Por Bárbara García Gaitano
“No soy una perdida. No soy una drogadicta, ni una loca de mierda. Ni mucho menos una pendeja irresponsable e inconsciente. Yo sólo era una fanática más en un recital de rock”. Con 26 años, Mauge -como María Eugenia Macchi prefiere que la llamen- vive atada a un pasado que no puede dejar ir: aquella noche trágica del 30 de diciembre de 2004 la marcó a sangre y fuego.
Con su voz de terciopelo simula ser omnipotente. Pero la coraza de “Mujer Maravilla” esconde a una chica sensible, nostálgica y frágil. De pronto, un sentimiento de bronca y angustia se apodera de ella, el nudo en la garganta comienza a arder y una tímida lágrima quiere salir. “Tenía sólo 16 años y era súper fanática de Callejeros”, plantea con tristeza María Eugenia al recordar aquel regalo de fin de año de su madre: dos entradas para el recital en Cromañón.
Mauge estaba feliz, tenía toda una vida llena de esperanzas: terminar el secundario, vivir el viaje de egresados anhelado y, luego, hacer el ingreso a la escuela de danzas. Sin embargo, el destino cambió sus planes y pasó Cromañón, dejándole a su paso ataques de pánico, fobias, sentimientos de culpa y una pregunta incandescente: “¿Por qué a mí?“.
“Yo creo que aquella noche me morí, cuando abrí los ojos no sabía si era el cielo o el infierno”, recuerda. En esa película de horror, Mauge fue protagonista involuntaria de un desastre evitable e injusto, de una masacre que se robó la vida de 194 personas. Una tragedia que se llevó a la tumba el sueño de miles de chicos, incluidos los suyos. Esa noche Mauge sólo quiso divertirse como cualquier adolescente, juntarse con los pibes a tomar unas birras y disfrutar del show de Callejeros. Logró sobrevivir, pero su mamá cree otra cosa: “Esa noche se fue mi hija y vino otra persona“.
El dolor atravesó a familiares de víctimas y sobrevivientes por igual, y fue el disparador para la creación de Familias por la Vida, una organización no gubernamental en la que Mauge trabaja desde hace ya dos años. Más allá de las adversidades que sufrió, su amor y fe deslumbran en cada acto que ejecuta. Su virtud en Familias es ayudar incondicionalmente, aun cuando el dolor del recuerdo la lastime. Fiel a sus convicciones de justicia, conciencia social y memoria colectiva, decidió estudiar abogacía para evitar que “pasen más Cromañones”.
Mauge estudia abogacía para que nadie más tenga que vivir lo que le tocó a ella
Desde la experiencia diaria de trabajar con ella en la ONG, y como otro sobreviviente de Cromañón, Facundo Dima, el Peke, afirma que Mauge es “una gran compañera que transmite mucha luz y contención; una amiga incondicional que motiva a perseguir sueños”. Peke estalla en un mar de risas al recordar lo desopilante que puede ser Mauge: “El año pasado estábamos todos en la Legislatura presionando para entrar a reclamar una ley de Reparación Integral, y después de varios intentos fallidos, de la nada, comenzó a cantar el himno. Ella cantaba seria y afinaba, pero a nosotros nos pintó la risa, y es eso lo que la hace brillar. Es una loca linda”. Verborrágica e insurgente, Mauge canta simplemente para dejar atrás su tristeza. Para Isabel, madre de una víctima y compañera en Familias, Mauge canta como los dioses. “Es como un jilguero que me alegra los días”, asegura.
Después de aquella noche nefasta, Mauge nunca volvió a ser la misma: “Cromañón me llevó a ser no normal”. Muy a pesar de su perseverante lucha, el insoportable e inexplicable dolor la corroe por dentro, los recuerdos indelebles de la tragedia brotan y trastornan su cotidianidad. Transcurridos 10 años, hoy es su momento de inflexión y, en una melancólica voz, confiesa que este año pondría fin a su ciclo en la ONG. El tiempo dirá si su mejor amiga tuvo la razón cuando le advirtió: ”Mau, si todos los días te levantás la cascarita, nunca te va a cicatrizar”. Como futura abogada, su voz será un baluarte en la lucha contra la injusticia y el olvido de los inocentes.