Por Vera Boussy

Estrenar una ópera prima en medio de un contexto de ajuste cultural no es tarea sencilla. Así lo vivió la directora de “La ruptura”, Marina Glezer, película presentada en el Gaumont en agosto de 2024, cuando las políticas de desfinanciamiento ya comenzaban a golpear de lleno a la industria cinematográfica argentina. “Fue un año muy particular para estrenar mi ópera prima. El acuerdo con el FMI y la reestructuración de la deuda trajeron la ruptura del proyecto social, cultural y político del país, también pérdida de soberanía. La cultura fue la primera en ser avasallada con la excusa de la batalla cultural para acallar voces”, recuerda Glezer.

El film se concretó gracias a un sistema de producción autogestivo e independiente, con el apoyo del INCAA y de la productora uruguaya Nadador Cine. “Recibí fondos públicos en Uruguay. Es difícil conseguirlos, hay que competir con muchos proyectos. En Argentina también, pero “La ruptura” fue elegida tanto por el INCAA como por la Agencia de Cine Uruguaya. Todo ese entramado lo armé yo a fuerza de perseverancia y paciencia”, explica.

Para la directora, la actual crisis del INCAA forma parte de un proceso de debilitamiento institucional iniciado en 2015. “El mercado y la lógica corporativa fueron ganando terreno sobre la producción nacional. Hoy vemos concursos de Netflix para cortometrajes, lo que refleja la concentración del poder creativo y económico en manos de las plataformas globales”, señala, y agrega: “Todas las expresiones del cine argentino tienen que existir, tanto las del mainstream como las del cine independiente. Nosotros teníamos una industria competitiva, teníamos nuestra propia industria nacional, y ahora trabajamos para una industria más grande que selecciona a través de la rigurosidad y las reglas del mercado lo que no hace el Estado, o sea, los grandes consorcios en contra del propio Estado”.

La ruptura se estrenó en agosto del año pasado.

La comparación es contundente: sin políticas activas, el cine argentino queda relegado frente a las majors de Hollywood. “Desfinanciar la cultura nacional es controlar la producción de sentido. Limitar la representatividad y la cohesión daña a la democracia. Sin cine, sin música, sin libros, ¿qué queda para conversar o compartir en una sociedad?”, se pregunta.

Consultada sobre el futuro del INCAA, advierte que la continuidad dependerá de la voluntad política. “En Buenos Aires existen políticas culturales que protegen y estimulan, pero no alcanza. El INCAA era un ente autárquico que redistribuía para fomentar y producir cine de manera democrática. Ahora trabajamos para empresas como Amazon, Netflix o Disney, que se llevan los productos terminados mientras acá se desmantelan derechos laborales y gremiales”.

La desigualdad de género también atraviesa su mirada sobre la industria. “No es lo mismo una mujer dirigiendo por primera vez que alguien con veinte películas. No es sólo mérito, es oportunidad. Y esas oportunidades debería multiplicarlas el Estado. Hoy este gobierno es dictatorial en términos culturales: censura y desfinancia como hicieron en otras épocas para destruir la industria nacional”.

En lo personal, su identidad también se forja desde la memoria. “Una frase que me marcó desde la infancia es ‘no te olvides’. Me la repetían cuando volvimos en democracia, después del exilio. Desarrollé la capacidad de querer memorizar y no olvidar. Eso me guía hasta hoy”. Y, al definir al INCAA en una sola palabra, no duda: “Necesario. Como la AFA en el fútbol, el cine nacional es parte de nuestra identidad cultural. Romperlo sería un absurdo”.