Por Yasmín Cuerchi y Solana del Barro 

Alejandro Giorgi es uno de los cuatro obispos auxiliares de Buenos Aires que ayudan y colaboran con el arzobispo Jorge García Cuerva. Su principal tarea es ser el vicario en la Catedral Metropolitana y asistir, cooperar y visitar a más de 60 comunidades en las que ejerce, en apoyo a las necesidades que se requieran en tareas pastorales.

El obispo, con dos años de sacerdocio, era formador del seminario de su iglesia, a la que Jorge Mario Bergoglio llegó en 1992 como obispo auxiliar. Giorgi lo recuerda de una manera muy cercana y entrañable. “Era un tipo de mucha profundidad espiritual. Cada vez que hablaba, lo que decía era muy acertado y siempre llamaba la atención. A raíz de eso, mucha gente empezó a charlar con él y a tomarlo como referente”, cuenta a Diario Publicable.

Bergoglio era muy atento con las personas que lo rodeaban y se preocupaba por el prójimo de una manera que nadie más lo hacía. Giorgi ejemplifica: “Vos podías llamarlo, pedirle cualquier cosa y él te trataba como un hermano mayor. Ese estilo de obispo, en ese momento, no existía. Por ejemplo, se fue en colectivo hasta Mar del Plata porque un cura nuestro estaba enfermo allá”. 

En 1998, Bergoglio comenzó a ejercer de arzobispo y lo eligió como vicerrector del seminario. Luego, en 2007, lo nombró rector del taller de capacitación que quedaba en el barrio de Villa Devoto, muy lejos de la Catedral, y ambos se volvían juntos en coche. En uno de sus viajes, Giorgi le comentó que “no quisiera estar debajo de ese sobretodo”, en referencia al que siempre llevaba el Papa, a lo que Bergoglio respondió: “Debajo de este sobretodo también está Dios”. Esta frase le quedó marcada hasta el día de hoy.

-¿Era una persona que acercaba a la gente a Dios?
-Sí, tenía gestos de mucha cercanía. Por ejemplo, si veía a un hombre tirado en la vereda en situación de calle, se acercaba; tenía siempre en su oficina mercadería para darle a los pobres que estaban por la Catedral. Se iba en colectivo, en subte o en tren, y cuando le decíamos de llevarlo, nos respondía que no nos molestemos. Era muy austero, nunca lo veías con cosas lujosas ni le gustaban las cosas refinadas, una persona muy sencilla. Vos lo ibas a ver y te atendía normalmente, en un escritorio con dos sillas.

-¿Cómo repercute en la Iglesia su fallecimiento?
-El impacto es de una gran orfandad, como sucedió aquí y con toda la gente que trata de seguir a Jesús y hacer lo que Él nos pide. Siempre tuvo aquí grandes admiradores y mucho rechazo también. Ha tenido gestos de cercanía con el colectivo LGTBQ+ y con la gente en situación de calle, y tomó decisiones sobre la disciplina de la Iglesia que causaron negación en la gente. Yo creo, también, que es sentir la necesidad de que ese legado y esa herencia continúen.

-¿Cree que hubo bastante acercamiento con la comunidad LGBTQ+?
-Nunca es suficiente, porque nosotros como Iglesia tenemos que seguir acercándonos e integrando, no discriminar. Son hijos de Dios y hermanos nuestros; entonces, me parece que nunca es suficiente y que tenemos que seguir dialogando y encontrándonos.

-¿Cuál es la herencia que debería continuar?
-La Iglesia está pidiendo, esperando y necesitando. “El Padre de todos” se debe a la alegría, a la cercanía y a la misericordia de los más necesitados, los más pobres, los más alejados, los que se sienten fuera. Otro tema que puso en la agenda internacional es el cuidado de la casa común, con la ecología y todo el tema de los migrantes. El domingo le leyeron su mensaje de Pascua, y ahí uno ve todo su clamor permanente por la paz. Esa era una de las cosas por las que venía bregando en el último tiempo: la paz.

-¿Qué le falta a la Iglesia para acercarse a la comunidad?
No discriminar. A veces hay miedos nuestros, estigmatizaciones, prejuicios y demás. Entonces, me parece que los jóvenes hoy en día están mucho mejor posicionados y tienen una vinculación más directa que nosotros, los más grandes, que a lo mejor vivimos épocas de estigmatización o de la Iglesia produciendo un alejamiento natural. Francisco acortó esa distancia, y hay que seguir acortándola.

-¿Cuándo asumió que su salud era delicada?
-Cuando entró en hospital Gemelli y tuvo esos dos episodios más importantes de broncoespasmos. Después, cuando se supo que en ese momento prácticamente se moría y los médicos hicieron todo para que siguiera adelante. Ahí vi que entró en una fase terminal. Cuando salió del hospital a repartir la bendición estaba muy frágil. Ahí me dije que realmente no tenía mucha vida más.

-Entonces, no lo sorprendió cuando pasó…
-Si bien cuando me desperté el lunes fue un shock y no sabía si estaba despierto o no, no me sorprendió su fallecimiento. Lo que él quería era morir entregando hasta lo último, y así lo hizo.

-¿Cómo era su relación con Francisco durante su papado?
-Yo soy un obispito de Buenos Aires, él me conoce perfectamente porque él me nombró. No quería sacarle mucho tiempo, pero sí, fui algunas veces a Roma. Tuvimos breves encuentros y algunas veces me llamó por teléfono, lo cual me emocionaba.

-¿Se acuerda de alguna anécdota con él?
-El anteaño pasado me llamó por teléfono por un sacerdote que había fallecido. “Hola, ¿cómo estás?, te habla Bergoglio, te quería agradecer por la misa”, me dijo, y yo no me lo esperaba (mira para arriba y se ríe). Cuando fuimos con el obispo al Vaticano no nos dimos cuenta de que era el tipo más importante del mundo. Yo perdí a mi papá y a mi mamá, y es una sensación parecida porque a un padre no lo podés suplantar.