M. Urrestarazu, G. Coscarello y A. Maimo

“Tomate el piojo porque se viene la patota de militares”, le dijo el comisario de General Villegas a Julio López el día que regresó a su ciudad natal, después de haber cumplido con el servicio militar obligatorio a los 21 años en la ciudad de Bariloche y luego de haber trabajado cuatro años más cumpliendo tareas menores en el ejército. A sus 26 años López ya era conocido en la ciudad por su militancia peronista. Luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón, en 1955, el clima de violencia política impuesto por la autodenominada Revolución Libertadora se hacía sentir.

Luego de la advertencia del comisario, López se mudó a La Plata, donde lo esperaba su tía Felipa López. Pronto encontró trabajo en las quintas de la zona, actividad que había aprendido en el campo que cuidaba su familia en General Villegas, localidad bonaerense donde había nacido el 25 de noviembre de 1929. Tito, como lo llamaba su familia, era el mayor de cinco hermanos.

A poco de llegar al barrio platense de Los Hornos, a mediados de 1956, López conoció a Irene Savegnago, una de las hijas del matrimonio de italianos dueño de una quinta vecina. Luego de casarse, a mediados de 1962, la pareja se mudó a una pequeña casa en 69 y 140. López ya dominaba el oficio de albañil, con el que mantendría a su familia. En 1964 nació Rubén y en 1966, Gustavo, los hijos del matrimonio. “Mi papá era un tipo presente, pero no era un padre cariñoso”, dice Rubén López. “Como digo siempre, nos educó con el ejemplo. Siempre trabajó para su casa y su familia.”

López era “un peronista de Perón”, como se definía a sí mismo, viviendo en una ciudad como La Plata, tan fuertemente marcada por la política que, entre 1952 y 1955, se había llamado Eva Perón. Durante la década del 70, la localidad tuvo una fortísima actividad política de la mano de agrupaciones como Montoneros, la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), el Frente de agrupaciones Eva Perón (FAEP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), entre otras. Luego de la asunción de Héctor Cámpora como presidente y de Oscar Bidegain como gobernador bonaerense, en 1973, la Juventud Peronista (JP) amplió su trabajo en la periferia de La Plata, donde una treintena de unidades básicas.

López se acercó a la unidad básica Juan Pablo Mestre del barrio de Los Hornos en 1973 para conocer las actividades que se desarrollaban y hablar de política. Allí, con 43 años, conoció a Pastor Asuaje y Ambrosio De Marco, dos militantes de 19 años. Asuaje y De Marco lo llamaban “El Viejo”, porque podía ser el padre de cualquiera de los jóvenes militantes, y también “Partido Socialista”, porque López, en una charla política, había dicho: “Esos que gritan ‘Perón, Evita, partido socialista’ no son peronistas”.

“Teníamos la relación de un joven de barrio con una persona mayor que venía cuando podía, porque él trabajaba y tenía una familia y sus responsabilidades”, dice Pastor Asuaje. “En esa época, mi viejo estaba descolocado en esa unidad porque eran todos pibes de 18 a 20 años, y él tenía 43”, agrega Rubén López.

Luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, militar en política se convirtió en una actividad riesgosa. De hecho, López fue secuestrado el 27 de octubre de ese año. Sus hijos, de entonces 11 y 9 años, no entendían la situación que vivía el país y qué había pasado con su papá. “Nosotros sabíamos lo que le había pasado a mi papá a través de mi madre”, explica Rubén López.

Irene realizó de inmediato la denuncia en la que entonces era la Comisaría 11° de Los Hornos, pero no obtuvo ninguna respuesta. A ella no le gustaba hablar del tema, según su hijo, y por eso no contaba lo que pasaba ni expresaba sus sentimientos, pero sí se hizo cargo de la familia durante los tres años que su marido estuvo desaparecido. “Mi mamá tejía para afuera, después le consiguieron trabajo para limpiar una panadería y mi tío aportaba una ayuda monetaria”, dice Rubén.

Hasta su liberación, el 25 de junio de 1979, López sufrió sesiones de tortura e interrogatorios en seis centros clandestinos pertenecientes al Circuito Camps, en Arana, Cuatrerismo, Pozo de Arana, en la unidad penitenciaria Nº 9, y en las Comisarías 5º y 8º, todos lugares que funcionaron bajo el control del general Ramón Camps, entonces jefe de la Policía Bonaerense, y componen el Circuito Camps.

En uno de los centros en los que estuvo, el Pozo de Arana, López fue testigo de los asesinatos de dos compañeros de cautiverio, Patricia Dell’Orto y su marido, Ambrosio de Marco. Años después, López responsabilizaría de esas muertes a Miguel Etchecolatz, comisario de la Bonaerense y mano derecha de Camps.

“A los tres días de que largaron a mi viejo, el dueño de una empresa en la que había trabajado lo llamó y le dijo: ‘Venite a laburar’, se la jugó”, dice Rubén. La empresa lo puso a cargo de una plantación de kiwi que tenía en la localidad de Ignacio Correas, a 19 kilómetros del centro de La Plata.

López no hablaba con su mujer ni con sus hijos de lo que había atravesado en sus días de cautiverio. Sí lo hacía con un sobrino, Hugo Savegnago, y con sus compañeros de militancia. “Él tenía una necesidad importante de contar”, dice Pastor Asuaje. “Cuando nos veíamos era un tema casi excluyente.”

“A casa no llevaba temas políticos ni amigos de la militancia”, dice Rubén López. Sus familiares desconocían incluso que López, desde la vuelta de la democracia en 1983, había participado de reuniones con organismos de Derechos Humanos. En soledad, López anotaba todo lo que había escuchado o visto en los centros. Escribió y dibujó en papeles, detrás de fotos, en almanaques, en pedazos de bolsa de cemento, todos registros que decidió darle a su compañero Pastor Asuaje.

La segunda desaparición

El 28 de junio de 2006, Jorge Julio López declaró por primera y única vez en el juicio oral contra Etchecolatz. López, de 76 años, con boina azul y la voz temblorosa, brindó un testimonio clave y contundente sobre la sesiones de tortura e interrogatorios que había vivido, y sobre cómo había sido el asesinato de Patricia Dell’Orto y Ambrosio de Marco. López desapareció de su hogar casi tres meses después, el 18 de septiembre, horas antes de que expusieran los alegatos.

“Estaba muy ansioso para que llegue el día, tenía muchas ganas de ir”, dice Rubén López. Julio había arreglado con su sobrino Hugo para que lo acompañara a la lectura de los alegatos en la municipalidad de La Plata. Ese día, Gustavo, el otro hijo de López, se levantó a las 7.30 y notó que su padre no estaba en la casa. Cuando Hugo llegó, comenzaron a buscarlo por todos lados. Fueron a la municipalidad para ver si había ido por su cuenta, pero allí no estaba. “Yo me enteré por mi mujer, que había escuchado en la radio que no aparecía mi papá”, dice Rubén, que se enteró a las 12.45 del 18 de septiembre de 2006.

Hasta el día de hoy, López es recordado por sus vecinos como una persona servicial y amable. “Mi viejo era un tipo que estaba en su casa, en su quinta”, dice Rubén López. “Eso era lo que más le gustaba. Y cuidar su limonero, que hoy yo estoy cuidando.”