Por Camila del Campo
La fortaleza se refleja en su mirada al contar una de las experiencias más duras que le ha tocado vivir. Paz Cantilo tiene 43 años, dos hijas y, en 1995, con 22 años, superó un embarazo de ocho meses y medio de gestación sabiendo fehacientemente, desde el tercer mes, que el feto no tenía vida cerebral.
La anencefalia, enfermedad que portaba el embrión, se genera por una anomalía grave en el tubo neural. Se trata de un defecto congénito que afecta el tejido que crece en el cerebro y la médula espinal. En la Argentina, la proporción que se plantea respecto de esta enfermedad es de un caso por cada 1700 nacimientos. Al no existir una cura o un tratamiento estándar, todos los bebés nacidos con esta anomalía mueren poco después de nacer. La anencefalia es prevenible mediante la administración periconcepcional de ácido fólico que, según las poblaciones, reduce su prevalencia entre un 50 y un 70 por ciento.
En junio de 2003 la Legislatura porteña aprobó la Ley de Anencefalia, que prevé que una mujer embarazada que sabe que el feto no tiene vida cerebral puede interrumpir el embarazo sin pedir autorización judicial. Así como hoy se definirá por sí o por no el aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina, en 2003 el país se abrió al debate que planteaba el “adelantamiento del parto en toda mujer embarazada con un feto que padece anencefalia u otra patología incompatible con la vida“, lo que implica hacer valer los derechos de la madre por sobre el feto. “Si la ley de anencefalia hubiese estado vigente cuando cursé aquel embarazo, probablemente habría abortado”, afirma Cantilo.
-Una vez cumplidos los tres meses de licencia por maternidad y sintiéndote preparada para volver a tu rutina, te encontraste con una mirada de “lástima” por parte de tus compañeros de trabajo y en tu entorno en general. Pier Paolo Pasolini, en su texto “Sobre la Tolerancia”, describe esto como “fingir que la experiencia que se lleva a sus espaldas es una experiencia normal”. ¿Cómo toleraste vos la etiqueta social que trae aparejada la muerte de un hijo?
–Nunca la sentí como muerte de un hijo. Realmente lo viví de otra manera, como un embarazo con final triste. Lo normal en el caso de que algo salga mal es vivir un embarazo feliz con un parto complicado o fallido. Yo pasé el embarazo sabiendo el final de antemano y lo que hice fue vivirlo con amor, aun sabiendo que tendría un desenlace triste. ¿Cómo vivir con tristeza teniendo un bebé en la panza que patea?, me pregunto. Creo que no hay manera, o al menos yo no pude encontrar otra manera que no fuera vivirlo con amor. Por otro lado, estando embarazada, para huir de la mirada de lástima de la gente, si me encontraba con alguien que me hacía preguntas sobre la beba, fingía que todo era normal. Hubo momentos en los que yo misma creía en lo que decía, que todo estaba bien. Me “automentía” para que la gente no sintiera lástima por mí. Tuve que adaptarme por esa “condena” social que implica la lástima, sin pensar que esa mirada a la que yo le escapaba iba a encontrarme irremediablemente más adelante, una vez terminado el embarazo.
-Tu postura actual con respecto al aborto es a favor de la despenalización. Cuando a los tres meses de gestación supiste el diagnóstico, se te presentaron tres opciones: continuar con el embarazo, inducir un parto prematuro con medicación o viajar a Paraguay a realizar un aborto clandestino. ¿Cuál fue tu decisión?
-Inducir el parto de manera prematura. Hice la primera toma y comencé a tener algunas contracciones. Pero entonces me pregunté: “¡¿Qué estoy haciendo?!”. En esa situación y siendo tan joven, me costaba pensar. Mi mente hizo un cambio rotundo y me di cuenta de que había sido puesta en ese lugar porque había algo que necesitaba aprender. Y la manera de aprenderlo era únicamente con mi bebé en mi vientre. Entonces decidí no agredir más mi cuerpo ni al bebé y continuar con el embarazo. A lo que voy con mi postura a favor de la despenalización es que tomar una decisión es difícil, pero ejecutarla lo es aun más. Las dudas son millones y la mente no puede pensar con claridad. Ir a Paraguay a realizarme un aborto clandestino me parecía siniestro, pero muchas mujeres, por falta de contención o desesperación, lo hacen. Yo decidí continuar con el embarazo pero no condeno a nadie que haya abortado bajo estas circunstancias. En mi caso, la primera decisión fue abortar. Finalmente, no quise que naciera, necesité que se quedara conmigo, dentro de mi panza. Hay una presión social muy fuerte y agresiva hoy en día para con la mujer, que es presa de caer bajo la mirada de mucha gente que la condenará por decisiones que se toman en momentos difíciles, de confusión y abrumada de sentimientos.
-A los 22 años ya tenías una familia consolidada, estabas casada y tenías una hija de 4 años. ¿Cómo llevaste la vida cotidiana con tu familia, más allá del dolor que vivías día a día?
–Tuve mucha contención de mi madre, que me acompañó en todo el proceso. Fue la única que entendió cómo yo debía vivir mi embarazo. Tenía una responsabilidad mayor que era mi hija; se me iba a morir un hijo, y a mi hija, su hermana. Con mi pareja fue difícil. Cuando tuvimos los resultados y supimos de la enfermedad que se gestaba junto con nuestra hija, yo vi el quiebre y cómo cada uno hizo su duelo de forma personal. Al principio me enojé pero luego, con el tiempo, lo acepté. Él prefirió olvidarse de lo que estaba pasando o negarlo. Una día, estando de vacaciones, con el embarazo avanzado, ya próxima a dar a luz, la beba no dejaba de moverse. Tomé la mano de mi pareja y la puse sobre la panza para que sintiera las patadas. Instantáneamente, la quitó y me dijo que se había “olvidado” del tema. Ese día me di cuenta de lo sola que había estado durante todo el proceso, no toleré su cobardía. Con respecto a mis amistades, me aislé mucho porque no quería que me tuvieran lástima. La condena social me acompañó durante todo el proceso y los años siguientes. Recuerdo una vez que me dijeron que si hubiese comido más carne, seguramente mi hija habría nacido sana. La gente sufre de sobredosis de opinión, sin darse cuenta de que lastima. En el post parto me dediqué a sobrevivir. No hay manera de describir lo que es tener un ser humano en la panza. Es lo más maravilloso que hay en la vida.