Por Luis Argüelles

Leonardo Oyola da las entrevistas por Meet desde el mismo lugar en el que escribe: su estudio. Detrás del hombre de pelo largo que escribió Chamamé, Siete & El Tigre Harapiento, Ultra/Tumba, Hacé Que La Noche Venga y Kriptonita hay una biblioteca tan ecléctica como su bibliografía. Los estantes superiores están dedicados a sus cómics favoritos. Hay una edición especial de Watchmen de la que cuelga una acreditación para un evento nerd que compartió con George R.R. Martin. A su lado, hay ediciones de papel de cuanta historieta pudo conseguir cuando investigaba el tópico para escribir Kriptonita. Delante de las novelas gráficas, orgullosamente, se encuentran cuatro tazas con los colores y diseños característicos de los personajes de DC Comics, que terminó adaptando para el libro. 

En el medio de la enorme estantería hay algo que llama la atención: El Libro Negro de los Colores, de Menena Cottin. Es el único que sale de la historieta, aunque no tanto, de la colección que se deja ver a través de la cámara. A la izquierda, saliendo del foco, parece haber mucha novela y cuento, tanto nacional como extranjero, pero la luz que entra desde su ventana deja blanca la mitad del rostro del escritor en la pantalla y no permite distinguirlos. El lado derecho del plano que presenta Oyola muestra su nueva obsesión: los manga japoneses. Son historietas, sí, pero el componente oriental quintaesencial de sus historias, personajes y temas las distinguen. Éstas se volvieron casi una obsesión para él.

Ahí está la magia de sus escritos, Oyola, un tipo con la palabra “Chamamé” escrita bien grande en el pecho, desde antes de terminar de escribir su novela homónima. Con tatuajes en las muñecas que dicen “crear, querer, creer y bailar”, palabras que le grabó en la piel una lectora que lo invitó a la defensa de su tesis donde le adjudicó esos verbos a su literatura. Un hombre que viene de la mala, pero que escribió cosas profundamente buenas, aunque algunas más luminosas que otras. 

Según Oyola, es más fácil escribir sobre lo que no se está experimentando en la propia piel.

-Te escuché decir que tuviste que salir de Isidro Casanova para poder escribir sobre lo que pasa en el conurbano. ¿Por qué es necesario tomar distancia? 

-Se dio de manera inconsciente, donde me crie está lleno de carencias, y hoy aún más. Mi hermano es profe de historia, se está por jubilar. Me parece que si yo me hubiera quedado allá no sé si hubiera seguido la docencia, pero hubiese hecho algo que no sea indiferente a lo que está pasando allá. De repente, más también al ser un autor de ficción, me pude permitir contar cosas que sí ocurrieron. Viste que es un axioma para crear una ficción, el asidero de verdad. Entonces, cosas que ocurrieron, cosas de conocidos, tomar prestado cómo hablaban, o su físico, sirven para pasar de personas a personajes. Me pasó eso, yo estando allá escribí El Tigre Harapiento y Hacé Que La Noche Venga, y fue imaginar más que nada. Imaginar mundos que habían pasado, a los que había que investigar. Con el resto de los libros no fue así. De Chamamé en adelante, fue pensar en una historia que me habían contado y convertirla en libro. La más diferente fue Kriptonita, porque fue leer mucha historieta, aprender no sólo a leerlas sino aprender del género en sí. Para mí era completamente nuevo, y encima ver cómo mandarlo para el conurbano, que era de donde yo era. Mi hermano me carga, viste, me dice que donde yo vivo tengo aire acondicionado. Pero es muy diferente ponerme a escribir acá sobre cómo la está pasando mal la gente u otra cosa, que estando allá y verlo por la ventana. No hace falta alguien que escriba ahí, hace falta alguien dando clases en una escuela, ahí hace falta gente militando.

-¿Tenés una historia de militancia? 

-No, no. Sí entiendo el valor que tiene eso, pero nada. Siempre digo que a mí me define políticamente una línea de Osvaldo Soriano: “Yo nunca estuve metido en política, siempre fui peronista”. Pero estás en cosas del día a día, si se hace un festival estás ahí dando una mano, es cosa del día a día. La rebeldía en mi caso fue por el lado del fútbol. Mi viejo era gallina y yo me hice hincha de Brown. Con mi hermano compartían mucho eso, y por otra sí, mi hermano fue militante del Partido de los Trabajadores Socialistas. Insoportables los dos.

Oyola se ríe cuando habla de su familia y se relaja, incluso se reclina en su sillón y se suelta para la charla. Hay algo de suaves nervios, un movimiento constante en la silla que denota algún punto de ansiedad. El día en que conversó con Publicable, estaba recuperándose de una de las tantas neumonías que le tocan en invierno. “Tengo los pulmones de sesenta años desde los 20”, dijo alguna vez. Se ríe tanto cuando habla de su infancia que empieza a toser fuerte, pero se recompone rápido, está acostumbrado. Su prontuario se compone de experiencias vividas, algunas menos agradables que otras.

