Por Sol Vega

Es el gran día. Una fresca mañana de 16 grados en Brasil, perfecta para correr el maratón de Blumenau. Mónica Cervera, entrenada como nunca y sin lesiones, se siente lista. Largan. Todo va perfecto, hasta el kilómetro 38. Una ampolla en su pie izquierdo comienza a reclamar su atención, obligándola a reducir la velocidad apenas unos segundos. Dieciséis segundos. Sólo dieciséis segundos, pero suficientes para no llegar a su gran objetivo: clasificar para los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. Los aplausos, el podio y una medalla son los símbolos del éxito en el deporte. Pero, ¿es eso realmente lo que define a un atleta de alto rendimiento? ¿Qué es aquello que no se ve detrás de la medalla?

Mónica Cervera es una destacada atleta argentina con más de 30 años de trayectoria en el deporte de alto rendimiento. Bi-campeona nacional de Maratón en 1998 y 2001 y medalla de bronce en el Sudamericano de Mar del Plata en 1998, representó al país en numerosas competencias internacionales. Actualmente, dirige su propio Running Team, que combina running con yoga y ofrece talleres de psicología deportiva para sus alumnos. Fue pionera en la integración de cuerpo y mente en la preparación física de atletas de todos los niveles.

¿Cómo empezaste a correr?
-Fui la primera de mi familia interesada en el deporte, influenciada por mi abuela, que era muy activa. Hasta los 15 años me consideraba una nerd enfocada en el estudio. Un día acompañé a correr a una amiga del secundario que competía en tenis, y descubrí que tenía buena resistencia. Dos meses después de esa experiencia, nos inscribimos a los 10 kilómetros de la maratón de Adidas con la ambición de quedar entre las diez primeras. Aunque no logré mi objetivo, ese día me di cuenta de que quería dedicarme al deporte.

¿Cómo fue tu transición hacia el alto rendimiento?
-A los 17 años, un entrenador que me vio en la pista corriendo me invitó a unirme a su grupo. Ahí empecé a entrenar en serio. Después del secundario, mis padres me dijeron que si quería estudiar, tendría que mantenerme sola. Así que a los 18 años estaba estudiando, trabajando y entrenando, pero no me iba bien en la facultad. Siempre fui muy estructurada y me exigía mucho en el estudio, así que a los 20 tuve que elegir si seguir estudiando o dedicarme al deporte. Me costó mucho tomar la decisión, pero finalmente decidí seguir mi pasión.

Cervera dirige su propio Running Team.

¿Cómo cambió tu vida al convertirte en deportista de alto rendimiento?
-Cambió todo: mi entrenamiento, mi alimentación y mi estilo de vida. Pienso que muchas veces la Mónica atleta absorbió a la Mónica real, con una vida regida por un estricto calendario de carreras y entrenamientos. Tuve que hacer varios sacrificios, pero no me arrepiento porque era lo que realmente me gustaba. Perdí momentos familiares y sociales importantes; pasé cuatro años sin celebrar Año Nuevo con mi familia y hubo cumpleaños a los que no pude asistir. El atletismo es solitario, y mi entorno se había limitado al mundo deportivo: era difícil que mis amigos de siempre comprendieran mi dedicación. Además, enfrenté la falta de apoyo familiar, especialmente de mi madre, a quien le costó aceptar mi elección de una carrera deportiva en lugar de un título universitario. Pero conté con el apoyo fundamental de mi ex pareja y entrenador. Él fue clave en mi carrera y siempre le estaré agradecida.

¿Qué obstáculos enfrentan los atletas de alto rendimiento en la Argentina en comparación a otros países?
-El sistema argentino carece de apoyos económicos y becas adecuadas. En otros lugares los atletas reciben financiamiento para su educación, pero acá deben equilibrar sus entrenamientos con la supervivencia económica, lo que implica lidiar con los altos costos en equipamiento y atención médica. Por otro lado, conseguir sponsors se complica por la importancia que se le da a la cantidad de seguidores en redes sociales, donde influencers a menudo reciben oportunidades que no son accesibles para atletas de élite. También, la presión por rendir llevó a varios atletas a recurrir al doping. De todas maneras, esta falta de apoyo no es algo reciente ni un problema exclusivo de un gobierno en particular, sino una realidad de muchos años.

¿Cuál considerás que es la clave del éxito en el deportista?
Muchas personas sueñan con ser deportistas, pero la diferencia entre los que llegan y los que no radica en arriesgarse por lo que uno ama. Yo me la jugué por mi sueño y, aunque no llegué a los Juegos Olímpicos, me siento satisfecha porque siempre di todo. Por supuesto que después de esa experiencia sufrí y me cuestioné si debía abandonar, pero hoy, al mirar atrás, no me arrepiento. Para mí nunca existió el “y si hubiera hecho…”, porque lo hice. Desde esta perspectiva, todo el camino que transité valió la pena, porque al final no te quedan las medallas ni los trofeos, sino lo que generaste y aprendiste. Ese fue mi verdadero éxito como deportista.

¿Qué papel juega la mente en el éxito del deportista?
-La falta de acompañamiento psicológico afectó mi trayectoria como atleta. Al convertirme en entrenadora comprendí que este apoyo que nunca tuve podría haberme llevado a los Juegos Olímpicos. A través de una psicóloga deportiva, que fue mi alumna, aprendí a separar mis emociones de mi rendimiento. Antes, vivía para correr y ahora, corro para vivir. El trabajo mental es esencial y como entrenadora he visto cómo el running, junto con talleres de yoga y psicología, impacta a mis alumnos de una manera muy positiva.

Entonces, ¿deportista se nace o se hace?
-Ambas cosas. Hay que nacer con talento pero es fundamental trabajarlo y tener suerte: si mi amiga no me hubiera invitado a correr ese día, tal vez hoy no estaría acá. También hay que estar dispuesto a enfrentar una vida difícil, llena de incertidumbre sobre si valdrá la pena el esfuerzo. Y específicamente para el atletismo se necesita fortaleza mental o lo que yo llamo tener cabeza.

Si miramos más allá de los kilómetros, las metas y las medallas, ¿qué significa realmente correr para vos?
-Para mí, correr significa libertad y autenticidad. Es mi terapia y una forma de desconectarme de las expectativas externas. Hoy veo que a los 15 años el atletismo fue mi manera de escapar de un mundo en el que no encajaba, donde no me identificaba con lo que se esperaba de las chicas de mi edad; siempre sentí que tenía un alma vieja. En este deporte encontré la posibilidad de ser yo misma, libre de presiones del sistema y del juicio de una sociedad que insiste en que todos seamos iguales.