Por Camila Mitre

El primer compromiso de Roberto Samar con los derechos humanos fue nacer en dictadura. En su juventud, luego de que el represor Miguel Etchecolatz lo amenazara con un arma por improvisar con sus amigos un escrache en la calle, y mientras el presidente Carlos Menem firmaba los decretos que indultaron a 220 militares y 70 civiles involucrados en crímenes de lesa humanidad, Samar adoptó a las Madres de Plaza de Mayo -sobre todo, a Taty Almeida– como sus propias madres.

Hoy, la comunicación para él implica redoblar la apuesta por la militancia por los derechos humanos. Garantizar el acceso a la información, la diversidad y la pluralidad de ideas como la posibilidad de desarrollo cultural son los aspectos que hacen a la comunicación un derecho fundamental: alimentar el desarrollo personal, social y democrático de las personas y de la sociedad en su conjunto. Samar estudió Comunicación Social en la Universidad de Lomas de Zamora y, actualmente, es docente de la Universidad Nacional de Río Negro.

En tu libro El medio es la violencia, planteás que la intervención de los medios en las redes sociales no es inocente, que defienden intereses.
-Hay ciertos relatos que son muy funcionales. Una noticia de inseguridad, si es morbosa, vende. Con una sola llamada telefónica podés contar una historia de violencia. No importa si estigmatiza o no, pero tenés garantizado un montón de visualizaciones. Las y los periodistas no tienen noción de los efectos de sentido que nacen de ese mensaje. Genera tipos de violencia bastante complejos. Lo que termina prevaleciendo es la apelación a lo emotivo, lo superficial, lo fragmentado. Estos relatos tienden a sensibilizarnos, son fáciles de reproducir y nos corren el foco de los problemas estructurales. Nos indignamos o nos ponemos felices por la historia de superación, pero no problematizamos nada. La utilización de pocos caracteres para narrar también da una cuota extra de superficialidad: todo tiene que ser en segundos. Y la realidad no se puede entender en segundos.

Samar es autor del libro El medio es la violencia

¿Las redes sociales son funcionales a la segmentación de la información?
-En principio, tenemos que entender el fenómeno del efecto burbuja que crea el algoritmo en las redes. Vivimos en un constante sesgo de confirmación. Es un círculo diseñado especialmente para vos, que retroalimenta tus propios paradigmas y deja de lado todo lo que es ajeno a tu forma de pensar. Uno se relaciona con otras burbujas similares y termina dentro de guetos comunicacionales. Es difícil interpelarlos y que a nosotros nos interpelen, porque nos encerramos. Las plataformas tienen una función narcotizante. Poner Me gusta es como un placebo. Hay que recuperar la conversación cara a cara, más territorial. Los medios eligen las redes para comunicar porque son de alto alcance y, así, dan una ilusión de transparencia, pero no son democratizantes. Lo fundamental es desarrollar miradas críticas. Soy un eterno optimista, creo mucho en la comunicación popular, en los medios alternativos.

-¿Cómo conviven los diferentes discursos dentro del relato de los medios?
-Hay una convivencia constante entre los discursos punitivistas, violentos y la industria del entretenimiento. Esto se instala en el sentido común. Los relatos de odio tienen alto impacto en las personas y generan confusión en el campo popular. Así surgen frases como “que se pudran en la cárcel”, “un preso gana más que un jubilado” o, peor aún, la idea de justicia por mano propia. Parece un cliché, pero es una guerra de pobres contra pobres. El otro día analizaba un video de una periodista de Canal 26 que cubría la represión al pueblo mapuche por supuestas tomas de terrenos y, de repente, miraba hacia la cámara y decía: “A vos, que estás escuchando esto y no te podés comprar ni siquiera un departamento, ¿qué te parece?“. Es correr el foco de discusión: esa persona tiene un problema real, que es el derecho a la vivienda vulnerado, y en lugar de indignarse con la no distribución de la riqueza, lo hace con los pueblos originarios que están luchando por su territorio.

El docente e investigador junto a Taty Almeida, una de sus referentes.

Se podría decir que existe en los medios y las redes una lógica de construcción de un chivo expiatorio: elegir al enemigo adecuado para construir un discurso.
-Siempre ese enemigo son los jóvenes en situación de pobreza, los inmigrantes de países limítrofes -jamás los europeos- y los pueblos indígenas. Se recrea la dicotomía sociedad o barbarie (sic) de Sarmiento. Se comunica en pos de justificar un modelo económico excluyente, generando muchas veces que los sectores populares empaticen con los poderosos -como sucedió cuando se hablaba de expropiar Vicentín- y desarrollen un discurso discriminatorio hacia sus pares. Discriminar al que está un poquito más abajo en esta jerarquización sirve para sentirnos más cerca del discurso hegemónico.

-¿Cómo funciona eso?
Los medios con posiciones dominantes y las plataformas digitales se ocupan de inyectar la dosis justa de odio para que esto persista. Lo peligroso es que aquí surgen personajes como Javier Milei, con un discurso antipolítico que interpela a las personas a quienes la política defraudó, a todos aquellos que aún teniendo empleo son pobres. No hay que perder de vista tampoco que los medios no operan sobre una sociedad en blanco. El modelo comunicacional argentino es eurocentrista, racista y patriarcal. Los medios refuerzan ideas que están en el imaginario social.