F. López Da Silva, C. Schiappacase y F. Ferrante

Hay personas que tienen como religión la libertad, el cambio, el desapego y la melancolía. Personas a quienes los cambios destruyen y vuelven a poner en pie. La vida de estos seres se podría resumir en una huida constante, de los problemas, de la realidad o muchas veces de uno mismo. Así, escapista, era Luca Prodan.

Su madre Cecilia nació en China y era hija de escoceses; Mario, su padre, era un austriaco estructurado. Fue el tercero de cuatro hermanos: Michela y Claudia, quienes sobrevivieron junto a sus padres al campo de concentración Wei-Hseinen en China, Luca y, por último Andrea, quien años después se convertiría en uno de sus más grandes admiradores. En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, los Prodan residían en China. Durante esos años, el país fue invadido por Japón, que obligó a todos los extranjeros a realizar trabajos forzados por casi un año. Al finalizar la guerra y con el comunismo renaciendo en aquel país, se mudaron a Roma, ciudad que el 17 de mayo de 1953 vería como Cecilia rompería bolsa en el palco del teatro ell´Opera para dar a luz a una de las mayores leyendas del punk argentino: Luca George Prodan.

El pequeño vivió toda su infancia en Italia, lo que le dio esa tonada especial. Sin embargo, un padre conservador no dudo en enviarlo al mejor colegio de Escocia, en el cual príncipes y reyes habían estudiado. Esta idea ahogaba a Luca. El colegio era peor que la cárcel, un nido de “rubias taradas”, de hipócritas que no lo dejaban ser como realmente era. Luca pasó toda su vida enojado con su padre, aunque su madre contó en el documental de Rodrigo Espina que lo admiraba profundamente, pero lo cuestionaba. Harto de esta opresión, Luca se escapó de eso, de ser “un sirviente de la sociedad”.

Volvió a su pecho materno, a la antigua Roma, esa que tanto añoraba en sus sueños más profundos durante su estadía en Gordonstoun. Su familia lo buscó desesperadamente, incluso contrató detectives para que lo rastrearan en Noruega. Pero lo que sus padres no sabían era que su hijo estaba en el país en el que había dejado su ancla, ese que dibujaba en forma de bota en cada carta a su familia. Estaba tan sólo a tres cuadras de su casa, y al poco tiempo su madre lo encontró de casualidad cuando un policía lo había parado por andar en el asiento de atrás de una moto. Sin un minuto más de libertad, Luca fue devuelto a la escuela. El deseo de regresar a su país había quedado lejos, ya que la represión y la obligación no eran opciones.

 Luca y Claudia Prodan en Roma

Un año después, el cantante de Sumo fue incorporado al Servicio Militar Obligatorio, pero huyó a los 18 meses no sólo porque no quería matar a nadie, sino por ser un espíritu libre imposible de enjaular. Fue por esto que el pelado pasó un año en la cárcel, inventando infinitas canciones.

Con su libertad fresca y renovada, emprendió entonces otro viaje a la ciudad del funk, de las “drugs” y del fuck. En Inglaterra aprendió lo que era la verdadera amistad, el amor intenso, la buena música y la heroína, algo que con el paso del tiempo se volvió parte de su vida. Formó su primera banda en Londres, “The New Clear Heads” (juego de palabras que hace alusión a las bombas nucleares y la Guerra Fría), inspirada por el movimiento under del punk-rock británico como Joy Division, los Sex Pistols y The Fall, al igual que los ritmos alternativos del reggae y el dub de las indias occidentales británicas. Sin embargo esa vida de rock star se esfumó con una tragedia. Su hermana, su luz, su paz, se había suicidado.

Sintió que era el responsable, ya que fue él quien la había introducido en la heroína. Buscando llenar el vacío que había dejado, Prodan se drogaba cada día más y más. Se escapó de la culpa y el trauma con un coma hepático, del cual sobrevivió de milagro. Se dio cuenta que su vida no podía seguir ese rumbo, necesitaba volver a empezar, remontar su vuelo, uno sano. Aún adicto a escapar de su realidad, vio una postal de las sierras cordobesas, donde residía su amigo Timmy. Entonces, días después, escapó en un avión desde Heathrow rumbo a un país donde la democracia todavía estaba en cuestión y el rock recién se estaba instalando. Apenas piso el suelo cordobés, Luca se dio cuenta que estaba en su hogar.

Vendió su departamento en Inglaterra y compró instrumentos. Su nuevo proyecto era una banda porteña under, de esas que se presentaban en Cemento pero no en el Luna Park. Junto con el cuñado de un amigo, Germán Daffunchio, y su vecino Alejandro Sokol, comenzaron a escribir las primeras canciones. Al poco tiempo, se sumó una amiga de Londres, Stephanie Nuttal, como baterista. Esa banda, que revolucionó el rock argentino, llevó y lleva el místico nombre de Sumo.

Prodan hablaba en inglés mientras transcurría Malvinas

En sus primeros recitales cantaban principalmente canciones en inglés, con espectáculos adrenalínicos, hasta que la guerra de Malvinas comenzó a crear problemas y forzó a su baterista a volver a su país natal a pedido de sus padres. Tiempo después, entre clubes y bares porteños, los primeros acordes de “Viejos Vinagres” y “Mejor no hablar de ciertas cosas” empezaban a tomar color. En 1985 la banda llegó a su formación definitiva: Germán Daffunchio, Diego Arnedo, Roberto Pettinato, Ricardo Mollo y Alberto “Superman” Troglio. El grupo presentó también su primer disco oficial, “Divididos por la Felicidad” (en alusión a la banda Joy Division). Sumo logró llenar repetidamente Cemento, Caroline y Club Atlético Los Andes.

La Argentina fue para Prodan un nueva oportunidad para reformular el sentido de su vida. Amo nuevamente, por un día fue la voz de la icónica banda de Los Redonditos de Ricota, escuchó que era la reencarnación de la gloriosa Eva Perón, comió infinitos asados con vino en balcones que daban a la 9 de julio, disfrutó a cada uno de sus fans, gozó cada ida colapsada en el subte B rumbo a Leandro N. Alem, y por sobre todo esas canciones que entonaba con el alma a flor de piel en ese país que tanto le había dado.

Pero un día el tano dejó de escapar. En ese recital de Los  Andes, la voz de Luca se despidió viendo por última vez a ese público al que Sumo había marcado para siempre y que se encargaría de perdurara en el tiempo, convirtiéndola en atemporal a través del recuerdo constante. El 22 de diciembre de 1987, cerró los ojos una leyenda del rock. 

Con su imagen de reventado, de revolucionario, de atemporal, Prodan será recordado como un caballero andante, bien letrado e interesado, que vagabundeaba por las calles. Lo hizo desde sus 17 años, cuando abandonó la escuela en Escocia, hasta sus últimos días en la movida underground de Buenos Aires, en clubes y bares.