Por Malena Loria
Nicolás Gil Lavedra es un destacado director y guionista argentino, hijo del abogado y juez del Juicio a las Juntas Militares Ricardo Gil Lavedra. A lo largo de su carrera, Nicolás exploró temas de gran relevancia para la memoria e identidad argentinas, construyendo una filmografía comprometida con los derechos humanos y la historia reciente del país. Recientemente, su documental “Traslados” fue consagrado como el Mejor Documental en los Premios Martín Fierro de Cine, un reconocimiento que destaca la sensibilidad y profundidad con la que aborda uno de los capítulos más oscuros y aterradores de la historia argentina: la última dictadura militar.
Gil Lavedra comenzó su carrera dirigiendo filmes como “Verdades verdaderas”, basado en la vida de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y el corto “La última carta”, que representa el reencuentro de Carlotto con su nieto Guido. En 2014, fue uno de los treinta directores convocados para realizar un corto sobre las Islas Malvinas en conmemoración del 30° aniversario de la guerra. Su trabajo fue “Fragmentos”, protagonizado por Rita Cortese. Su adaptación de la novela “Las grietas de Jara”, de Claudia Piñeiro, fue lanzada en 2018 y protagonizada por un elenco de renombre que incluyó a Oscar Martínez y Joaquín Furriel.
En esta entrevista, Nicolás Gil Lavedra reflexiona sobre el impacto de las actuales políticas del gobierno de La Libertad Avanza en el sector cultural y audiovisual, y analiza cómo la falta de financiamiento estatal y la paralización de un organismo clave como el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) afectan a la producción en la Argentina.
-¿Qué cambios notás en las políticas culturales desde que asumió el gobierno de La Libertad Avanza?
-Los cambios son realmente drásticos, porque en realidad no existen políticas de apoyo desde que asumió este gobierno. Desde su llegada, lo único que hicieron fue atacar el ámbito cultural y lo popular, sin proponer ninguna estrategia que impulse la creación de nuevos proyectos ni mostrar una verdadera comprensión de lo que representa este campo para la identidad de un país y su desarrollo. En Argentina, al menos a nivel nacional, no hay ningún tipo de respaldo institucional ni financiamiento para proyectos artísticos, lo cual está afectando a toda la cadena de producción, desde a quienes generamos contenido hasta los trabajadores que dependen de la industria cultural. En este contexto, el INCAA es un claro ejemplo de la situación crítica.
–¿Por qué?
-Actualmente, el INCAA está prácticamente paralizado, cuando siempre fue uno de los pilares de la industria cinematográfica. Por supuesto que cualquier organismo puede mejorar y adaptarse a las necesidades actuales, pero lo que estamos viendo ahora no tiene que ver con mejoras o ajustes necesarios, sino con una interrupción casi total de su funcionamiento. No hay convocatorias significativas ni espacios para presentar proyectos, y la “ventanilla” está cerrada en cuanto a nuevas oportunidades. Más allá de un concurso de guiones que aún queda, no existen muchas alternativas para proyectos nacionales. Esta situación, en lo personal, me golpea profundamente. Varios de mis proyectos se encuentran completamente paralizados, esperando la posibilidad de financiamiento o apoyo externo, y algunos incluso están considerando realizarse fuera del país, ya que acá no es viable económicamente. La realidad es que sin el respaldo estatal que antes era esencial para el crecimiento del sector, estos proyectos no pueden avanzar.
-¿Cómo afecta esto a la industria?
-Esto afecta no sólo a los directores y productores, sino también a guionistas, técnicos, actores, proveedores y a toda la comunidad que vive de la producción cinematográfica y artística en general. Esta falta de apoyo limita enormemente la creatividad, el desarrollo profesional y las oportunidades de todos los que trabajamos en el cine y en la cultura, una situación alarmante para la sostenibilidad de un ámbito que, históricamente, es parte de la identidad y de la proyección internacional de Argentina. La industria está prácticamente paralizada. Salvo algunas series o películas de plataformas internacionales que ya estaban en desarrollo desde años anteriores, hoy casi no se está filmando ni produciendo a nivel local.
-¿Cómo cambió el ambiente laboral?
–Se tornó increíblemente difícil y tenso. La falta de actividad llevó a muchos trabajadores del sector a quedarse sin empleo o, en el mejor de los casos, a buscar alternativas laborales en otros rubros para subsistir. La industria audiovisual normalmente genera una gran cantidad de empleos directos e indirectos y moviliza importantes recursos económicos en el país, pero ahora está en una especie de congelamiento.
-¿Qué esperás para el futuro del sector cultural en la Argentina?
-Mi esperanza es que el gobierno logre comprender la relevancia de la cultura para la identidad de un país y se decida a fortalecerlo. La cultura no es algo menor ni secundario; es parte esencial de lo que define quiénes somos como sociedad. No creo que este cambio sea probable, ya que parece claro que el apoyo a la cultura no está en la agenda gubernamental actual ni hay mucho interés al respecto. La cultura es un derecho y no debería depender exclusivamente del mercado, sobre todo en países como el nuestro, donde existe una rica tradición artística.
-¿Por qué considerás importante que el Estado garantice el funcionamiento de la cultura en un país?
-La cultura de un país representa mucho más que entretenimiento. Si uno mira hacia atrás, en el cine, por ejemplo, nuestras películas son reconocidas en el mundo entero. Hay obras recientes, como “Puan” o “Los delincuentes”, de Rodrigo Moreno, que ganaron en festivales internacionales y captaron la atención de públicos en todo el mundo. Son historias nuestras que viajan, que muestran una perspectiva argentina única, y es eso lo que nos hace reconocibles y nos da un lugar en la cultura global. Además, la industria cultural genera trabajo y moviliza una enorme cantidad de dinero que, a su vez, impacta en la economía general. Hay aspectos que el mercado por sí solo no puede sostener y la historia demostró que, sin ese apoyo, los proyectos suelen limitarse a lo rentable, lo que empobrece el panorama cultural. La cultura debe reflejar todas las voces de un país y es el Estado el que debe asegurar que esto suceda.