Por Agustín González
En un pueblo recóndito del conurbano bonaerense llamado San Vicente, nació una chica que encontró en el arte una forma de expresar sus sentimientos cuando el dolor la desbordaba. Su nombre es Agostina Mauro. Luego de perder a su padre en un hecho de inseguridad cuando tenía cuatro años, ella usó la pintura como un lugar de refugio: “Necesitaba pintar para estar bien”, recuerda con una pausa en la voz. Hoy, aquella necesidad se transformó en su profesión: egresó de la Facultad de Bellas Artes de la UNLP, vive del arte, tiene su propio taller en San Vicente y sus obras recorren el mundo.
Con el pasar de los años, ese mismo espacio donde ella se refugió pasó a ser un lugar para enseñar. En su taller forma a nuevos artistas y busca transmitirles lo que a ella la ayudó a salir adelante.
–¿Qué intentás transmitirles a tus alumnos, más allá de la técnica?
–Que focalicen sus emociones en sus pinturas y lo utilicen como un espacio de terapia para expresar sus sentimientos, así como lo hice yo en mis comienzos –dice con nostalgia.

En 2017 su carrera como artista marcaría un antes y después. Estaba de turista en el Vaticano y decidió dejarle una carta al papa Francisco: “Me tiré el lance, total no perdía nada”, cuenta entre risas. En la carta le decía que le gustaría pintarle una obra y adjuntó fotos de sus trabajos. A los días, recibió la respuesta del Papa, quien le ofreció enviarle la obra o entregarla por medio de una audiencia presencial. Ella, claro, eligió viajar.
Como trabaja con hiperrealismo, necesitaba una imagen base para poder pintar, así que convocó a actores para recrear la idea que tenía en su cabeza, les tomó una foto y a partir de esa imagen comenzó a trabajar. El día de la audiencia, relata, el Papa la recibió con calidez. A él lo describe como humilde y cuenta que hasta bromeó con los colores del cuadro, que hacían referencia al club de sus amores, San Lorenzo. “Ese día marcó un antes y un después, ya que me dio mucha confianza en mí misma que alguien como él me haya brindado esa valoración. Además, me dio a conocer a nivel internacional”, agrega.
El reconocimiento siguió creciendo: en 2024 fue convocada para exponer en los Juegos Olímpicos de París, y ahora su objetivo es abrir mercado en Estados Unidos. Ya tramitó la visa de artista y está cerrando acuerdos con su representante y sponsors para realizar exhibiciones en Miami.

–¿Cómo llevás la exposición que vino como consecuencia de ese reconocimiento?
–Bien, me gusta. Me encanta que la gente se acerque, que me paren en la calle, que me cuenten que vieron mis cuadros. Hace poco me reconocieron en Miami y todavía no caigo. Pero también hay un lado malo en eso: una vez tuve que hacer una denuncia por acoso a una persona que a través de mis redes sociales veía dónde estaba y me seguía a todos lados. Las redes te exponen mucho.
–¿Qué imaginabas de este camino cuando empezaste?
–Yo solo quería vender cuadros por encargo y sustentarme con eso. Cuando arranqué me decían que de esto no se vivía o que era un hobby. Por mi personalidad no hice caso y preferí jugármela a quedarme con la duda.
Hoy, aquella nena que pintaba para curar su dolor es una artista que inspira a otros a hacer lo mismo. Su historia muestra que del dolor también pueden nacer nuevas oportunidades. Agostina Mauro sigue apostando a ese refugio que la salvó de chica y que hoy se transformó en su forma de vida: el arte.



