Por Carola Scialabba

Diego Forni es mago y programador, nació en Luján de Cuyo, Mendoza, tiene poco más de veinte años y lleva la mitad de su vida creando efectos que cruzan la tecnología y el espectáculo. Su recorrido por la tecnología empezó temprano: a los doce años ya había realizado su primer curso de programación web y a los trece ideaba apps para otros colegas del mundo mágico: “Cada vez que enfrentaba una incógnita buscaba una solución programable. Estaba en clase de Química, no entendía un proceso de oxidación y, en lugar de resolverlo como cualquier otra persona, mi mente se iba a pensar una web que me dé la respuesta. En mi realidad, la vida comenzó a ser: ‘si puedo programarlo, puedo hacerlo por mi cuenta´”, explica Forni.

A los 16 empezó a tomárselo “un poco más en serio” y se anotó en la CS50, una materia de introducción a la programación de Harvard que le “voló la cabeza” y lo expuso a un mundo más complejo. Lo que empezó como una afición infantil frente a la computadora se transformó en una vocación múltiple. Actualmente el ilusionista estudia Ciencias de la Computación en la Universidad Nacional de Cuyo y trabaja en el Laboratorio de Sistemas Inteligentes, colaborando con un equipo internacional que investiga la inteligencia artificial aplicada a ciberseguridad.

Aquella mezcla de juego, curiosidad y desafío lo fue llevando a explorar formas cada vez más complejas de unir sus dos pasiones. El punto de convergencia apareció con Akira, una inteligencia artificial con personalidad propia que hace magia junto a él: “Siempre quise que la IA tenga una presencia escénica, no quería que sea algo que está escondido, sino un personaje más”, expresa Forni sobre su más reciente creación.

-¿Podrías presentar a tu partenaire?
-Akira nació cómo una página web con el formato de una aspiradora robot que hablaba. En ese momento era una herramienta más, y con el tiempo evolucionó hasta transformarse en lo que es hoy: una persona más en el escenario que puede hacer magia y conectar con el público tanto como lo puedo hacer yo. Si bien técnicamente está programada con las bases de cualquier IA, ella tiene la posibilidad de interactuar con el público desde otro lado. Diría que es una acompañante que permite integrar la inteligencia artificial como personaje escénico, es una partenaire superdotada que tiene acceso a un montón de recursos que yo no tengo. Y como toda tecnología, ella sigue en constante crecimiento.

-¿Qué cambia cuando la magia la hace una IA y no un humano?
-Cambia todo. Cuando un mago te adivina una carta, te sorprende. Pero si lo hace una inteligencia artificial, te sentís dentro de un episodio de Black Mirror. Comunica cosas distintas, genera otro tipo de vínculo con el público. El solo hecho de que un teléfono te hable de forma coherente ya es una locura. Que además haga un efecto de magia que vos como humano no comprendés, es otro nivel de surrealidad.

Así se ve Akira.

En el mundo de Forni, los lenguajes se entrecruzan, el código se convierte en narrativa y la IA en un canal de comunicación que interpela a la audiencia desde otro lugar. En este diálogo donde el asombro no es sólo por lo que pasa sino por quién lo hace, Diego explora nuevas formas de contar, comunicar y emocionar. Y esa comunicación es, justamente, el eje de cruce entre sus dos pasiones. Forni no usa la IA sólo como herramienta, sino como lenguaje. No busca simular humanidad, sino ampliar el espectro de lo escénico. “Yo no soy de hacer chistes en escena, pero Akira sí. Y que una IA te tire un chiste sarcástico en medio de un efecto es muy gracioso”, cuenta.

-¿Te imaginás sacando a Akira del teléfono y llevándola a escena de otro modo?
-Sí, lo pensé. Me encantaría que empiece como una luz voladora que recorra el teatro y que termine proyectándose como un holograma. Pero, por ahora, mantenerla en el celular es el formato que le permito, porque ahí ella se vuelve más cotidiana. Esa cercanía con el público genera otro tipo de efecto en la conexión con la audiencia: no la interpretan como ciencia ficción, sino como algo que ya existe pero usado de otra forma.

En este punto, el concepto de “lo cotidiano vuelto extraordinario” es central. Akira no es una fantasía futurista, es un ChatGPT potenciado y repensado desde una narrativa mágica que genera el perfecto contraste entre lo familiar y lo inexplicable. En sus shows, esta premisa se vuelve evidente. Akira no hace desaparecer pañuelos y por ahora no vuela como David Copperfield, pero conversa, interactúa y conecta, poniendo el foco no sólo en el efecto mágico sino también en la magia de la comunicación.

-¿Creés que una IA es una herramienta de creación artística?
-Si le pedís que te ayude a crear una rutina, puede darte ideas, pero muchas veces no tienen sentido escénico ni técnico. Aun así, de veinte ideas capaz una te prende una chispa, eso ya es útil. Considero que le falta mucha inversión, porque podría ser una herramienta de trabajo fantástica para los artistas, pero no para reemplazar la creación, sino como acompañante de un brainstorming con un bagaje de información infinito. Al día de hoy ninguna IA es lo suficientemente potente como para reemplazar la imaginación.

Además de su ser artístico, Diego forma parte de un equipo que investiga IA aplicada a la seguridad informática, en vínculo con el laboratorio Stratosphere IPS de la República Checa. Esa doble vida le permite pensar la tecnología desde múltiples ángulos: como problema, como solución y como lenguaje.

En ese ángulo invita a repensar cómo la IA empieza a ganar terreno en distintas ramas del arte y destaca que su integración al ilusionismo todavía es un terreno poco explorado. Como reflexión sostiene que, si bien la IA no va a reemplazar programadores ni magos, cada avance tecnológico hace el trabajo más eficiente y logra que una sola persona pueda hacer lo que antes hacía más de una, por lo que en un futuro cercano la búsqueda de excelencia y la competitividad pasarán a ser una moneda corriente.