Por Victoria B. Rodríguez
En el barrio porteño de Balvanera, más específicamente en Jujuy 748, funciona la Asociación Civil y Bachillerato Popular Travesti-Trans Mocha Celis, el primero en su tipo. Si bien está orientado a ofrecer un abordaje integral a personas de la comunidad travesti-trans-no binarie, colectivo que tiene una expectativa de vida de 35 años, sus puertas están abiertas a quien quiera acercarse; ya sea a estudiar, colaborar, investigar, o simplemente ser parte.
Además de ser licenciado en Filosofía y Doctor en Lingüística, Matías Soich es “la bibliotecaria extraoficial de la Mocha”, y lleva con orgullo ese título desde hace 10 años. Lo de “extra” deviene de que la Mocha Celis, categorizada como “Bachillerato Popular de jóvenes y adultos” por la Ciudad de Buenos Aires, no cuenta con partida presupuestaria para el rol de bibliotecario ni para la adquisición de libros o materiales de estudio. Todos los textos y mapas que hoy están debidamente ordenados en los estantes de la Biblioteca Lohana Berkins son producto de donaciones y trabajo voluntario.
Tras más de ocho años de catalogación de libros, Matías mira con orgullo el espacio que hoy es oficialmente la biblioteca. Sus aprendizajes autodidactas sobre la técnica bibliotecaria se complementaron con el conocimiento de Camila Alcántara y Franco Aragón, profesionales en la materia que se sumaron al proyecto hace dos años, también como voluntaries. El ambiente, los materiales dispuestos de forma accesible, las mesas de estudio ubicadas junto a un amplio ventanal, invitan a leer y a conversar en tranquilidad.
—Si bien presupuestariamente no está prevista su existencia, ¿por qué dirías que es importante la biblioteca, y promover la lectura en sí misma, dentro de la Mocha?
—Uno se encuentra casi fortuitamente con la literatura que lo afecta, que lo marca, que lo cambia, con la que se identifica, pero para que eso suceda tiene que haber un espectro de posibilidades a las cuales puedas acceder. Ya sea porque hay una biblioteca, porque tu papá te compra libros, de alguna manera tiene que suceder ese encuentro, y creo que eso es lo central de una biblioteca en la Mocha: es un acceso a un abanico de lecturas posibles para personas que tal vez por otro lado no lo van a tener.
—La población escolar de la Mocha viene atravesada por un montón de exclusiones y de carencias, por parte de la sociedad y del Estado…
—Si el recorrido educativo de una persona travesti-trans-no binaria empezó con una expulsión de la escuela primaria o secundaria, ya hay una puerta que se cerró, la puerta de la escuela en general. O si estás en situación de calle, que nos ha pasado, es mucho más difícil guardar un libro que te prestan; porque se puede perder, te lo pueden robar… la idea es poder acompañar esas búsquedas a pesar de las condiciones materiales. Esto pensando desde la lectura, porque obviamente la Asociación Civil tiene su programa de acceso a derechos, en el que por ejemplo trabajan para solucionar la situación habitacional. No es te presto un libro y seguís durmiendo en la calle, por supuesto que no, desde la biblioteca tenemos que contemplar esos recorridos. El acceso a la vivienda es muy limitado para esta comunidad y es interesante también pensar ¿dónde leemos?, ¿tenemos una casa para leer?
—Por los pasillos de la Mocha transita una población muy diversa, no sólo en identidades sexogenéricas sino también migrantes, afrodescendientes, de pueblos originarios. ¿En qué crees que tiene que diferenciarse, o ya se diferencia, esta biblioteca de una… llamemos “tradicional”?
—Yo diría en principio que por la etapa en la que estamos, de darle estructura y un sentido a la colección, no estamos buscando tanto diferenciarnos de la biblioteca escolar, sino parecernos más a una. El espacio surge prácticamente a la par con el bachillerato, para acompañar y que haya material bibliográfico a disposición. Hoy estamos funcionando exclusivamente para la comunidad educativa de la Mocha, y esa es la prioridad. Desde la biblioteca proporcionamos material que va a servir para que cada persona le pueda dar su propia perspectiva, y se siga construyendo diversidad a partir de lo que sea que hagan. Hemos recibido consultas por libros que van desde la psicología y la autoayuda, que tienen que ver con el bienestar personal, a materiales con ilustraciones de Argentina, e incluso hasta de diccionarios inglés-español para escribir canciones de rap. Como todo lo que hacemos acá, ponemos el énfasis en la producción de conocimiento en primera persona de nuestras comunidades sexo genéricas. En ese sentido tenemos ya una colección especializada, y nos interesa recibir libros que sean sobre diversidad sexual y sobre todo sobre temáticas trans. Nos gustaría mucho poder constituirnos como referentes, me parece muy importante poder acompañar también las búsquedas interesadas en las voces de la comunidad travesti-trans y no binaria como productora de conocimiento, de arte y de sentido.
—En los últimos años ganaron relevancia títulos como Las Malas, de Camila Sosa Villada. ¿Qué dirías que le aportan a la sociedad los textos en primera persona producidos desde el colectivo LGBTIQ+? ¿Creés que se da esta segmentación de que los libros queer sólo son leídos por personas de la comunidad?
—Lo primero que pensé cuando dijiste eso fue en mi vieja, que es heterosexual. Le presté la biografía de Lohana (Berkins) que escribió Josefina Fernández, que le gustó muchísimo y me acuerdo patente que usó la expresión “las travas” al comentármelo. Y decir las travas es una forma muy intra, hay gente que la usa de manera muy despectiva, pero dentro del colectivo, si conocés nuestros propios códigos, no es ofensivo. Pienso en mi vieja adoptando ese lenguaje por haberse acercado a la biografía y me emociona, es eso: la llegada más allá del colectivo. No me animo a decirte quién lee más estos libros pero sí que hay mucha producción, y me parece que en principio el público destinatario es abierto, no es que son libros sólo para la comunidad LGBT. De hecho generalmente incluyen glosarios de términos, o sea que evidentemente están pensando en alguien que no conoce no tanto el mundo queer. Lo que se enfatiza no es tanto el receptor, sino el emisor, esa voz en primera persona. El énfasis está puesto en que nos los lea quien nos lea, estamos hablando por primera vez y ese es el gesto disruptivo principal que se busca más allá de que después la lectura esté abierta a todo público.