Por J. M. Caligiuri, F. Ferrari y M. Freier
Nadie nació siendo un influencer y no hay una escuela que lo enseñe. Son personas dentro del inconmensurable mundo digital haciendo su pequeño aporte de contenido, destacándose a partir de buenas ideas, constancia, tiempo de trabajo y una pizca de suerte.
Florencia Mompo, o @yogaflor, como la conocen en Instagram, con más de 50 mil seguidores, es la influencer focalizada en yoga más importante de Argentina y una de las más reconocidas de Sudamérica.
Baja y sumamente delgada, transmite tranquilidad, ya sea con su suave expresividad corporal o su tono de voz. Tiene 38 años, hace 16 que hace yoga y solo 8 que da clases. Antes trabajaba en Ciencias Políticas con especialización en terrorismo internacional. Sentía que la vida estructurada y sacrificada en la carrera de diplomática no era lo suyo y vio como alternativa dar clases de yoga, para lo que se había preparado casi sin saberlo durante varios años a modo de hobby. No fue una tarea fácil para alguien que venía de un mundo absolutamente terrenal pero, de la mano de su marido y compañero de vida, renunció a su trabajo y abrió su centro de enseñanza.
Su nueva vida había comenzado, pero no dejaba de ser una profesora más “del montón”, hasta que en 2013 conoció Instagram, se hizo su propio perfil e, imitando lo que veía en cuentas extranjeras relacionadas con el yoga, decidió comenzar a subir fotos explicando diferentes posturas, una suerte de mini clases online. ¿Cómo se destacó? Lo explica ella misma: “Lo que había era cursi, novelesco, quizás dramático, yo opté por un estilo que me funcionó: Directo, claro y sencillo”. Esto le valió duras críticas y hasta una indiferencia del ámbito en la Argentina, tildándola de comercial y hasta poco seria. Sin embargo, su método resultó exitoso. Hoy la cuenta @yogaflor tiene publicaciones que llegan a tener 50 mil visualizaciones y cuenta con varios sponsors de productos e indumentaria de yoga.