Julio Borrajo, 12 años
Hoy: Jubilado
Yo era muy joven, tenía unos 12 años cuando empezó la dictadura. Mi padre era docente y mi madre era bibliotecaria, y ambos militaban en el Partido Justicialista. Vivíamos con mis siete hermanos en Mar del Plata. Todavía recuerdo ese domingo y todos los libros que tuvimos que quemar, cerca de dos docenas. Nuestros padres solían decirnos que la biblioteca de nuestra casa era la fortuna más grande que nos podían dejar como herencia.
Todavía recuerdo como, inconscientes de la situación, mis hermanos menores saltaban y bailaban alrededor del fuego como pequeños indios. Mi mamá estaba terriblemente angustiada, esa tarde no salió de la cama.
Mi padre había tenido la idea de reunir diez libros que consideraba sus favoritos para conservarlos, guardándolos delicadamente dentro de varias bolsas y luego en una caja. Esa noche, cuando todos se habían ido a dormir, nos llamó a mí y a mis dos hermanos mayores y nos contó su plan: debíamos ayudarlo a cavar un pozo lo más prolijo y profundo posible para ocultarlos en el parque de casa.
Recuerdo sus palabras, fueron algo así como: “Si todo sale bien, cuando todo esto se termine vamos a poder devolverle esta caja a su mamá en compensación por resistir y ser el pilar de nuestra familia“. Ese secreto fue lo más valioso que conservé durante muchos años. En ese momento me pareció una idea muy ambigua enterrar algo para que no perdiera la vida, porque como todos sabemos, siempre se entierra aquello que está muerto.
Cuando la dictadura terminó, todos habían olvidado los libros, pero yo se lo recordé a papá, y desenterramos la caja. Allí estaban llenos de tierra e insectos, pero también llenos de vida, como un símbolo de la resiliencia que caracteriza a nuestra familia.
Producción: Martina Ruiz