Por Francisco Sciaky
La próxima 40ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se prepara en un contexto de fragilidad extrema. Con más de setenta años de historia y prestigio, hoy asoma con apenas dos programadores estables, sin un presupuesto claro y sin una visión estratégica que lo sostenga. “Es imposible pensar un festival sin criterios de programación propios, ni lógica de mercado ni apoyo institucional”, advierte Nicolás Vetromile, montajista y delegado de ATE INCAA
El golpe más duro lo sufre el propio INCAA, pilar central del sistema de fomento cinematográfico. Entre retiros voluntarios forzados, pases a disponibilidad y cesantías, más de quinientos trabajadores perdieron su empleo. “Ves a tus compañeros en la calle y enfrentás una sobrecarga insoportable de tareas”, relata Vetromile. El 3 por ciento del PBI que representaba el sector audiovisual hasta 2023, con 100 mil empleos directos y casi 700 mil indirectos, se deshizo en pluriempleo y subempleo, un fenómeno que el entrevistado califica como “uberización”: técnicos calificados que, sin proyectos ni fondos, terminan manejando un auto para llegar a fin de mes.
La peripecia no termina en el terreno laboral. Plataformas como Cine.ar TV y Cine.ar Play, hasta ahora bajo el paraguas del INCAA, pasaron a depender de un vocero oficialista. “Su supervivencia corre peligro: podrían cambiar criterios de exhibición y priorizar propaganda por sobre diversidad de contenidos”, señala Vetromile. En su opinión, el traspaso de derechos a un ente político erosiona la independencia editorial y la garantía de acceso público a la obra audiovisual nacional.
Para revertir el deterioro, Vetromile apela a recuperar herramientas vigentes en la Ley de Cine: imponer el impuesto del 10 por ciento a las plataformas de streaming, restablecer la cuota de pantalla y el proteccionismo audiovisual, y ofrecer créditos blandos para salas independientes. Reclama la formación de público desde el jardín de infantes hasta la universidad, el refuerzo de cineclubes y la expansión federal de festivales. Propone, además, la creación de una verdadera Cinemateca Nacional como centro de conservación, restauración y difusión del patrimonio fílmico.
“Sin un sistema de fomento sólido, sin una política de ingresos y sin respaldo institucional, el cine argentino pierde su soberanía cultural”, advierte. Más allá de cifras y decretos, el grueso impacto humano –la angustia diaria, el miedo a encender el teléfono y ver otro telegrama de despido– subraya la urgencia de un plan que incluya a técnicos, guionistas, productores, asociaciones profesionales y organismos de crédito.
En un momento donde muchos se resignan al silencio, la voz de Vetromile resuena como un llamado a la acción: “El cine es mi vida, y no voy a dejar de denunciar esta crisis. Defender nuestra industria es defender nuestra identidad“. Con ese espíritu, su testimonio apunta a reavivar el compromiso colectivo para garantizar que el próximo festival sea el punto de partida para la reconstrucción del cine argentino.