Por Andrés Nicolás Domínguez
En la madrugada del 4 de julio de 1976, un grupo de personas armadas ingresó a la Parroquia San Patricio, en el barrio de Belgrano, y asesinó a tres sacerdotes y dos seminaristas. Las víctimas de la masacre fueron Alfredo Leaden, Alfredo José Kelly, Pedro Eduardo Dufau, Emilio José Barletti y Salvador Barbeito Doval. “Se trata, ni más ni menos, del peor atentado contra la Iglesia católica en la Argentina, un dato que es insoslayable, y que de alguna manera hizo que este caso sea tan resonante para la sociedad”, sostiene Ramiro Varela, exalumno del colegio parroquial San Vicente Pallotti, ubicado en las cercanías de la parroquia donde sucedió la masacre. Si bien hubo testigos ocasionales de la escena en la parte externa del lugar, los culpables no fueron identificados.
El sacerdote Rodolfo Pedro Capalozza, de 70 años, fue testigo crucial de la causa y de la vida de los mártires. Ahora, en su despacho dentro del Centro de Espiritualidad Palotina, donde vive y recibe a quienes acuden a él de modo personal y religioso, destaca la importancia de conseguir justicia por el crimen de sus compañeros, un hecho que afectó su vida en todos los ámbitos, que generó la pérdida de su amigo Salvador, de sus formadores y de gran parte de su comunidad. En su escritorio, se pueden ver fotos de los cinco mártires, con quienes compartió parte de su vida.
Capalozza cuenta que, días antes de la masacre, la comunidad se preguntó, ante las primeras informaciones que tenían sobre la brutalidad asesina de la dictadura militar, si era “el momento de seguir anunciando el evangelio de la vida o era prudente callar”. Sabiendo del riesgo que corrían, “decidieron seguir defendiendo el valor de la vida y el evangelio como semillas de una sociedad justa y sensible ante el dolor de los más sufrientes y denunciando toda violación a la vida”. Después de los asesinatos, quien descubrió la escena fue el organista de la parroquia, Rolando Savino, tal como relató el sacerdote en su libro Lo que he visto y oído. Sobre mis cinco hermanos palotinos, en el que aportó nuevo material probatorio para el avance de la causa judicial.
El sacerdote fue un sobreviviente de esa masacre, tal como lo narra en su obra, y como también lo expresó en la declaración testimonial efectuada ante el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 3, a cargo del juez Daniel Rafecas: “Esa noche cenamos, y en esa cena el padre Alfie nos comentó que había una carta circulando que lo acusaba a él de comunista. Nosotros habíamos combinado con Salvador y Emilio para ir a ver una película en el centro. Antes de regresar, tomamos un café, los acompañé al Obelisco y nos separamos. Ellos fueron en dirección a San Patricio, y yo me tomé un colectivo hasta la casa de mis padres”. Lo que salvó a Rodolfo, quien en aquel entonces tenía 20 años, fue haber estado en el momento y lugar adecuado. María Gabriela Capalozza, sobrina del sacerdote, trató de describir la sensación: “Pienso en su doble situación, por decirlo de alguna manera, de esa terrible masacre y la carga de haberse salvado”.
En su libro, Capalozza cuenta sus sensaciones inmediatas frente a lo sucedido aquella madrugada: “Recuerdo que dormía todas las noches con el rosario en la mano, aferrado a él. No tenía miedo de morir. Sí tenía miedo ante dos posibilidades: la tortura y que otros sufrieran a causa de mi posible detención o desaparición forzosa”. Recuerda que, al llegar al lugar, “estaba la casa repleta de gente, gente conocida, gente no conocida”. “Estaban familiares, muchos, habían retirado los cuerpos, estaban las señales de las balas”, recuerda. “Lo que hablé con Ramiro Varela es el tema de la fotografía o el cuadro de Mafalda, que tal vez demostraba algún tipo de señal”, dice. Se refiere a una imagen, encontrada sobre el cuerpo de Salvador Barbeito, donde Mafalda señala un machete de policía y lo llama “el palito de abollar ideologías”.

Rodolfo Capalozza ingresó en marzo de 1976 en la Parroquia San Patricio, donde su amigo Salvador le había presentado a la comunidad palotina. Allí fue donde decidió que su futuro sería seguir el camino de Jesús como sacerdote en esa comunidad católica, donde sería formado por el padre Alfredo Kelly. Tuvo que defender esa posición en su casa, donde, según él, su madre soñaba con tener un hijo médico (como lo era su hermano Norberto Capalozza) y un hijo abogado. Tras discusiones, planteos y al dejar en claro sus intenciones sobre su futura profesión, su familia se dio cuenta de que las intenciones de Rodolfo eran realmente pasionales.
Se inició como postulante en la delegación de la Provincia Irlandesa de los Padres y Hermanos Palotinos en la Argentina. Después de los asesinatos, esa provincia cerró su obra vocacional en el país y el padre Rodolfo ingresó a la Región Argentina Nuestra Señora de Luján. En esa oportunidad, y ante lo sucedido, el padre João Quaini, rector de la provincia de Santa María, le ofreció continuar su formación en Brasil para proteger su vida. Él decidió permanecer en la Argentina. Finalizado el noviciado, en 1978, viajó a Brasil, donde realizó estudios de Filosofía y Teología en el colegio Máximo Palotino. Esa formación duró aproximadamente cuatro años, hasta que en 1981 retornó a la Argentina. Entonces retomó el contacto con su familia, compuesta por sus padres, su hermano, su cuñada y sus sobrinos.
