Por Matías Arcapalo, Candela Corral y Bruno López Feldmann

Sin autorización previa, el periodista Jorge Lanata dio a conocer el 14 de julio el estado de salud de la modelo y conductora televisiva Wanda Nara, durante su programa “Lanata sin Filtro”, en Radio Mitre. La noticia estaba latente en los medios periodísticos, pero ninguno se animaba a dar la primicia. La información que circulaba era que Nara, quien se encontraba internada en el Sanatorio Los Arcos, había sido diagnosticada con leucemia y aún no lo había confirmado públicamente.

Durante la transmisión de su programa, Lanata decidió dar la noticia alegando que sus fuentes eran muy confiables, cercanas a la modelo y que había chequeado la veracidad de sus datos. Luego de haberse dado a conocer la información, diversos programas de televisión y de radio, vinculados al mundo del espectáculo en su mayoría, salieron a criticar lo sucedido. 

De acuerdo a los lineamientos deontológicos y éticos propios del periodismo, Jorge Lanata ejerció su derecho a la información, a la libertad de expresión y libertad de publicación como periodista profesional. Lanata realizó su trabajo periodístico: investigó, buscó fuentes propias y chequeó sus datos antes de hacerlos públicos. Además hizo uso de su derecho al secreto profesional al no nombrar a las fuentes por las cuales habría obtenido esta información. 

Al ser Nara una figura pública y relevante en los medios, su vida es de interés público y publicar esta primicia sin dudas generaría mucha llegada en las audiencias. Hasta acá, pareciera que Lanata cumplió con el trabajo periodístico, sin embargo, el periodista superpuso el interés público y comercial del medio al derecho a la privacidad e intimidad de la conductora y modelo. 

Al poco tiempo de difundida la noticia, distintos programas televisivos como Los Ángeles de la Mañana y Socios del Espectáculo, y hasta de periodistas como Ernesto Tenembaum y Beto Casella, argumentaron que había una falta de moral de Lanata por filtrar una información tan sensible como una enfermedad. Aquí ocurrió una autorregulación periodística, al marcar lo que para ellos fue un error del conductor de Periodismo para todos.

Ante la mediatización de la noticia, Wanda Nara salió a defender su derecho a la privacidad e intimidad: “Lamentablemente, el viernes recibieron por un periodista la confirmación de un diagnóstico que ni yo misma tenía. […] Siempre mis hijos se enteraron todo por mí, siempre hablé y esta no iba a ser la excepción. Pero hubiera elegido hacerlo con más resultados y estudios en la mano; y sobre todo con mis tiempos”. 

En este fragmento la modelo y conductora demuestra que se vulneró su privacidad ya que ni ella misma tenía confirmado su diagnóstico, ni se lo había comentado aún a sus hijos. De todas formas, su accionar quedó en esta carta que mediatizó, utilizando su derecho a la información y a la libertad de expresión, y no llegó a recurrir a las vías judiciales. Podría haber denunciado al periodista por incumplir el artículo 2 inciso C y D de la Ley 26.529 donde se encuentra establecido el derecho a la intimidad y confidencialidad de los pacientes.

A pesar de las múltiples críticas que recibió, Lanata no se mostró arrepentido ni hizo ningún tipo de autocrítica. De hecho, se justificó al ratificar su labor periodística. “El viernes di una información sensible al aire. Averigüé antes de darla. Para mí eso es todo. Lamento lo que le pasa a Wanda y espero que pronto se reponga”, dijo.

Si bien al haber revelado una información sensible sin el consentimiento de Nara ya demostraba una falta de empatía hacia la persona involucrada, no se justifica su accionar con el haber cumplido con su trabajo periodístico; y demuestra que nunca tuvo en cuenta en qué situación iba a quedar parada la modelo.

Además, con una intención errada de reparar lo cometido, Jorge Lanata argumentó: “Las personas no son culpables de la enfermedad que tienen. Darlo a conocer no es denunciarlas. En todo caso, lo que la noticia puede generar es empatía hacia quien la sufre”. 

El conflicto entre Lanata – Nara muestra cómo una fracción del periodismo puede anteponer la libertad de prensa, dando prioridad a los intereses comerciales por encima de la privacidad e intimidad de las personas. En este escenario, la búsqueda incansable de un punto de rating parece validar cualquier acción y plantea cuestionamientos profundos sobre los límites éticos en la cobertura mediática.