Por Malena Loria
Juan Solá es un escritor argentino cuya obra se destaca por su capacidad para atravesar géneros y estilos literarios, siempre manteniendo una fuerte conexión con su tierra natal: el Chaco. Desde su primer libro, Cuentos para compartir, publicado cuando apenas tenía 10 años, hasta las novelas más recientes como La Chaco y Ñeri, Solá es un observador crítico de los procesos sociales y humanos que moldean nuestro país. Su escritura, a menudo cargada de una atmósfera surrealista y de reflexión sobre la soledad y las relaciones interpersonales, invita al lector a una introspección profunda sobre su lugar en el mundo.
A lo largo de su carrera, Solá experimentó con diferentes formas narrativas, desde cuentos hasta novelas, pero siempre buscando conectar con la emoción humana desde un lugar honesto y directo. En Naranjo en flúo, por ejemplo, presenta un mundo surrealista que explora la niñez, el sentido del juego y la construcción de mundos propios, mientras que en Microalmas y La Chaco se enfrenta a las complejidades de las relaciones humanas y conflictos sociales. Su obra no es solo un espejo de nuestro entorno, sino también una invitación a cuestionar, a mirar más allá de lo evidente y a comprender las dinámicas profundas de las sociedades.
Una de las características que distingue a Solá es su habilidad para fundir lo regional con lo universal. En sus relatos, la región chaqueña no solo es un escenario físico, sino también un espacio simbólico. Hoy, sigue desafiando las convenciones del oficio, experimentando con nuevos proyectos, como Fragmentos de futuro, una serie de libros que promete seguir corriendo los límites de la narrativa argentina contemporánea.
—Comenzaste a escribir a una edad muy temprana. ¿Cómo recordás esa etapa de tu vida y qué te llevó a comenzar a escribir tan joven?
—Escribir siempre fue parte de mi vida, era un juego más, como la pelota o los árboles, es decir, formaba parte del aspecto lúdico de mi vida en contraposición al lado más “serio” del mundo, que yo pensé mucho tiempo que era la realidad. Cuando se publicó mi primer libro dejé de escribir automáticamente, puesto que no conseguí lidiar con la expectativa de los adultos. Recién retomé la escritura en mis primeros veintitantos.
—A lo largo de tu carrera experimentaste con diferentes géneros y estilos. ¿Cómo definirías tu evolución como escritor desde tus primeros cuentos hasta las novelas más recientes como La Chaco y Ñeri?
—Dado que la escritura siempre estuvo más cerca de lo lúdico, la experimentación fue una parte fundamental para vincularme con ella. Siento orgullo de los errores que me invitan a seguir pensando. Dejé de lado la vergüenza y hoy siento mucho cariño por el yo que cometió los errores que lo llevaron hasta mí. En el proceso de pensar la escritura, pude desprenderme de la idea errónea de que toda pieza debe dejar una enseñanza, y así pude encontrarme con este oficio desde un costado más amable, más humano y al mismo tiempo más animal, donde el instinto y el sonido priman.
—Tu obra tiene una marcada conexión con la región del Chaco. ¿Qué significa para vos esa conexión con el territorio y cómo influye en tu forma de escribir?
—En Chaco hablamos de una producción literaria de carácter tropical, a lo mejor con la intención inicial de diferenciarnos de una literatura litoraleña o rioplatense, pero que no solo se limita a un orden regionalista, sino también cultural y político. Orlando Van Bredam dijo de Mariano Quirós que es el típico caso del chaqueño que, al migrar a Buenos Aires, comienza a escribir sobre Chaco. No pude menos que sentirme identificado con sus palabras. Hay algo de estas tierras que uno arrastra, que uno se lleva, y que tiene el potencial suficiente para transformarse en historias que ayuden a otros a entendernos y a entenderse, a vernos y a ensayar en conjunto formas menos crueles de vincularnos.
—En Naranjo en flúo introducís un mundo surrealista, ¿cómo desarrollaste este estilo y qué desafíos encontraste al escribir esta novela?
—Naranjo… es una novela que escribí pensando bastante en mi infancia. Al no ser un autor formado en letras, la construcción de esta historia fue bastante intuitiva, vinculada especialmente a la idea de construir un mundo en el cual me sintiera feliz escribiendo, pero también leyendo. Fue como contarme un cuento a mí mismo. A partir de esa idea sobrevino una amplia investigación, todo esto durante mis primeros años lejos de la ciudad en la cual me había criado.
—El tema de la soledad y las relaciones humanas es recurrente en tus relatos, como en Microalmas y La Chaco. ¿La literatura puede dar respuestas o más bien ayuda a comprender mejor la complejidad de las relaciones interpersonales en la sociedad de hoy?
