Por C. Laurido, M. Victoria Rolando y M. Trigo

Deshoras, publicado en el libro Deshoras, 1983

Un pueblo, Banfield, con sus calles de tierra y la estación del Ferrocarril Sud, sus baldíos que en verano hervían de langostas multicolores a la hora de la siesta, y que de noche se agazapaba como temeroso en torno a los pocos faroles de las esquinas, con una que otra pitada de los vigilantes a caballo y el halo vertiginoso de los insectos voladores en torno a cada farol.

“Donde respirás, está Cortázar”, dice Alicia Galeano, directora de la Escuela N° 10, hoy Julio Cortázar, para definir el aire de esa localidad bonaerense en cuyas calles y lugares sigue viviendo el escritor en relatos, murales, placas y hasta un bar, llamado Cronopios, ubicado en Maipú y Belgrano.

Cortázar llegó al “pueblo” desde Bélgica, a los 4 años, y comenzó a dejarlo a los 18. Tal vez porque su casa ya no está y no quedan testigos de aquella infancia. Hay discusiones y dudas sobre esa vida que comenzó para el escritor en 1918, en Rodríguez Peña 585, al sur, en Banfield.

Jorge Deschamps, autor de “Julio Cortázar en Banfield: Infancia y Adolescencia”, recibió del Dr. Héctor Portero, presidente de la Cámara de Diputados bonaerense entre 1958 y 1962 y diputado nacional entre 1973 y 1976, toda la información que había recopilado sobre la vida del vecino ilustre y le dio la tarea de compilarla. Él dice que hasta hoy no hay seguridad sobre si la madre de Cortázar llegó a ser dueña de la casa de la infancia y que aún se rumorea un problema con la sucesión.

Lo que nadie discute es que la artífice de la llegada al sur de Buenos Aires fue Victoria Gabel de Descotte, la abuela materna que, por su condición de alemana, llevó a los Cortázar de Bélgica a España y, de allí, al “pueblo”. Deschamps sostiene que la abuela compró la casa con el dinero que cobró por la venta de una propiedad en Francia, heredada de un amante: “Creemos que tenía una doble vida o su marido se había muerto. Lo cierto es que se fueron a Europa con este mueblero de Buenos Aires, muy adinerado, y él falleció allá. Con ese dinero, pudieron volver y comprar la casa de Banfield que, en ese entonces, costó 5 mil pesos. Todos ellos vivieron siempre con la abuela”.

Muchas biografías sostienen que Cortázar pasó su infancia solo junto a su madre, María Herminia, una tía y Ofelia, su única hermana. Por suerte, el propio autor confirma a Deschamps: “La abuela sacaba el mantel blanco y tendía la mesa bajo el emparrado, cerca de los jazmines, y alguien encendía la lámpara y era un rumor de cubiertos y de platos en bandejas, un charlar en la cocina, la tía que iba hasta el callejón de la puerta blanca para llamar a los chicos que jugaban con los amigos en el jardín de adelante o en la vereda, y hacía el calor de las noches de enero, la abuela había regado el jardín y el huerto antes de que oscureciera y se sentía el olor de la tierra mojada, de los ligustros ávidos, de la madreselva llena de translúcidas gotas que multiplicaban la lámpara para algún chico con ojos nacidos para ver esas cosas” (El libro de Manuel, en “Córtazar de la A a la Z”, Editorial Alfaguara, 2014).

En Banfield también quedó un fantasma: Julio José Cortázar, el padre diplomático que un día se fue para no volver. Deschamps asegura que se mantuvo su imagen como la de un viajante o comerciante porque, en esa época, una familia sin padre estaba mal vista.

Por suerte, un día, en el tren, Cortázar conoció a Eduardo Jonquières, uno de los pocos amigos que asistió a su sepelio, porque quedándose en su casa, pudo seguir volviendo al “pueblo” mientras era docente en Bolívar. A Deschamps le llegó una versión sobre que también regresó con Aurora Bernárdez, su primera esposa, cuando todavía algo de la casa quedaba en pie. Ya no está y se dice que los que la derrumbaron lo hicieron ignorando quién había vivido allí. Sólo se la localiza por una placa.

Las cuadras que caminaba Cortázar cada mañana para cruzar las vías y llegar a la escuela están hoy salpicadas de murales y trabajos de alumnos que ahora habitan las que fueron sus aulas y cada año trabajan un texto suyo. “Banfield, al mismo tiempo, era para un niño un paraíso, porque mi jardín daba a otro jardín. Era mi reino”. Cortázar sigue siendo Adán en su paraíso.