Por Mila Berti

Mariana Zaffaroni Islas nació el 22 de marzo de 1975 en Buenos Aires. Sus padres biológicos, Jorge Zaffaroni y María Emilia Islas, habían venido a la Argentina desde su Uruguay natal luego del golpe de Estado. Los tres fueron secuestrados el 27 de septiembre de 1976 en el domicilio donde vivían, en la localidad de Vicente López, y trasladados al centro clandestino de detención Automotores Orletti, en el barrio porteño de Floresta. Fruto de la colaboración entre ambos países sellada en el Plan Cóndor, Zaffaroni e Islas fueron llevados por la Fuerza Aérea Uruguaya a Uruguay, donde se supone que los asesinaron y desparecieron.

Mariana tenía un año y medio cuando ocurrió el secuestro y la separaron de sus padres. A fines de septiembre de 1976, Miguel Ángel Furci, integrante de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), la sacó de Orletti, la llevó a su casa y la anotó como hija propia bajo el nombre de Daniela Romina Furci.

La vuelta de la democracia, en 1983, reforzó las campañas de Abuelas de Plaza de Mayo para encontrar a sus hijos y nietos desaparecidos en la dictadura. En ese momento comenzó a circular la foto de una bebé buscada que no era otra que Mariana. Todavía niña, no sospechaba que había sido apropiada y creía las explicaciones de sus apropiadores cuando fueron citados por el juzgado.

Mariana se enteró de que no era hija de Miguel y Adriana cuando tenía 14 años. Todavía no sabía que la nena de la foto era ella. Fue un amigo de los Furci quien le dijo que no era hija de ese matrimonio. La causa judicial avanzó en paralelo a la investigación y los Furci fueron citados para someterse a los análisis genéticos, pero se fugaron. Finalmente, fueron localizados en 1991. El examen de ADN confirmó que Daniela Romina Furci era en realidad Mariana Zaffaroni Islas. El juez fue el encargado de explicarle quién era. Tenías 17 años.

La verdad la obligó a enfrentarse a una historia muy triste: más allá del contexto, su infancia y adolescencia habían sido felices, normales. “Fue bastante doloroso y me desarmó toda la vida que conocía. Sentía que estaban amenazando esa vida que había tenido con mis papás, o con quienes yo conocía como mis papás, que me la querían sacar”, cuenta hoy Zaffaroni. En un principio, no quiso tener contacto con su familia biológica ni aceptar su historia verdadera, quería seguir con su vida como la conocía. No quería aceptar su realidad.

Conoció a sus tías y abuelas poco después de que le confirmaran su identidad. “La relación con ellas al principio fue bastante difícil, no quería saber de ellas porque no recibí con alegría la noticia de que tenía otra familia. También fue muy difícil para ellas, que me buscaron todos esos años con la ilusión de que el día que me encontraron hicieran yo iba a ir corriendo. Y la verdad es que fue todo lo contrario”, recuerda.

La relación fue tensa durante años, pero su familia tuvo paciencia y respetó lo que sentía. Cuando nació la primera hija de Mariana, sus familiares, que viven en Uruguay, viajaron a Buenos Aires para conocerla. La experiencia de ser madre la ayudó a dejar el rechazo de lado. Hoy, afirma, tienen un “una relación muy linda”. “Tardó un montón, pero finalmente conseguimos establecer un vínculo. No tengo ningún problema con ellos ni ellos conmigo, así que todo bien; de vez en cuando nos vemos y hablamos”.

Hoy, Mariana Zaffaroni está casada y tiene tres hijos mayores, trabaja en la universidad como docente, y tiene un cargo de gestión, además de escribir libros. Cuando tiene tiempo viaja a Uruguay a visitar a su familia. Una vida, dice, “absolutamente normal”.