Por Iván Sierkovich
“Me bajo del 19 y entro a la cancha. Dejo el bolso y, en zapatillas, arranco la rutina de seis de los siete días de la semana. Entro en calor con movilidad articular, saltos en zapatillas y un poco de flexibilidad, isquiotibiales y soga. Me pongo los patines y arranco a hacer lo que le he dedicado la mayoría del tiempo de mi vida: veinte minutos de trompos, una hora y media de saltos, coreos y más trompos. Después de dos horas, parece que terminé, pero no elongué a propósito: me quedan dos horas más de gimnasio. En ese momento se terminó el lunes. Voy a la peluquería a trabajar al día siguiente y cuando salgo, me bajo del 19 y entro a la cancha, dejo el bolso…”. Así relata la patinadora Carolina Arellano un día cualquiera de su estricta rutina.
Tiene 18 años y se dedica al patín artístico desde hace trece. Todo comenzó de casualidad y con un problema: a Karo (como a ella le gusta que escriban su nombre) le recomendaron ir a danza clásica o a patín artístico, que fue lo que finalmente se decantó por seguir, ya que una amiga iba a un club cerca de la escuela. “Desde los 5 comencé a ir al Club Sarmiento de Olivos, donde al principio iba a jugar, pero cada vez tomaba más seriedad y mi entrenadora me recomendó ir a probarme a algún club mejor y me llevó a Atlanta. En 2018 arranqué en Atlanta con mi actual entrenadora, Tamara Álvarez, y durante un par de años seguía yendo al Sarmiento, pero entrenaba en Atlanta en secreto.”
―¿Por qué entrenabas en secreto?
―Había un cierto clima de envidia, por parte de las chicas, pero trasmitido por las madres. Querían que sus hijas avanzaran y profesionalizaran en la disciplina y se enojaban conmigo como si yo tuviese la culpa de que me hubieran elegido para dar el paso. Eso no me gusta para nada del patinaje artístico, ese clima de envidia.
―¿Alguna otra cosa que no te guste?
―Mi entrenadora me obliga a patinar aunque la pista esté mojada. Es como que yo te diga que saltes en la bañera o en la ducha. Nos dice: “¿Si no van a patinar para qué van a venir? Me hacen perder tiempo, podría estar en mi casa”. Y ahí una se enoja un poco y agarra fuerza de eso. Hace unos días fui a entrenar después de que había llovido. Me caí y se me durmió la pierna. Fue como una paralítica, no la podía mover. Pero si mi entrenadora se va de viaje a una competencia y nos pone un suplente, no es lo mismo, no puedo patinar con un suplente. La necesito a ella. Que me rompe los huevos un poco. Es amor-odio. Hay profesores que son más buena onda y otras como mi entrenadora. Con ella el mensaje es: hacé pasadas hasta que te salga, si no te sale, no te vas. Al final me doy cuenta de que la prefiero a ella.
―¿Cuándo te diste cuenta de que estabas empezando a competir seriamente?
―En 2021. En ese año, en la categoría de cadetes salí subcampeona del Nacional de patín, que se disputó en Iguazú. A pesar de que ya había participado en otros torneos, este había sido el más grande hasta ese momento, y quedé segunda de 114 chicas en la categoría de entre 14 y 15 años. Por más que estaba contenta, porque les gané a 112 chicas, me puse a llorar porque me decía a mí misma, dale, les gané a 112. ¿No había podido ganar a una más? ¿A una más? ¡Qué me costaba!
No fue su primer título: ya en 2018 había sido campeona nacional en la categoría infantil. En 2022 vendría el que hasta el momento es su logro más grande como patinadora: el Campeonato Sudamericano en San Juan. “Venía con la cabeza en contra por la participación en el Nacional de aquel año, que no me había ido para nada bien”, dice respecto de ese torneo. Esto se reflejó en su calentamiento previo a la competencia, porque de todo lo que preparó para la coreografía nada le salió bien. A pesar de la mala entrada en calor, mantuvo la compostura y la calma, y cuando le tocó hacer la presentación, le fue bien: “La tranquilidad me dio la posibilidad de ganar y me sentí muy orgullosa por ello, supe controlar mis emociones, me decía a mí misma: ‘si no te salió nada, no te frustres‘. Eso lo fui aprendiendo con el pasar del tiempo, cuando era más chica jamás me podría haber redimido así”.
Dos años después de este logro, hoy Carolina sigue compitiendo en las más altas categorías del patín sobre ruedas, con dos objetivos claros: avanzar con su sueño de tener una peluquería propia, ya que ella desde chica siempre disfrutó de todo lo relativo a la belleza y la moda, y seguir con su actividad favorita, a la que le dedicó mucho más que la mitad de su vida y que la llevó a conocer muchos rincones del país y también a torneos en el exterior, como el Panamericano de Colombia en 2022.