Por Luca Casaccio

Guillermo Miguenz es psicólogo social, consultor psicológico, comunicador social, coach deportivo y mediador comunitario. Trabajó con los planteles de fútbol juveniles y profesionales de Sportivo Italiano, All Boys y Quilmes. Además tiene su propio consultorio, donde atiende a consultantes, como le gusta llamarlos, de manera individual. Después de seis años de experiencia, recalca que “el fútbol está muy atrasado y el psicólogo, hoy en día, debe tener la misma importancia que un preparador físico”.

Un informe del Sindicato Mundial de Futbolistas Profesionales (FIFPRO) reporta que un 9 por ciento de los futbolistas sufre depresión y un 7 por ciento adicional sufre ansiedad. Además, las cifras aumentan con los ya retirados: el 28 por ciento sufre problemas de sueño, el 13 depresión y un 11 por ciento ansiedad. El principal objetivo de los próximos años para el fútbol será revertir esta delicada situación y cambiar la imagen sobre un tema que se convirtió en tabú los últimos años.

¿Por qué decidiste estudiar psicología social?
—Por dos razones. La primera fue más personal. Mi viejo falleció de depresión y empecé a indagar, mientras él estaba enfermo, de qué se trataba todo lo relacionado con esta enfermedad y noté que no existían preventores. Creo que la psicología tiene que tener un abordaje de prevención. La segunda razón es que yo veía que todos los psicólogos que trabajaban en planteles deportivos tenían una mirada muy individual y no sabían leer a los grupos. Lo que hace un psicólogo social es leer un grupo, los roles, y eso en el deporte es clave porque si no leés bien un grupo, por más que labures en forma individual, es complejo poder abordar a un plantel.

—¿Cómo se trabaja la presión que tienen los juveniles, principalmente en los chicos que ven al fútbol como una salvación para ellos y sus familias?
—Ese es el principal problema. Si vos a un chico le mostrás, de una paleta de ocho colores, uno solo, ese chico va a estar muy presionado. Ahora, si le mostrás el arte, la música, otro deporte y el fútbol, por ejemplo, su presión va a ser mucho menor porque él se va a sentir con otros recursos. Ahí empieza a venir la autoconfianza para poder resolver un montón de situaciones. Por eso es fundamental que el deportista estudie, porque va a ser una persona con menor presión porque va a simbolizar mejor. En los planteles trabajamos, a través de videoanálisis, distintas situaciones que se podrían dar en un partido y el jugador a veces no las puede entender porque tiene un abanico de palabras muy bajo. Entonces, obviamente la presión es mayor si tan solo tengo una carta para jugar y no gano. Lo más probable es que no ganes porque muy pocos pueden llegar a Primera y mantenerse. Por eso creo más en la prevención y es lo que más está faltando justamente para prevenir estas situaciones. Faltan preventores.

¿De qué manera el psicólogo puede generar confianza con el paciente?
—Nosotros a las personas no les damos nada. Lo que hacemos es que, a través de distintas situaciones que ocurren en el grupo, ellos empiecen a observar que tienen un montón de herramientas y ganen confianza. Todas las personas tenemos confianza y desconfianza, tenemos que habitar las dos. Lo que pasa es que el fútbol, al meterte tanta exigencia y miedo, lo que hace es constantemente habilitar la desconfianza. Entonces, lo que hacemos es que, a través del grupo, vayan armando espacios de confianza. No se lo damos, lo tienen ellos, los buscan y los encuentran. Cada grupo es como una persona, es único e irrepetible. Vamos descubriendo lo que necesita porque la confianza no es algo que se instala y llega.

Un informe de la FIFPRO señala que un 9 por ciento de los futbolistas sufre depresión y un 7, ansiedad. ¿Es posible un futuro disminuir estos índices?
—En el mediano plazo lo veo difícil por varias razones. Primero porque el fútbol es el reflector social más importante que tiene el posmodernismo. No hay ninguna expresión artística que se le parezca. Entonces, eso hace que, como expresión social, sea un gran reflector para lo que le ocurra a la sociedad.  Además, la Organización Mundial de la Salud señala que, psíquicamente, la adolescencia se extiende hasta cerca de los 25 años. Entonces, un jugador de Primera división todavía es un chico que no tiene las capacidades mentales y sociales para poder absorber esa presión que hay, mientras que el mundo lo muestra y lo trata como si fuera un vikingo cuando en realidad sigue siendo un nene.

—Dos casos que marcaron al fútbol argentino son los de Mirko Saric y Santiago García; los dos se quitaron la vida por situaciones ajenas al deporte. ¿De qué forma el psicólogo trabaja con los problemas extrafutbolísticos del jugador?
—En el mundo del fútbol, nadie se preocupa por la persona. Y de hecho es un milagro que esto no ocurra más seguido. A los clubes y a los hinchas no les importan las personas detrás del futbolista. El jugador es valioso para el hincha y para el club si produce. Es un capital. En los deportes grupales de alto rendimiento son más las veces que vas a perder que las que vas a ganar y hoy se naturaliza que lo único que sirve es ganar. Lamentablemente, si el jugador y la persona detrás de él entra con esa creencia, va a sufrir y no podrá rendir en las condiciones que se necesitan.