Por Candela Quiroga

El sacerdote argentino-esloveno Pedro Opeka, fundador de Akamasoa y reconocido mundialmente por su labor humanitaria en Madagascar, pasó un mes entero en la Argentina, reavivando la fe de muchos. A sus 76 años, es una figura internacional que entrelaza la fe y la acción social.

Opeka nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, y es hijo de inmigrantes eslovenos que habían huido de la posguerra europea. A los 18 años ingresó al Seminario de los Padres Lazaristas y más tarde continuó su formación en Europa. Vivió en barrios populares, trabajó como albañil y misionó en distintas comunidades antes de ser enviado en 1976 a Madagascar, un país marcado por la pobreza extrema. Fue allí donde descubrió a familias enteras viviendo y comiendo entre los desechos de un basural, una realidad que él cambiaría para siempre.

El padre Opeka junto a los habitantes de Madagascar.

En 1989 fundó Akamasoa en Lima, Buenos Aires. Una obra que hoy es reconocida internacionalmente por su impacto: más de 30 mil personas son voluntarias y cuatro mil familias tienen vivienda estable; se construyeron escuelas, talleres, centros de salud y espacios de trabajo, y miles de niños accedieron por primera vez a educación formal. Su modelo, basado en trabajo, disciplina comunitaria, educación, acompañamiento espiritual y participación activa de las familias, se convirtió en un ejemplo mundial de desarrollo social. Por esto, gobiernos, organizaciones internacionales y líderes religiosos lo consideran uno de los misioneros más influyentes de las últimas décadas.

Akamasoa, un ejemplo de desarrollo social.

En noviembre de este año, visitó diversas parroquias y comunidades argentinas. Pasó por el Santuario Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, por iglesias del Gran Buenos Aires y por el norte del país. Uno de los momentos más significativos de su recorrido ocurrió el 15 de noviembre, cuando visitó Akamasoa. Allí recorrió la escuela, los talleres y los espacios comunitarios y conversó con familias y voluntarios que, a través del esfuerzo y la oración, cumplen con su obra. Su visita reforzó la convicción de que la organización, la formación y la cultura del trabajo pueden transformar realidades vulnerables.

Su última actividad en el país fue el 8 de diciembre en el Santuario Jesús Sacramentado. Opeka dio una charla sobre su labor en Madagascar y luego presidió la misa de la Inmaculada Concepción. En la charla mencionó la importancia de la labor comunitaria y fraterna: “El trabajo hace posible un hogar, y en el hogar está la familia”.