Por Agustina Fernández Mallo

El viernes por la mañana salí a comprar pan para el queso untable. Improvisé un tapabocas con un repasador de cocina deshilachado. Flores era un barrio habitable por primera vez. La estación de tren no estaba repleta de pasajeros que no entienden que si no salen los que están dentro, no entran los que están fuera. Me detuve ante la persiana baja de uno de los tantos locales cerrados. Después, miré en dirección al olor a pucho que caía sobre mi cabeza y, al levantar la vista, observé a un vecino fumar sus penas en el balcón. Seguí camino al almacén.

Cuando me acerqué a la caja, la señora que tenía delante portaba con elegancia un barbijo de seda y guantes descartables, y un estuche con alcohol en gel le colgaba de la cartera.  

 —¿Qué locura no? —me pregunta.

—¿Qué?

—Que qué locura. Si me lo decían no lo creía. Menos mal que está el aparatito este que te dispersa un poco, porque si no te volvés loco, todo el día metido adentro. Yo ya no sé qué hacer. Cocino, hago zumba, vuelvo a cocinar. Marcelo, agregame dos vinos, Malbec, de los buenos, no cualquier berretada. 

Escuché lo que me dijo pero no le estaba prestando atención. Un pibe Glovo se la quitó cuando metió en la caja amarilla leche de avena, tres paltas, una lata de duraznos light, una bolsa de vaya a saber qué semillas, un zapallo anco y una botella de gin. Las ruedas de la bici estaban un poco desinfladas. El viento soplaba fuerte, pero él llevaba una campera fina de algodón. Su barbijo eran los restos de una remera moribunda, a la que le dio un último uso antes del fin. El cuadrado amarillo se veía pesado, pero el pibe Glovo tenía que entregarlo sano y salvo para poder comprar algo tan liviano como mi paquete de pan lactal. Él también era un ganapán.

Cuando llegué a casa, prendí la tele. Un psicólogo daba cátedra de qué hacer durante la cuarentena para no angustiarse. Aconsejaba entrenar, mirar series en Netflix, videollamar a todos los que no abrazaste cuando tuviste la oportunidad, practicar yoga y crear una huerta, entre otros. Me acordé del pibe Glovo.

Ahora, el celular anuncia que a la noche va a hacer frío, y no puedo evitar pensar que el pibe Glovo ya lo sabe, que el pibe Glovo lo está sintiendo ahora mismo.

También me acuerdo de la señora del almacén, la del barbijo de seda y los guantes descartables. ¿Estará haciendo zumba?