lo que es. Es muy diferente el impacto que te va a generar tener al lado la muestra del tipo que, sentado y todo, mide como un metro ochenta, a ver un video de la muestra o algo así. Lo mismo pasa con mis cuadros. En el celular te podés dar una idea de lo que es, pero nunca vas a ver el pulso del pintor, los colores de verdad. ¡Es una mierda!

-Cuando estabas exponiendo Compinchas (obra en la que se representa a la expresidenta Cristina Fernández santificada y a políticos y empresarios de la derecha argentina en el infierno) justo fue el atentado contra Cristina. ¿Cómo fue ese momento?
-Fue horrible, imaginate que el atentado fue a seis cuadras de la muestra. Me agarró una paranoia total. Me mandaban trolls que decían que me iban a matar. Cien por día, así una semana. Después paró, por suerte. La obra principal está en mi casa y no pienso exponerla nunca más. 

-¿Hoy estás alejada de ese tipo de expresión?
-No creo que me den ganas de pintar a Milei. Que lo hagan otros.