Por Inti Camjalli Dioses

Charlie Gerbaldo es director de teatro ciego, una corriente que se propone contar historias en la oscuridad absoluta. Su último trabajo es Desconocido, un homenaje al guionista Miguel Rottenberg, fallecido el 18 de abril de este año, y narra la amistad entre dos alemanes, uno de ellos de religión judía, en el contexto de un país donde comienza a asomar el nazismo. Ambos conforman una sociedad afectiva y comercial durante largos años, mientras la Alemania de 1932 traviesa una radical transformación político-ideológica.

–¿Cómo surgió la idea de Desconocido?
–Miguel Rottenberg, un joven de 90 años que fue mi socio hasta hace unos seis meses, cuando falleció, me había acercado el año pasado un material para que leyera. Me había comentado previamente que eran relatos sobre dos amigos que se escribían cartas. Miguel se “metió al barco”, empezamos a escribir y le enseñé cómo hacer un guion para una obra de teatro en la oscuridad, ya que tiene una estructura más parecida a una película que al teatro convencional. Empezamos sin que él entendiera la técnica, pero se había interesado en lo que yo le contaba y confiaba en mi experiencia.

–¿Cómo fue el trabajo con Rottenberg? ¿Cómo se dividieron los roles?
–Me encantaría que él pudiese expresar lo que vivió porque siempre tuvimos ideas muy diferentes, no solo sobre la obra. Pero siempre hablamos sobre todo y él especialmente me escuchaba mucho y, sobre todo, me cuestionaba. Cuando terminamos de escribir nos sobraban ocho hojas porque al principio eran dos personajes leyendo las cartas, nada más. Con el tiempo fue entendiendo que estábamos creando tipo una película. Tuvimos que darles más lugar a la hermana de uno de ellos, a la esposa y a los hijos, y nada de eso estaba en esos relatos. Imaginamos en qué momento aparecían los soldados y otras pequeñas cosas que no estaban en el guion original. Él hizo mucho hincapié en la historia y en los hechos reales de la Segunda Guerra Mundial y de la Alemania nazi y yo, en la apuesta artística.

–¿Cómo fue la preparación de la obra?
–La verdad es que me sorprendió, porque en mi fantasía creía que lo podía hacer en dos meses como mucho y terminé encontrándome con muchas dificultades. Lo primero es un acercamiento al guion y una lectura total para comprender la obra, que es un montón. Después hacemos escenas muy cortitas donde lo fundamental es la actuación y el abordaje de las circunstancias dadas a los personajes, todo eso con luz. En el medio, se hacen juegos de improvisaciones en total oscuridad y sin el texto, donde tienen la libertad de que si uno va para un lado, el otro vaya para el otro. Es un caos si se hablan encima, pero sirve para entender cómo funciona la oscuridad. Después sí, incorporamos el texto en la escena mientras yo les tapo los ojos y el único que ve soy yo, y luego apagamos las luces. Ahí también cometen errores: se olvidan la letra, qué sigue, quién viene… es como ensayar una película, partecita por partecita. Por último, agregamos los efectos. Por ejemplo, si en un momento se abre una puerta, ¿quién la abre? ¿El mismo actor u otro? Acá se escuchan unos pasos, ¿quién los hace? Es del personaje pero, ¿los hace el mismo u otro?

–¿Qué sentimientos y qué cosas querés transmitir con tu obra?
–Para mí la obra trata de lo que hablo al final, que es de la estupidez humana. Trata de la miseria humana, de cómo perdemos el tiempo y cómo el humano entra en un juego perverso de autodestrucción. Lo que me interesa, si bien no es mi obligación y mi rol social en la vida, es que sea un despertar, un develar. No sé si hoy lo voy a lograr, pero quiero que sea un granito de arena en un mundo muy convulsionado, con guerras y demás.