—Consumir literatura o cualquier otra forma de arte ayuda a pensar mejor. Nos propone escenarios en los cuales conocemos a personas (personajes) que de alguna forma representan los conflictos que acompañan a los lectores, y nos permiten en sus periplos comprender los nuestros. Leer es un ejercicio para domar al ego, nos permite experimentar otras vidas y pensarlas como propias, ponernos en zapatos ajenos.
—Tus obras reflejan una gran carga social y cultural. ¿Cómo ves el papel de la literatura en la reflexión sobre las problemáticas sociales y políticas que afectan a la Argentina?
—Me niego a pedirle o exigirle algo a la literatura, a darle un papel en esta obra de teatro espantosa que nada tiene que ver con la creatividad. Sí quisiera, en cambio, demandarles a los autores y a todos los artistas la urgencia de abandonar el culto de la personalidad, recordar cuáles son las ideas –los ideales– que defendemos. Ser imprescindibles de manera decorosa, y no por el simple hecho de sentarnos cómodamente en el regazo de la industria.
—¿Qué escritores o lecturas influyeron en tu estilo literario? ¿Hay algún autor argentino o internacional que consideres una referencia en tu trabajo?
—En su momento me marcó mucho la forma de escribir de Cortázar, pensé que para ser escritor había que escribir como él. Grave error. Algo parecido me pasó en los últimos años con Alejandra Kamiya. A pesar de ser sumamente inspiradores, lo cierto es que cuesta escribir después de leerles. Pienso también en Selva Almada o Gabriela Cabezón Cámara, quienes se mueven en el lenguaje de una forma tan natural, te hacen sentir a uno profundamente empantanado en sus decires. Identifico en sus formas de escribir un profundo respeto por el oficio, un respeto que solamente se gana con el tiempo, en este caso, dedicado a pensar y sentir cada palabra que compone el texto.
—¿Cuáles son tus proyectos futuros? ¿Estás trabajando en algún nuevo libro o en una obra que planees publicar próximamente? Si tuvieras que elegir una obra tuya para que el público se acerque a tu escritura por primera vez, ¿cuál recomendarías y por qué?
—A futuro tengo la intención de terminar la segunda y tercera parte de Fragmentos de futuro, cuya primera entrega, Hombre, salió hace dos años a través de Editorial Sudestada. A alguien que nunca leyó mi trabajo le diría que escoja cualquiera al azar. Ningún libro llega por casualidad.
SUS INICIOS Y SU OBRA
Juan Solá no solo es testigo, sino también parte activa de la evolución de la literatura argentina. Su obra, que empezó en la niñez con Cuentos para compartir, fue madurando de forma orgánica, dejando atrás la tensión entre la inocencia lúdica de los primeros años y la profundidad del pensamiento literario de sus obras más recientes. La dualidad entre el juego y la seriedad, entre lo lúdico y lo reflexivo, fue siempre un componente esencial en su proceso creativo. En sus primeras novelas, la experimentación era una constante; hoy esa misma experimentación se convierte en un acto de libertad frente a las convenciones literarias.
En La Chaco y Ñeri, Solá aborda los aspectos más humanos de las relaciones interpersonales y las luchas sociales, pero también el impacto del territorio chaqueño en esas vivencias. La mirada de Solá sobre el Chaco es compleja, no solo por su geografía y cultura, sino también por su significado como metáfora del conflicto social y político. A través de sus historias, se hace evidente que lo regional no es solo un escenario físico, sino también un territorio emocional, cultural y político que define las identidades en un país tan diverso como la Argentina.
EL PROCESO DE ESCRITURA
La forma en que Juan Solá aborda su oficio literario es también un reflejo de su visión sobre el arte en general. Para él, la escritura no es un acto que debe cumplir con las demandas de la industria o del público, sino una actividad personal que debe ser honesta y auténtica. Durante años, eludió la presión de tener que entregar una obra que estuviera al servicio de un mensaje moral o político. En cambio, se enfocó en crear un espacio de libertad donde las ideas pudieran fluir sin restricciones. Esta postura se manifiesta en el hecho de que la crítica social y política en sus libros no surge desde una intención pedagógica, sino como una consecuencia natural de su exploración personal y creativa. Solá recuerda la importancia de abandonar el culto a la personalidad para centrarse en lo que realmente importa: las ideas y los ideales.
CUATRO DATOS SOBRE JUAN SOLÁ
- Nació en el Chaco y comenzó a escribir desde muy joven. Publicó su primer libro a los 10 años.
- Dejó la escritura por mucho tiempo ya que le generó rencor el que sus compañeros lo trataran diferente, ser objeto de comparación de sus maestras, que preguntaban: “¿Por qué no hacen como él?”.
- La militancia fue lo que le devolvió la esperanza en sí mismo.
- Dirige la colección Poesía Sudversiva de la Editorial Sudestada.