Por Sol Vega

Entre estructuras a medio terminar, sin bancas y con armazones de hierro a la vista, el presidente José Figueroa Alcorta inauguró hace 119 años el edificio que hoy representa uno de los máximos símbolos institucionales de la Argentina: el Palacio del Congreso. Fue el 12 de mayo de 1906, cuando los legisladores nacionales decidieron abrir el nuevo período parlamentario en el flamante recinto, aún en construcción. A pesar de los andamios y de las obras inconclusas, el acto fue considerado un gesto de afirmación republicana y un paso firme hacia la consolidación de las instituciones democráticas del país.

Pero la historia del Congreso Nacional no empezó ahí. Antes de tener su sede definitiva, los legisladores sesionaban a metros de la Casa Rosada, en la calle Balcarce 139. El edificio había sido construido sobre el solar donde vivió el general Antonio González Balcarce, y fue terminado en 1864 para dar respuesta a la incipiente organización institucional del país. Cuando Bartolomé Mitre fue elegido presidente en 1862, juró en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, porque la Nación todavía no contaba con edificios propios. Por entonces, la ciudad de Buenos Aires era capital provincial, y los poderes del Estado estaban apenas tomando forma.

A medida que crecía la población y aumentaba la representación parlamentaria, el edificio comenzó a quedar chico. Para sesionar, diputados y senadores debían turnarse, y el Senado fue trasladado a una casa lindera, adaptada como recinto. La necesidad de un edificio propio, a la altura de un poder del Estado, se volvió cada vez más evidente.

Tras la federalización de Buenos Aires en 1880 y luego de muchos intentos fallidos, en 1889 el presidente Juárez Celman envió al Congreso un proyecto de ley que proponía la construcción de un nuevo Palacio Legislativo en la manzana delimitada por las calles Entre Ríos, Combate de los Pozos, Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Rivadavia. La ubicación buscaba marcar el eje cívico de la ciudad, con la Avenida de Mayo uniendo simbólicamente a los poderes Ejecutivo y Legislativo, en sus extremos.

En 1895 se organizó un concurso internacional de proyectos. Participaron 28 arquitectos de distintas nacionalidades, y el ganador fue el italiano Vittorio Meano, autor también del Teatro Colón. Su diseño integraba elementos academicistas, clásicos y eclécticos, y destacaba por una majestuosa cúpula de 80 metros de altura que dotaría al edificio de monumentalidad y valor simbólico.

Las obras comenzaron en 1898. En paralelo, por iniciativa del senador Miguel Cané, se sancionó la Ley 4869, que creaba la Plaza del Congreso frente al Palacio, en terrenos expropiados. Aunque el edificio aún no estaba terminado, en 1906 se decidió iniciar allí el período de sesiones parlamentarias. Fue así que, el 12 de mayo, el Congreso Nacional se estrenó en medio del polvo de obra, en un acto que marcó un hito en la historia institucional argentina.

El Palacio del Congreso fue terminado en 1946, con la colocación del revestimiento de mármol en su fachada. Décadas más tarde, el 28 de diciembre de 1993, el edificio fue declarado Monumento Histórico y Artístico Nacional por decreto del Poder Ejecutivo, que destacó su valor estético, arquitectónico e identitario.

Hoy, el Congreso continúa siendo mucho más que un edificio. Es el escenario donde se representa la voluntad popular, el espacio donde se debaten leyes, se confrontan ideas y se expresa la palabra política. 

Fotos: GCBA