Por T. Szvetz Szvezus, E. Attadia, C. Contreras y E. Arribas

El reportero gráfico José Luis Cabezas fue asesinado el 25 de enero de 1997 cuando estaba cubriendo la temporada de verano en Pinamar para la revista Noticias. El empresario postal Alfredo Yabrán, señalado como el ideólogo del crimen, se suicidó el 20 de mayo de 1998, cuando su arresto era inminente. El resto de los implicados en la muerte del reportero fueron juzgados, aunque actualmente se encuentran en libertad.

El 2016, el periodista y antiguo compañero del fotógrafo en Noticias, Gabriel Michi, publicó el libro “Cabezas”, tomado luego como base para “El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas”, el documental dirigido por Alejandro Hartmann y producido por Vanessa Ragone, exhibido en el último Bafici que podrá verse en Netflix desde el 19 de mayo próximo. La misma dupla fue responsable también de la docuserie “Carmel: ¿Quién mató a María Marta?”, disponible en la plataforma.

Estábamos buscando un nuevo proyecto después de Carmel, y Vanessa Ragone conocía a Alejandro Vecchi, abogado de la familia Cabezas. Casualmente, con el equipo de guionistas veníamos pensando un caso como el de Alfredo Yabrán, que me llamaba la atención desde antes. Además, leímos el libro de Michi y nos dimos cuenta de que era algo de lo que teníamos que hablar. También capté que muchos jóvenes no sabían de qué se trataba. Me pareció que, a 25 años del hecho, estaban las cosas dadas para contarlo otra vez”, afirma el director sobre los orígenes del proyecto.

Y en lo personal, ¿qué te llevó a querer investigarlo?
-Siempre me resultó interesante la historia del crimen de Cabezas, es muy dramática y traumática. Me parece que un montón de cosas relacionadas con el contexto del país confluyen ahí, y estaba bueno resignificarlo. Era una buena idea para las generaciones nuevas que no lo conocen.

-¿Te acordás cómo viviste el crimen en ese momento?
-Fue un poco como lo cuento en la película: con una conmoción tremenda. Lo sentí por algo que ya venía pensando desde la reelección de (el presidente) Carlos Menem: un hartazgo por parte de la sociedad donde todo parecía una mugre, algo muy vinculado con lo que intento dar a entender en la película.

El fotógrafo y el cartero: El crimen de Cabezas se estrena el 19 de mayo en Netflix

-¿Creés que a partir de este caso hubo un cambio dentro del periodismo por el que cuesta más cuestionar la política por miedo a que pase lo de Cabezas?
-Sin dudas fue un golpe en su momento. Sobre todo para los fotoperiodistas y los periodistas gráficos, pero el rol del periodismo en los 90 fue muy importante porque hubo una unión especial con la sociedad. En ese sentido, no creo que haya cambiado las formas de hacer periodismo. Lo que pasó es algo que sucede en todo el mundo: una exacerbación de las ideas y de ciertas posturas un poco radicales, lo que en Argentina llamamos “la grieta”. Hay algo en las personas de cosa virulenta, y el periodismo lamentablemente ha entrado en eso. No todo, porque hay periodismo muy bueno, pero hubo un deterioro. También las redes sociales han hecho muy difícil el trabajo del periodista, porque la información parece correr antes de que ellos lleguen, y eso a veces es muy basura. El periodismo es la verdad y es iluminar a la gente, pero también hay negocios, y es lógico que los haya porque los periodistas tienen que vivir de algo.

¿Cómo es el proceso de investigación para un documental como el del crimen de Cabezas?
-Es arduo porque implica una parte histórica y periodística dura y, por otro lado, una narrativa. Nosotros no hacemos libros de historia, pero tampoco hacemos nada sin investigación periodística; lo que hacemos es una película sobre la realidad. Por un lado, se investiga un montón, se buscan fuentes, hay que reunirse con los testigos o protagonistas, se busca todo lo que se produjo sobre el tema y se consultan los expedientes, que están guardados en los juzgados. En paralelo, hay que ir viendo qué de todo eso se usa y cómo se lo construye narrativamente, qué vueltas y giros tiene y cómo se lo cuenta.

-¿Tuviste algún problema a la hora de hablar con las fuentes?

-En general, no. Hay gente que no quiere hablar, gente que está más o menos cómoda, y hay algunos casos en los que hay diferentes versiones sobre algunos hechos. Eso pasa en todo lo que esté relacionado con un crimen. Más en este caso, que implica cuestiones de poder político. Pude hablar con casi todo el mundo, aunque sea off the record. Mi mirada no tenía que ver con develar algo nuevo o buscar algo que nunca se hubiera dicho, sino con reconstruir este caso 25 años después haciendo foco en la persona de José Luis Cabezas, en el dolor que implicó y representó a nivel sociedad. Por eso fui muy respetuoso con los que no querían hablar, porque no estoy buscando meter el dedo en la llaga. Lo que alguien no dijo en vivo, lo dirá en archivo.

-Respecto a los policías que se muestran en el documental y que están involucrados en el hecho, ¿fue decisión de ustedes no querer convocarlos para que participen?
-Yo no tengo problema en entrevistar a alguien en la cárcel o a una persona que mató a otra, pero nos parecía que quienes tienen una condena por asesinato iban a aportar un intento de justificación, y no queríamos que el eje de la película fuera ese. Obviamente, tienen derecho a hablar y siempre es respetable que cualquier persona se exprese, pero lo queríamos narrar desde una óptica distinta. Es diferente al caso de Carmel, porque acá hubo un fallo de la Justicia y quisimos seguir esa línea.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Netflix?
En ninguna de mis dos experiencias tuve alguna traba, creo que por lo único que discutimos alguna vez fue por algo de los títulos finales. En líneas generales, yo trabajo con su director artístico, que es una persona muy del cine, inteligente y sensible. Solemos estar de acuerdo y, cuando no pasa, me siento en confianza para proponer otra cosa. Hay una idea de “Cuco” sobre las multinacionales, pero en mi experiencia no pasó nada de eso. Sí existe una selección de cosas que quieren incluir y cosas que no, no todo lo que yo les llevo les parece que es para ellos. Por suerte tengo esta oportunidad de hacer estas cosas grandes con Netflix, que es un privilegio, pero lo tomo más como un sueño que como una realidad.

-¿Cómo fue el estreno en el BAFICI?
La primera función me resultó muy emotiva, mucho más que ninguna, la gente se quedó sentada, hubo unos aplausos tenues y yo sentí que no fue porque no les había gustado, sino porque el estado emocional que genera la historia es muy intenso. Lo que hay es solo horror y lo sentís en la sala. Pero, aún así, no te larga, no te suelta.