-En esta línea de escribir sobre lo que se ve y ficcionalizar historias reales, o adaptarlas para poder contarlas, ¿cómo es ese proceso de armar un personaje a partir de lo que uno conoce? Me imagino que tiene que haber un proceso interno cuando se escribe de alguien que conocés, y que va a leer tu versión de su persona. 

-Cuando me di cuenta de lo que quería hacer con  Ultra/Tumba, yo ya venía dando talleres en las unidades penitenciarias. Volver ahí y contar de qué iba, explicar que no iba a ser un libro periodístico, que no iba a ser un libro en el que yo iba a contar la historia que ellas me habían contado o lo que fuere tal cual, sino que sus historias le iban a dar vida a los personajes. Y aparte, decirles “chicas, va a ser una historia donde aparecen zombies, ¿eh?”, para que vean que era a ese nivel. Hay algunos de los personajes que son un golem, tienen partes de diferentes personas que conocí. Otras que son directamente la persona que conocí. Y hablando del libro con las chicas, algunas me decían que querían leerlo cuando estuviera, otras que no, ganaban las ansiedades. Las devoluciones siempre fueron muy buenas, hubo un caso en que una chica en Rosario me hizo una devolución que fue lindísima pero muy dura también, y lo que me dijo yo me di cuenta que lo podía incorporar a un diálogo. Que le podía meter una línea más, y que eso clausuraba la conversación. Al otro día lo leí en un centro cultural, ante un público diferente, con esa línea de diálogo como única diferencia. Cuando la leí, el silencio, el suspiro de la gente, me acuerdo que vi una mujer que se llevó la mano hacia la boca, y ahí dije “listo, ya está, es esto”, porque venía dándole vueltas hace rato.

-¿Seguís teniendo contacto con las chicas de los talleres?

-No, sólo con algunas que recuperaron su libertad. Sí he vuelto a las unidades y charlamos, pero ese contacto es difícil de mantener. Pero las que salieron, algunas están haciendo su carrera como escritoras, y a mí me parece importante visibilizar su laburo para poder en algún momento sacarles el mote de “escritora tumbera”, o formada dentro. Escritora y punto.

-George R.R. Martin tiene una forma de categorizar a los escritores: dice que hay arquitectos, que arman una estructura y rellenan los espacios, y jardineros, que plantan una semilla y ven cómo crece sin un tutor. ¿Cómo escribís vos? Te pregunto porque en Hacé Que La Noche Venga hay un capítulo en el que exponés que el número tres está en todo. El personaje, los casquillos de la Rosa Amarilla, los policías y los diablos. 

-¡Ja! A Martin lo conocí en un evento en el que recibí un premio, y era impresionante porque ya desde antes de que se haga la serie (NdR: se refiere a Game of Thrones, basada en la saga de novelas Canción de hielo y fuego, de la que Martin es autor) la gente iba a verlo vestida de sus personajes. Yo creo que soy un poco de ambas, siempre uno escribe y va adaptando. En ese caso del tres, yo siempre lo tuve en la cabeza, pero cuando me di cuenta de lo uniforme que era en todo el libro lo quise sacar al aire. Creo que la mejor manera es una mezcla, escribir lo que sentís, porque todo lo que te salga es producto del momento en el que lo escribas, entonces lo vas a ir nutriendo de lo que te pasa, de tu contexto y de lo que hayas leído o experimentado.

¿Y cómo construís los vocabularios de tus personajes? Porque por fuera de lo “tumba” hay diferencias entre un atorrante de 1939, una presidiaria y el Superman de La Matanza. 

-Yo creo que eso lo saqué de Laik (NdR: se refiere al escritor Alberto Laiseca), es darle una identidad y una personalidad a tus personajes. Yo no soy actor pero, cuando escribo, interpreto a medida que voy leyendo. Tuve mucho tiempo un gato negro que se sentaba estoico en mi escritorio mientras escribía, y a él le iba relatando la historia. Al interpretar los diálogos le iba encontrando lo que le faltaba y lo que le sobraba, hasta conseguir algo que al menos a mí me pareciera que quedaba. 

Te formaste con Laiseca, en sus cursos. ¿Qué tomaste y usás de allí en los tuyos, y qué no? 

-Lo que aprendí de Laik es lo socrático, no tratar de direccionar de forma subjetiva, de acuerdo a mi gusto, sino tratar de que esa persona saque sus cualidades, su voz. Y acompañarla en una escritura que puede terminar siendo de largo aliento. A diferencia de Laik, que necesitaba sí o sí de los talleres para vivir, y que tenía muchos, yo trato de tener poco y muy personalizado. Trabajo con pocas personas, para bien o para mal. No solamente se termina haciendo un vínculo importante, sino que también estás al día de lo que está escribiendo el otro. Eso a mí me funca, pero económicamente… soy malo. Pero esto me sirve, y he tenido la suerte de que muchas personas que pasaron por mi taller han publicado, hecho una carrera o hasta ganado premios. Pero bueno, esto también te aleja de la escritura.

