Por Daniela Marugo @aliasmaruja
Jayson McNamara llegó a la Argentina en 2013 para trabajar en el Buenos Aires Herald. Allí conoció la historia de Robert Cox, el legendario editor de ese medio, reconocido por el rol que cumplió durante la última dictadura cívico militar al denunciar el accionar del terrorismo de Estado. Comenzó a investigar y considerar la posibilidad de desarrollar el documental. Reunió a grupo de estudiantes de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires y comenzó a trabajar en la producción de “El mensajero“, el documental que acaba de estrenarse en Buenos Aires.
Bob -como llaman a Cox sus allegados- nació el 3 de diciembre de 1933. Su padre formó parte del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial, con sólo 14 años, como mensajero que se desplazaba en un caballo blanco. Este dato da título al documental, cuyo título original es “Messenger on a white horse” (“El mensajero sobre el caballo blanco”). Impulsado por el viejo anhelo de su padre de vivir en Argentina, llegó a Buenos Aires en 1959 para sumarse a la redacción del recientemente desaparecido periódico, que se publicaba en inglés
En vísperas del golpe de estado cívico-militar de 1976, Cox fue uno de los que entendió que la intervención de los militares eran la única alternativa para apaciguar la violencia generalizada. Sin embargo, con el transcurso de los meses, comenzó a tomar conciencia de las implicancias del plan sistemático de exterminio perpetrado desde el Estado y decidió denunciar las desapariciones. La publicación de la cobertura de una conferencia de prensa de Montoneros en Roma le valió su detención y posterior exilio.
“En mi opinión, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo salvaron a la Argentina porque no hubo reacción. Solamente esas mujeres valientes, firmes. Para mí fue un orgullo estar cerca de ellas. Son amigas mías. Pero ellas también me han criticado mucho. Porque para ellas sus hijos y sus hijas no eran terroristas”, aseguró Cox en la conferencia realizada ayer en el teatro Astral.
El documental no elabora una imagen de Cox idealizada ni exenta de contradicciones. Allí radica uno de sus mayores aciertos. Se aboca a reconstruir el proceso que atravesó este periodista extranjero liberal que, en primera instancia, brindó apoyo al gobierno de facto y luego comenzó a denunciar los secuestros ilegales y las desapariciones, recibió a las Madres de Plaza de Mayo y aprovechó su posición y sus contactos para interceder por detenidos y detenidas en procedimientos ilegales. “Cambié de parecer respecto de llamar a los militantes de aquella época ‘terroristas'”, sostuvo Cox en la conferencia.
McNamara realiza un trabajo de investigación riguroso que cuenta con materiales de archivo inéditos, así como con los testimonios de compañeros y compañeras de trabajo de Cox de aquel entonces y de su esposa Maud. También incluye testimonios de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y de ex detenidos-desaparecidos que agradecen la intervención de Cox en su liberación.
Las imágenes muestran al editor del Herald en programas europeos, afirmando que la dictadura no era brutal y, luego, denunciando las desapariciones de periodistas. Pero también aparecen registros de las primeras rondas de las Madres, encuentros con familiares de desaparecidos que se acercaban al diario para reunirse con Cox, operativos policiales, avisos publicitarios a favor de las importaciones.
“El mensajero” también funciona como retrato de una época en la que el terrorismo de estado engendró el miedo a partir del control que ejerció sobre los medios de comunicación. En este sentido, la tarea de Cox adquiere otra dimensión. “Mi opinión ahora es que desafortunadamente la gente que estuvo en el poder de los grandes medios, los militares estaban controlando todos los medios, la televisión, las radios, son algunas heroicas excepciones como El Día de La Plata o en Río Negro, obviamente estaban a favor de lo que estaban haciendo los militares y posiblemente no sabían exactamente qué terrible era todo”, planteó Cox.
“Yo no soy un héroe. Mi experiencia en la Argentina es que el deber de un periodista es tratar de salvar vidas, proteger a los ciudadanos y también insistir sobre los derechos humanos. Es parte de nuestra profesión. No es una profesión exactamente, es mucho más importante. Nosotros tenemos que estar con la gente, con el pueblo, con los ciudadanos”, concluyó el exdirector del Herald.