Por Luz Moreno
La primera vez que Jorge Eckstein entró al edificio, fue por el balcón. La basura en su interior llegaba hasta los arcos de las paredes y tapaba la entrada. Por lo que un día de diciembre en 1985, subió por una escalera y entró por el balcón, miró por detrás del desastre y logró ver los detalles de una casa que era parte de la memoria de la ciudad. En el momento no entendió por qué, pero dijo al aire: “Esto está todo hecho”.
Eckstein describe su llegada al edificio como destino, algo que sucedió porque se dieron ciertas condiciones y los presentaron. En un principio, él no planeaba convertirla en la atracción turística que es hoy, sino que tenía en mente instaurar un negocio gastronómico. Pero las vueltas de una remodelación que tomó 25 años cambiaron por completo su idea.
En el barrio de San Telmo, sobre la calle Defensa 755, una casona con su fachada remodelada no da indicios sobre el viaje en el tiempo que ocurre dentro. Construida en el siglo XVIII, la casa contó con miles de habitantes a lo largo de los tiempos y vio a Buenos Aires desde que era un pequeño pueblo creado por las actividades en el puerto del virreinato, hasta la megalópolis en la que se ha convertido. Durante ese tiempo cumplió con dos funciones principales: el hogar de la familia Miguens y un conventillo en el siglo XX.
Eckstein no tardó en entender que en algún momento el edificio había sido una casona, delatada por el mirador entre el segundo y el tercer patio que, además de demostrar un estatus socioeconómico, se utilizaba para mirar al río. Los tres patios tenían distintos usos. El primero estaba dedicado al recibimiento de huéspedes o invitados y la realización de tertulias. La familia dormía en el primer piso con vista al segundo patio, donde estaba el comedor. El tercer patio era para los sirvientes, esclavos, el carruaje y la cocina.
Durante la remodelación se creó un desnivel en el piso que dio vuelta el propósito del proyecto. La madera de una parte del fondo de la casa se hundió y, al levantarla, encontraron las ruinas de una cisterna. Por definición, una cisterna es un depósito subterráneo donde se recoge y conserva el agua de lluvia o la que se trae de algún río o manantial. A diferencia de los pozos de balde, más precarios y para familias menos adineradas, era mucho más sanitaria. La cisterna tenía azulejos franceses en su interior y, según testimonios de viajeros de la época, parece que las familias de la zona tenían tortugas marinas viviendo allí para oxigenar y purificar el agua.
El descubrimiento obligó a excavar por debajo de la casa. De a poco encontraron más arcos, lo que indicaba que en los alrededores del año 1700, cuando el nivel del piso era más bajo, existía una casa previa a la casona de la familia Miguens. En las excavaciones se encontró una segunda cisterna. Entre los escombros que se iban extrayendo, aparecieron piezas históricas que hoy están exhibidas, como botellas de vidrio de su momento como conventillo, muñecas africanas de los esclavos de la casona, peinetas de las mujeres de la familia. Cuando finalmente llegaron al fondo, encontraron algo que ni los arquitectos ni los arqueólogos esperaban: un túnel.
De más de tres metros de alto y paredes de ladrillo erosionadas por el agua, el túnel había sido construido debajo de la casona por los Miguens para contener la corriente del agua luego de la lluvia que inundaba la ciudad. Cada familia se ocupaba de la construcción debajo de su lote, conformando uno de los primeros sistemas hidráulicos junto con las cisternas.
Se encontraba lleno de escombros y era difícil de acceder. Al ver los movimientos en la casa, un vecino de 84 años preguntó sobre la situación y, cuando se enteró del hallazgo, exclamó: “¡Por fin lo encontraron!”. Es que el hombre había vivido toda su vida en un conventillo a la vuelta, sobre la calle Lima, en el que de pequeño jugaba a escabullirse por una trampa de madera en una de las habitaciones y correr por los túneles hasta salir por el otro lado, por la casona de la calle Defensa.
Al percatarse de que había varios túneles y que estaban conectados, Eckstein se encargó de conseguir la propiedad de los otros de la cuadra. En 1892, el gobierno había instalado la red de agua corriente, por lo que los túneles quedaron secos y sin propósito. Algunas familias los utilizaron de sótano, mientras que la mayoría, como los Miguens, los rellenaron y se olvidaron de ellos.
Las corrientes de agua que recorrían estos túneles provenían de dos fuentes: el primero, el ramal este, venía de donde hoy se encuentra la estación Constitución. El segundo, el ramal oeste, de la avenida 9 de Julio. Casualmente, ambos se encontraban en Defensa debajo de la casa de los Miguens. Esta unión provocaba un zanjón de agua que desembocaba en el río que estaba sobre Paseo Colón.
El ambiente en el subsuelo cambia por completo. De repente se siente una frescura en la piel gracias a los conductos de aire de estilo romano que ayudan a la circulación de oxígeno, las luces cálidas y los techos bajos que contribuyen al sentimiento de misterio. El guía explica que incluso hoy, si se baja a los túneles después de que llueva, se escucha el correr del agua, que siempre busca su camino natural.
Eckstein no tiene otro plan a futuro para el edificio más que mantenerlo abierto, dice que “lo más lindo en la vida es dar, mucho mejor que recibir”. “El zanjón”, como se nombró al museo, está abierto y funciona como un testimonio para la sociedad porteña no solo del pasado, sino también de que algunas cosas, como la fuerza del agua y el destino, intervienen en nuestras vidas. Depende de nuestra mirada ver más allá del escombro.