-¿Te aleja? 

-Sí, sí. Te aleja porque te la pasás pensando en lo que escribe el otro, le dedicás tiempo y espacio en tu cabeza. Yo por ahí estoy pensando en lo que tengo que escribir, pero por otro lado pienso en “che, ayer tal la rompió, o la verdad aquel la pifió feo”. Y eso te ocupa mucho, porque tener a alguien que le dedica tiempo y deja de hacer cosas que le interesan para escribir, que encima se equivocó, termina resultando en una devolución dolorosa. Y a veces tenés que estar pendiente de eso para que la otra persona, que hasta sacrifica el sueño, no abandone. Por lo general, encima, yo trabajo con gente que ya tiene una espalda para la escritura, yo no puedo hacer lo que hizo Laiseca por mí. Me di cuenta al toque cuando empecé a hacer talleres, necesito gente que ya tenga experiencia, y si encima ya publicaron, mejor. Acompañar desde un lado más profesional, y bueno, cuando te diste cuenta, hoy estuve apuntalando a (la periodista) Vanina Pujol, mañana miércoles voy a estar trabajando con (el escritor) Oscar Almirón, y cuando llega un día que tengo libre para escribir, tengo un matete en la cabeza que pienso en todo menos en lo propio, me pasa eso. Puedo aprovechar lo mío en las vacaciones. Además, post-pandemia se complicó mucho el panorama. No sólo por la pobreza generalizada, sino que en general bajó mucho el tema de las ventas de libros, cómo la piratería se instaló también. Para mí es el mismo momento que hace 20 años de Metallica contra Napster, que se dieron cuenta de que no iban a poder ganarle al monstruo que era toda la libertad de internet, y que el músico para hacer dinero iba a tener que ir cada vez más al vivo. Y a nosotros nos está pasando eso, todos ganamos menos por regalías y tenemos que ir cada vez más a dar charlas o conferencias. Los libros míos están 40 mil pesos, es una bestialidad. Incluso, el perfil de lector que tengo es más popular, yo les tengo que agradecer que compren. Por eso no tengo problema en firmar fotocopias, pero si le digo a mi vieja lo que gasto por mes en libros, pone el grito en el cielo. Pero a mí me hace bien, hace 20 años que tengo remeras negras y libros, no necesito nada más. 

-Tengo entendido que estás leyendo mucho manga, ¿seguís con eso? 


-Estoy con una serie de laburos y de guiones, así que estoy leyendo más que nada eso, cosas técnicas. Pero ahora me falta justo uno solo de Real para estar al día, que es un manga sobre gente en silla de ruedas que juega al básquet. Cruza historias de gente que queda paralizada por un accidente, y otras durísimas de chicos que de golpe sienten un cosquilleo en un dedo y a los días no pueden mover las piernas por una enfermedad degenerativa. Yo lo miro a mi hijo, tan seguro dentro de mi casa, pienso en eso y me da terror. Me gusta que no apele al golpe bajo.

-¿Y cómo llegaste al manga? ¿Es un efecto secundario de la investigación de Kriptonita?

-En parte eso, pero lo principal fue que en la pandemia yo estaba en comunicación con un amigo que había sido editor mío en una editorial independiente, y él en esos duros primeros seis meses, como no teníamos cable, me recomendaba ver los Supercampeones en DeporTV a la medianoche. Entonces veíamos eso y lo comentábamos. Con esa pausa obligatoria que el COVID había impuesto, con el loco mirábamos la serie, la comentábamos y nos cagábamos de risa. El después se enfermó y falleció, pero el tema es que él tenía el sueño de ser el primero que me editaba como un guionista de historietas. Y bueno, eso llevó al manga, y dentro de eso él me habló un montón del Spokon, que son los de deportes. En ese aspecto, mi favorito es Haikyuu!, que es alucinante. De hecho, cuando doy campamentos de lectura, hay una escena que me gusta compartir. Haikyuu! se trata de un chico de un metro sesenta que quiere jugar al voley, y entonces se mata entrenando para llegar. Hay una escena con uno de sus compañeros que es altísimo, pero va a jugar medio obligado, no le interesa tanto. Entonces lo agarran los de otra escuela y le dicen que debería poner un poco más de garra, un poco más de onda y empezar a sentir el voley. Uno le dice “nosotros te estamos presionando con eso porque es nuestra pasión, pero un día te vas a dar cuenta cómo podés hacer la diferencia, vas a hacer un bloqueo y vas a tener el voley adentro”, y es impresionante. Es así para todo, cuando tenés ese momento que es de un segundo, que ni siquiera define el partido, pero te das cuenta. Me pareció increíble, una pintura, “qué bien que lo hice, que bien que estoy acá”.