Su vida dentro de la comunidad palotina, profesando la fe y el conocimiento de los cinco mártires, continuó en el plano religioso y también en el educativo. Formó parte de instituciones como el Instituto Santa Rosa de Lima, ubicado en Munro, provincia de Buenos Aires. Allí conoció a Isabel Moreno, quien hoy es directora del colegio, con una trayectoria de treinta años en la institución: “Nos conocemos desde hace muchos años. Él estuvo como párroco durante mucho tiempo. Después trabajó en la escuela como director general, mientras yo me desempeñaba como profesora. Al yo estar estudiando Psicología Social, profesión de la cual Rodolfo conocía, teníamos varias cosas en común que nos vinculaban”. Isabel no solo es una de las personas con las que Capalozza compartió años dentro de la docencia, sino que su influencia se encuentra también en su libro, para el que ella realizó tareas de corrección. “El año pasado me convocó el padre Rodolfo para leer su texto. Y me dijo si yo quería leerlo y hacer algún tipo de corrección. Y a mí me entusiasmó mucho la idea. Me fue pasando los borradores, y lo estuve leyendo. Y es como que el 4 de julio para mí es un hito en la historia argentina y también en la vida nuestra de los palotinos. Y cuando llegó el libro de él, me emocioné muchísimo”.
Al retornar a la Argentina y comenzar su carrera dentro de lo educativo, conoció a quien sería su compañero durante los siguientes treinta años: Rubén Fuhr. Sacerdote palotino, nacido en 1971 en la provincia de La Pampa, licenciado en Derecho Canónico y representante legal de los colegios palotinos de Munro y de Turdera, Rubén conoció a Rodolfo en 1992, cuando los presentó su formador, Claudio Fernández. Rodolfo fue su acompañante espiritual durante su noviciado, y en 1996 fue elegido como regional superior en la comunidad, rol que luego intercambiaría con Rubén. “Y ahí es la vinculación más fuerte con la familia grande de Rodolfo. Porque ahí su hermano se había enfermado y cuando Rodolfo no podía, yo iba a llevarle la comunión y compartíamos mucho con sus sobrinos. De ahí viene nuestra relación”, recuerda Fuhr.
A su vez, Rubén es notario en la causa de derecho canónico que busca que los cinco mártires palotinos reciban la canonización. El padre Fuhr destaca que el padre Rodolfo es un referente en torno a este caso tanto a nivel nacional como internacional. “Es el testimonio directo de cómo eran ellos, de cómo se vivía en la comunidad. Todas las otras son fuentes documentales. Las demás personas son gente que trató con ellos, pero que no vivieron dentro de esa comunidad. Rodolfo es el que nos cuenta a nosotros lo que ellos hablaban, qué eran las reuniones, las decisiones, cómo se tomaban, cómo era el temperamento de cada uno. Por eso es un testimonio muy importante”.
El padre Rodolfo no solo es testigo crucial en la causa de derecho canónico, sino también en la causa penal. Ramiro Varela, quien trabaja en la Cámara de Diputados y es fundador de la organización Palotinos por la Memoria, la Verdad y la Justicia, fue acompañante de Rodolfo durante el proceso de declaración testimonial en la causa. Impulsor de todos los hitos logrados en las inmediaciones de la Parroquia para conmemorar a los cinco religiosos asesinados, Varela destaca el valor de incluir su libro como prueba judicial: “La obra de Rodolfo nos parece clave en el aporte que realiza, más allá de expresar su vivencia personal, lo cual es súper valioso, hace un aporte concreto en términos históricos, y nosotros tratamos también de llevarlo a que tenga un correlato como prueba judicial. No solamente una cuestión anecdótica, sino que escuchemos lo que está diciendo o leamos lo que está diciendo este sobreviviente en relación a lo que sucedió, en un contexto en el que sabemos que muy pocas personas quedan vivas hoy para dar su testimonio sobre lo que aconteció en aquel entonces. Entonces, aprovechemos cuando se produce un testimonio de esa naturaleza, sobre todo viniendo de un sobreviviente. Ponerlo en valor también tiene que ver con esto, con que pueda ser un aporte concreto en la búsqueda de la justicia”.
Varela, junto con el legislador porteño Claudio Ferreño, impulsaron un proyecto y lograron que el 14 de octubre de 2025 se declare de interés cultural el libro Lo que he visto y oído. Sobre mis cinco hermanos palotinos. Ese día, en un discurso muy emotivo que terminó con aplausos de pie de quienes estaban en la sala, el padre Capalozza dijo: “Soy consciente de las limitaciones que el libro tiene. Siempre quedan cosas fuera. Ellos hoy nos convocan a renovar nuestro compromiso por un mundo diferente. Otro mundo es posible, sabemos que el reino de la justicia y de la paz que se construye aquí y ahora un día será plenamente realizado. Gracias al buen Dios que nos permitió a muchos de nosotros compartir la vida con Alfredo, Pedro, Alfie, Salvador y Emilio (…) Que este acto sea un homenaje a ellos y que la memoria de ellos nos entusiasme a vivir la alegría de una vida comprometida al servicio de los demás, especialmente de aquellos que nos han tenido en cuenta”.
Hoy, Rodolfo divide su tiempo entre su servicio sacerdotal en el Centro de Espiritualidad, su vida comunitaria con su colega y amigo Rubén Fuhr, la educación en los ámbitos palotinos, su familia y el pedido de justicia en la causa de los mártires, que ocupa gran parte de su vida. Un ejemplar del libro le fue entregado por el mismo Rodolfo al papa León XIV, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano.



