Por Mora Insausti y Lucas Porta

El escritor Hernán Casciari publicó un nuevo libro titulado La valija de Messi, que reúne sus cuentos sobre fútbol y, a diferencia del resto de su obra, será vendido en librerías comerciales. El creador de Orsai le contó a Diario Publicable de qué se trata su flamante proyecto y analizó las nuevas formas de escritura y la generación de los nichos de lectura.

–¿Qué opinión te merecen las innovaciones para contar historias?
–Creo que están supeditadas al tiempo que tiene el consumidor de recibir esa información. Tengo la sensación de que eso podría llegar a cambiar en el futuro, porque parecería que el creador de contenidos es esclavo del consumidor. En esta especie de guerra por el like, hay una especie de sumisión del creador de contenidos que va a cambiar en breve a través de una especie de revolución. Ahí, el creador de contenidos va a volver a hacer lo que se le antoje.

–¿Ya se da este fenómeno?
–No porque todavía hablamos más del formato que del contenido. Fíjense, por ejemplo, qué pasa con el streaming: se habla mucho de los nuevos canales y sus nuevas maneras de narrar, pero si se escarba un poquito todos se parecen a la radio de 1920, con un conductor, tres panelistas a la izquierda y tres a la derecha. Es lo mismo a nivel contenido: cambió “la antenita”, pero “la antenita” no es lo más importante de contar historias. Lo más importante es tener buenas historias. Todavía nos estamos acomodando al nuevo paradigma y a las nuevas voces, aunque esas voces no tienen canciones lindas para cantar.

–Tomando como analogía la comida, la literatura tradicional puede ser vista como comida gourmet. ¿Con los nuevos formatos se va a perder esto?
–A las nuevas generaciones les importa menos que a los viejos. Hay una nostalgia por los recursos literarios y las formas en la gente más grande y más formada en el hecho artístico que reniega mucho de lo moderno y de lo que hacen los chicos. Generalmente, esos viejos se olvidan de cuando eran chicos. Me parece que cada cual se va acomodando a su época. La gente de más edad se pone más conservadora; la más joven, más rebelde. Siempre fue así, el gran problema sigue siendo cómo hacemos para mejorar las cosas que contamos. No cómo hacemos para transmitirlas, ni por qué canal las vamos a difundir o si la gente está cansada o distraída cuando lo estamos contando. Todo eso por supuesto que es importante, pero después, cuando empezamos a hablar de difusión y de marketing, no cuando estamos pensando pura y exclusivamente en la obra. Si habláramos de contenido, podríamos generar grandes debates sobre los de streaming, que son muy pobres.

–Ahora cualquiera puede comunicar lo que quiera mientras tenga las herramientas para hacerlo. ¿Qué pensás al respecto?
–En algunos aspectos es un enorme avance y en otros… no quiero decir que sea una desventaja, pero empieza a haber ciertos problemas de rentabilidad. Hay un avance porque se democratiza la posibilidad de comunicar. Ahora, es muy difícil la investigación periodística cuando no hay recursos o estructura que la posibilite. Hace veinte años Clarín vendía un promedio de tres millones de ejemplares los domingos que le generaban alrededor de 7 u 8 millones de dólares por semana, así que podía invertir un dos por ciento de eso en investigación. Hoy, en cambio, con la disminución de las ventas es muy complicado para los medios tradicionales hacer lo que siempre hicieron; de hecho, Clarín ahora es un diario de 24 páginas que no vende ni siquiera tres mil ejemplares. No existe más ese medio para comunicar y la rentabilidad ahora se obtiene de otra manera. Otro ejemplo: ¿quién puede quedarse hoy en Corrientes a conversar con la familia de Loan? Sólo un canal de televisión, pero también está desapareciendo, esa es la siguiente cosa que va a desaparecer. Entonces, ¿de dónde se van a sacar los recursos para la investigación periodística? Eso supone ventajas y desventajas de esta democratización que mencionaba.

–¿Cómo se pueden resolver estas desventajas, principalmente las económicas?
–Ahí entra algo bastante antiempresarial que se llama la comunidad, que es la que termina impulsando esos nuevos registros. Pero es muy complicado que las empresas entren en ese nuevo paradigma, porque eso elimina un actor muy importante que es la codicia. Los medios tradicionales son codiciosos: no quieren solamente hacer bien las cosas, ni siquiera quieren hacer bien las cosas, quieren ganar dinero y punto.

–¿En la actualidad, en vez de hablar de un público se habla de un nicho?
–Vos le decís a un medio que se pasó la vida tratando de conseguir la mayor cantidad de audiencia posible: “Che, mirá, cambió el mundo, ahora es por nicho”, y se corta las bolas, porque estudió para otra cosa. O sea, Clarín no quiere un nicho, sino que tiene uno de gente de más de 55 años, de derecha y con problemas de salud mental. Hay determinados medios de comunicación de gente mayor de 50 que insisten en captar a gente menor de 25 y se ponen gorritos para atrás, hacen que bailan y van a recitales que no les gustan. Todo porque necesitan quedarse un poco con ese target. A mí, además de darme mucha vergüenza ajena, me es contranatural. Me da la sensación de que cada nicho tiene que parecerse mucho al que comunica, porque si no es medio triste.

–¿Es positivo trabajar con un nicho?
–Desde que empecé, nunca pretendí masividad, sino que siempre pretendí nicho. El nicho tiene que ser gente con la que yo pueda tomar mates. Después de la pandemia, Orsai creció mucho y ya no reconozco tanto como antes la personalidad del usuario, a veces me aparece una vieja de derecha y a mí me da miedo porque es más de Clarín que mía. Hubo cierta masividad en los últimos tiempos que yo no fui a buscar sino que se me apareció, y eso hace que otra gente distinta a mí, con la que yo no tomaría mates ni de casualidad, compre un libro mío o vaya a verme al teatro. El crecimiento del nicho tampoco tiene que hacer cambiar de rumbo.

–¿La publicación del libro puede ampliar tu comunidad a personas de otras franjas etarias?
–Bueno, eso lo hago más con Tiktok que con librerías. En el momento que Tiktok pasó de recibir contenidos de un minuto a diez minutos, empecé a publicar mis cuentos. Es terrible cómo funcionan en dos nichos o en dos targets que no son míos: menores de 20 años y geografías tipo República Dominicana, Honduras, Nicaragua. Las librerías son más para adultos mayores, para esos bichos de librería que van a buscar novedades a las góndolas y no compran por internet. Pero intento no contaminar a la comunidad de esos targets, porque sigue siendo un espacio donde yo me comunico por mailing, es decir, hago chistes, cuento cuentos y hago cosas porque tengo su contacto personal. Eso también crece; de hecho, hay muchos padres que tenían 25 o 30 cuando empecé y ahora tienen hijos adolescentes que también escuchan mis relatos. Esa gente sigue jugando conmigo el juego que yo jugaba desde hace quince años. Por eso digo que para mí el crecimiento exponencial hay que aceptarlo porque ahí está, pero me parece que hay que tratar de que no contamine cierto juego interno de mucha ironía y muy lúdico que tengo con la comunidad.