Por B. Antón, M. Mendeluk, M. Nacinovich, C. Papandrea.
-¿Qué lo hizo llevar al cine El sueño de los héroes?
-El sueño de los héroes es algo diferente. Primero, porque no es un relato realista, es decir, que está dentro de lo que se definió como realismo mágico en la literatura latinoamericana. Y en mí produjo una fascinación que sigue hasta el día de hoy. Bioy Casares fue un escritor quizás con excesiva cantidad de obras, pero “El sueño de los héroes”, “La invención de Morel” y “Dormir al sol” fueron grandes libros. Es muy difícil que alguien que haga cine, lea “El sueño de los héroes” y no piense: “¡Qué película sería esta!”.
-Usted en realidad quería llevar la obra a la ópera, ¿por qué no lo hizo?
-La idea era esa, y ahí lo conocí a Bioy. A él no le gustaba la ópera, e incluso me dijo que le iba a dar risa cuando vea cantando a sus personajes. El cine es lo primero que se me ocurrió para adaptar la obra, pero luego pensé que podía ser una ópera, ya que, desde el punto de vista de la producción, en Argentina no es común que se filme una película tan complicada y tan cara.
-¿Le hizo leer el libro a los actores?
-Casi todos los que hacían papeles importantes lo leyeron. No como parte del trabajo, pero yo lo recomendaba como placer.
-¿Cómo es adaptar una obra literaria para cine?
-De todas las películas que hice basadas en novelas, “El sueño de los héroes” fue en la que más me mantuve fiel al material original por muchas razones. Creo que la relación entre la literatura y el cine debe ser muy libre por parte del cineasta, lo cual me ha costado muchas peleas con varios de los autores. De hecho, a algunos les digo que no quiero filmar su libro, sino filmar mi película.
-¿Se siente identificado con la frase de Bioy que dice: “Somos crueles cuando escribimos y no tenemos ningún inconveniente en torcerles el cuello a nuestros héroes”?
-A mí no me pasa porque habitualmente uno cuenta historias acerca de personas que le caen bien. Por ejemplo, yo quiero mucho al protagonista de “La tregua”, y Emilio Gauna, el pibe de “El sueño de los héroes”, me da pena. En la mayoría de los casos me caen bien los protagonistas de la película que filmo.
-La importancia de las mujeres en su vida y en la de Bioy, y la coincidente característica trágica que tienen sus producciones, ¿fueron fundamentales a la hora de inclinarse por una obra de él?
-A mi juicio, el núcleo de la novela es el hecho de que alguien no recuerda qué le pasó, pero tiene la certeza que lo que ocurrió es lo mejor que le sucedió en la vida. Eso me parece genial. El personaje de Clarita es extraordinario porque además de apasionarle las máscaras, tiene una cuota de identidad y una voluntad fuerte. Mi propia atracción por ese personaje es la causa del mayor defecto de la película, porque si analizo el relato, creo que me equivoqué en dedicarle tanto tiempo al romance. Eso quizás le quitó tensión al núcleo, que es que el tipo no pueda recordar.
-¿Cómo era su relación con Bioy?
-Entre su identidad y la mía hay diferencias muy poderosas. Él era un aristócrata rico, pero más allá de eso, tenemos un amor por la elegancia interior. Era un tipo al que le fascinaban las mujeres, se lo podía ver a los setenta y pico de años con una piba de veinte y no provocaba la sensación de rechazo que suelen provocar esas imágenes. Era un tipo muy pintón, pero de todas maneras, aunque la gente pensaba que en nuestros encuentros siempre hablábamos de mujeres, nunca lo hacíamos, hablábamos de libros. Yo lo quise mucho y él quedó contento con mi trabajo. Vio la película sentado al lado mío y la revista Gente sacó una nota titulada “La tarde que Bioy lloró” porque él sintió que lo que vio en la pantalla reflejaba su novela. Con respecto a todo lo que se hizo con sus otras novelas, Bioy hablo mal, muy mal. Yo vi “El diario de la guerra del cerdo” y me parece frustrante por un error de casting.
-¿Volvería a montar una producción basada en otro libro de Bioy Casares?
-No, no hay otra obra de él que me guste tanto.