Por Sofía Rossi Sauer
Silvina Inocencia Ocampo nació el 28 de julio de 1903 en el centro de Buenos Aires, en una de las familias más influyentes de la alta sociedad porteña. Fue la menor de seis hermanas y educada por institutrices francesas e inglesas en su propia casa. Su niñez transcurrió entre Capital Federal, la mansión Villa Ocampo en San Isidro, el terreno de Pergamino y la estancia familiar en Córdoba. Además, una vez por año viajaba a París. Sin embargo, detrás de la vida privilegiada, Silvina tuvo que afrontar a sus seis años la muerte de su hermana Clara, de once, a causa de una diabetes infantil. “Ahí supe que se había muerto. Después me pusieron un cinturón negro en signo de duelo. Entonces lloré. Pero lloré porque creía que había que llorar, porque había visto llorar personas alrededor. ¡Me sentía tan sola!”, le confesó a Mariana Enríquez durante la entrevista para el ensayo La hermana menor.
Su hermana mayor, Victoria Ocampo, fue la fundadora de la revista Sur y una figura clave en la literatura argentina. Victoria ejercía el poder en los salones intelectuales del siglo XX, pero Silvina eligió (o fue obligada a ello) un camino más solitario e introspectivo.
En su juventud estudió pintura en París con Giorgio de Chirico y Fernand Léger, pero pronto se inclinó a la literatura. Su primer libro de cuentos, Viaje olvidado (1937), pasó desapercibido en su momento, aunque hoy en día es reconocido como una obra pionera del género fantástico argentino. A esa primera publicación le siguieron más de una docena de títulos de cuentos y poesía atravesados por temas como la crueldad infantil, la ambigüedad moral y el extrañamiento de lo cotidiano.
A diferencia de su hermana Victoria, Silvina rechazó el lugar de anfitriona o figura pública. Su estilo literario y perturbador fue una forma de separarse de lo que Victoria quería aparentar desde Sur. Aunque en ocasiones tuvieron publicaciones en conjunto, la relación entre ambas fue distante y, por momentos, hostil. Silvina nunca encajó del todo en el círculo cultural que estaba en manos de Victoria, quien construía redes con los nombres más importantes de la literatura del siglo mientras ella se encerraba en un mundo propio mucho más misterioso y menos diplomático. Ese contraste dio lugar a una rivalidad silenciosa que duró toda la vida.
En 1940, Silvina se casó con el escritor Adolfo Bioy Casares, con quien compartió una relación compleja, entre la admiración intelectual, el dolor y la distancia emocional. Vivieron en la calle Posadas, en una casa donde también estaba Jorge Luis Borges, amigo literario de la pareja. Juntos publicaron una célebre Antología de la literatura fantástica y otras colaboraciones, pero el lugar de Silvina en ese trío literario siempre fue marginalizado por la crítica. Sin embargo, a lo largo de su carrera, fue reconocida con premios como el Nacional de Poesía (1962) y el Municipal de Literatura (1954).
SUS ESCRITURAS CON CONTENIDO DE GÉNERO Y SEXUALIDAD
En Los funámbulos (1937), a través del personaje de Valerio, un niño que juega en secreto con muñecas hasta ser reprimido por su madre, Silvina expone la violencia simbólica que pesa sobre las expresiones no normativas de la niñez. La autora retrata cómo los mandatos de género son impuestos socialmente y no forman parte de la naturaleza infantil. El cuento visibiliza, ya en ese entonces, cómo las construcciones de género limitan la libertad y la sensibilidad de los niños desde edades tempranas.
Relatos como El vestido de terciopelo, Amada en el amado y El pecado mortal permiten abordar temas como los mandatos estéticos, los vínculos posesivos y el abuso sexual vinculado a la religión. Su libertad sexual se vio reflejada en los rumores de sus amantes y de su apasionamiento con la escritora Alejandra Pizarnik, con quien se enviaba cartas demostrando su afecto.

“Silvina Ocampo se caracterizó por escribir mucho, pero publicar poco, y durante las décadas de 1930, 40 y 50 no fue de las autoras más reconocidas”, detalla el escritor y profesor de historia Guillermo Cao, y explica: “Muy posiblemente los críticos y escritores veían en ella a la esposa de Bioy Casares y a la amiga de Borges y no entendieron o no quisieron descubrir que ella tenía un estilo personal muy original y no intentaba copiarlos, a pesar de la indudable influencia de ambos. Recién a fines de los años 70 y en los 80 fue realmente descubierta como una autora original. Su aporte principal es el manejo de la fantasía mezclada con datos autobiográficos, el humor muchas veces no comprendido, la metamorfosis de sus personajes y objetos, la reflexión sobre temas infrecuentes, sobre todo para una autora de su época, como la psicología, el sexo, etc. Todo esto expresado con un lenguaje muy rico y hasta novedoso para una mujer, que escribe muchas veces en primera persona tanto masculina como femenina”.
Muchas de sus obras más poderosas, como Invenciones del recuerdo o La torre sin fin, fueron publicadas tras su muerte el 14 de diciembre de 1993, luego de años de reclusión causados por el avance del Alzheimer.