Por Matías Pérez
Con lentes redondos, arito en la oreja izquierda, barba y pelo canoso, Tony Valdez es un personaje del fotoperiodismo en sí mismo. A sus 67 años, y consciente de parecer más joven, es un alma inquieta que encontró en su profesión un boleto perfecto: la excusa para viajar y satisfacer su espíritu curioso que hoy disfruta de su casa serrana en Córdoba. Desde 1982 ejerce el periodismo desde la fotografía, aunque originalmente se recibió de diseñador gráfico. “Siempre me había gustado la fotografía, pero me parecía más limitada al laboratorio (al revelado y ampliación) cuando la estudié en Diseño”, recuerda.
Sin embargo, gracias a la agencia de publicidad donde trabajó como director de arte, comenzó a tejer su propia red de contactos locales y extranjeros que cambiarían su rumbo. “Me conecté con la agencia Black Star de Estados Unidos y les mandé algunas fotos que les interesaron. Me propusieron cubrir la llegada del Papa Juan Pablo II, en 1982, con una mirada distinta a la de la prensa, que reflejara el backstage de la visita. Ni siquiera tenía acreditación”, resalta sobre su primer trabajo como reportero gráfico. Ese mismo año también empezó a colaborar con el semanario Nueva Presencia, para el que fotografiaba las rondas de las Madres de Plaza de Mayo.
Estas experiencias le hicieron descuidar su puesto como director con un resultado exitoso: “El dueño de la agencia me apreciaba mucho. Me dijo que yo estaba para otra cosa y que me iba a echar -en el buen sentido- para indemnizarme y con esa plata iniciar mi nueva carrera”. Y así fue. Con ese dinero pudo viajar a Bolivia para fotografiar a los marines de los Estados Unidos que quemaban plantaciones de coca. Vendió ese trabajo en Francia y, con el cobro, fue a Chile para cubrir las jornadas de resistencia al gobierno de Pinochet.
Su afán de “mostrar lo que los otros no” lo llevó a trabajar de forma independiente para medios como Página/12, la revista Siete Días, Editorial Abril y la agencia francesa Rapho. Con ello, retratos de Maradona, Néstor Kirchner, Carlos Saúl Menem, Mercedes Sosa y un sinfín más de personajes formaron parte de su portfolio y material de venta como archivo.
La variedad de sus reportajes fotográficos ejemplifica la búsqueda de enfoques no tradicionales que lo caracteriza como profesional. Un hombre que se disfraza de “Batman solidario” para llevar alegría a niños hospitalizados en La Plata, el mundo de las luchas de sumo, partidos de pato –deporte nacional–, la celebración del toreo de la vincha en Jujuy y la práctica del sadomasoquismo gay, son algunas de los temas documentados durante su trayectoria. Además, ser curador de muestras también le permitió plasmar su mirada artística para organizar y jerarquizar piezas fotográficas y contar con ellas una historia.
Quien no esté familiarizado con la fotografía se asombraría al saber que Valdez no mira sus capturas mientras cubre. Cree que “muchos fotógrafos se pierden buenas tomas por ver el visor de la cámara” y recela del abuso de la “ráfaga al estilo ametralladora” para fotografiar la mayor cantidad de instantes: “Eso no asegura una buena foto, sino el estar atento”.
-¿El fotoperiodismo se precarizó con el correr del tiempo y el cambio tecnológico?
-Cuando empecé, a nivel internacional era una profesión reconocida y prestigiosa. En la Argentina, al retornar la democracia, el periodismo en general también así era visto. Si estabas en un diario, otro te ofrecía más dinero para contratarte porque competían entre sí por la calidad visual y de sus periodistas. Sin embargo, hoy eso se perdió porque la dirección de los medios es manejada por los departamentos de administración. Entonces, la profesión entró en una etapa de mediocridad grave por un tema económico o falta de importancia, en el sentido de lo que se informa y cómo, ligado también a la precarización. A pesar del contexto global de la hiperabundancia de imágenes, el uso del celular y de las redes, se sigue valorando a los fotógrafos, aunque esto no lo vea en la Argentina. No bajó la calidad del fotoperiodismo, sino de lo que se ve. Conozco excelentes profesionales cuyos trabajos dan gusto, pero sus fotos después no se publican.
-Si de reconocimiento se trata, además de ser premiado por la Asociación de Periodistas de São Paulo con el Vladimir Herzog sobre Derechos Humanos por tu trabajo con Madres de Plaza de Mayo, también ganaste el primer premio al reportaje fotográfico por el 120° aniversario del diario La Nación con el mismo trabajo que fue nombrado como Mejor Ensayo Fotográfico por la Confederación Sudamericana de la Salud en Bolivia…
-Así es. Se trató de un trabajo que hice con el periodista Roberto Jáuregui, uno de los primeros enfermos de VIH en Argentina que dio a conocer su situación abiertamente. Estuve casi un año con él con el objetivo de mostrar que alguien con VIH era una persona como cualquier otra. En ese entonces existía el prejuicio de que eran todos drogadictos, homosexuales. No mostré la enfermedad en sí, salvo algunos cambios de él, sino que la idea era documentar la vida cotidiana de alguien que coincidentemente era enfermo de VIH. Ganar esos premios fue una sorpresa, sobre todo el de La Nación, por ser muy prestigioso.
-Otra faceta tuya es la de docente. Llevás casi 30 años dando clases de fotoperiodismo…
-Sí. Y el inicio fue azaroso, nunca lo había pensado. Me lo propusieron en un foto club de Buenos Aires. Di vueltas para aceptar, pero me hincharon tanto que lo hice y fue un descubrimiento. Me permite repartir conocimiento, incentivar, generar curiosidad y me obliga a subir mi techo. Por eso continúo. En mis talleres trabajo con el ida y vuelta de los alumnos y hasta les hago entrevistas previas a los interesados para formar grupos homogéneos en base a esa interacción. No soy muy amigo de bajar línea con la técnica, sino que creo que lo importante es la mirada.
-Entonces no tuviste un título explícito como graduado de fotoperiodismo y docente, sino que te formó la experiencia.
-Totalmente. Yo, como fotoperiodista soy autodidacta.