Por Sol Vega

El avance tecnológico transforma rápidamente nuestras vidas y la forma en que nos relacionamos con la información. Frente a estos cambios, surgen preguntas fundamentales: ¿cómo se redefine nuestra manera de acceder, interpretar y confiar en las noticias y los datos que circulan? ¿De qué modo protegemos nuestra privacidad? Y en este nuevo escenario, ¿qué rol le queda al periodismo?

Las respuestas llegan por WhatsApp. Son audios cortos, directos, reflexivos. Emilse Garzón –periodista, divulgadora y experta en innovación tecnológica y cultura digital– habla sin rodeos, con la seguridad de quien conoce el terreno. No idealiza la tecnología, pero tampoco se aferra a nostalgias del pasado. Se enfrenta a los cambios, los analiza y los explica con una claridad que interpela.

En uno de sus primeros audios, Garzón aborda un tema central: el periodismo en la era digital. No esquiva las complejidades. En los últimos años –especialmente desde la pandemia– la automatización y la expansión del mundo online transformaron profundamente el ecosistema informativo. “Las redes sociales funcionan a una velocidad muy alta y verificar datos lleva tiempo”, explica. Esa distancia entre la urgencia de publicar y la necesidad de chequear con rigor, señala, crea un terreno fértil para la desinformación: noticias sin contexto ni precisión que se multiplican antes de que alguien pueda confirmarlas. 

Pero hay algo más que complica el panorama. Hoy cualquiera puede ocupar el lugar del periodista. Personas sin formación, sin códigos éticos, que priorizan el impacto por encima de la verdad. “No todos los periodistas son éticos, es cierto –reconoce Garzón–. Pero la falta de rigor y profundidad es un problema real“. Y en esa afirmación hay una alerta: la necesidad urgente de repensar nuestras formas de contar, de cuidar la reputación informativa y de enfrentar la desinformación con responsabilidad, aunque el algoritmo pida lo contrario.

–En medio de esta revolución digital, hay un actor que no puede pasar desapercibido: la inteligencia artificial. ¿Cuál es su rol en el nuevo ecosistema informativo?
–Es un riesgo tremendo. La inteligencia artificial puede llevarnos a un punto en el que la información directamente no llegue a darse. Ya circulan videos creados con IA, tan bien hechos que resultan difíciles de verificar. Y sin inteligencia artificial, ya existen complicaciones para confirmar ciertos datos. Esto multiplica el riesgo y genera una desconfianza generalizada. Cuando esa conversación sucede en redes sociales, terreno propicio para la fabricación de dudas, se vuelve aún más difícil distinguir lo verdadero de lo falso. En este contexto, el periodismo debe ser lo más confiable posible y para eso es imprescindible ejercerlo con ética. 

–¿Puede la inteligencia artificial potenciar el trabajo periodístico?
–Sí, totalmente. Puede ser muy útil. Por ejemplo, para traducir entrevistas cuando trabajás con fuentes en otros idiomas, para resumir información rápidamente o para detectar si un material tiene contenido relevante sin necesidad de verlo completo. En ese sentido, enriquece el trabajo y nos permite optimizar tiempos. El problema aparece cuando los medios empiezan a basar todo su contenido en lo que dictan los algoritmos: lo que más clics genera, lo más llamativo, sin importar si es cierto o no. Eso empobrece la profesión, desplaza a periodistas formados y alimenta un modelo que prioriza el impacto por encima del rigor. Por suerte, todavía existen formas de hacer buen periodismo: combinar lo espectacular con lo verdadero, usar herramientas sin perder ética y llegar a más personas sin resignar calidad.

–En este panorama, ¿lo que más te inquieta es el avance tecnológico en sí mismo o el poder concentrado en quienes lo desarrollan y controlan?
Lo que más me preocupa son las personas detrás del desarrollo tecnológico. Aunque el poder estuviera distribuido, siempre puede haber alguien con acceso a herramientas letales. Las tecnologías las crean personas con fines específicos: industriales, militares o de vigilancia. Eso no es nuevo: históricamente, la industria pornográfica y el ámbito militar son los espacios donde más se aplicó la tecnología. Por eso, es fundamental saber quién está detrás, cómo se concentra ese poder y qué intereses lo impulsan. Vivimos en un mundo globalizado, y la tecnología, especialmente internet, acelera esa globalización. Necesitamos una mirada crítica y global sobre todo esto.

Llega el último mensaje de Emilse Garzón. Su tono es cercano, como una invitación a profundizar en un tema delicado: la protección de nuestra información personal en un mundo donde parece que nada queda oculto. “La verdad es que es difícil –dice–. Para usar casi cualquier plataforma hay que registrarse y dar datos, muchas veces innecesarios, como el DNI para sacar una entrada al cine. Casi nadie revisa los términos y condiciones, y al aceptarlos cedemos nuestros datos para que sean vendidos, usados para publicidad o incluso entregados a partidos políticos o Estados. Nuestra privacidad queda expuesta: conversaciones, datos personales y hábitos son analizados y comercializados, afectando hasta la democracia.” Además, la periodista señala que las filtraciones y los ciberataques son algo constante y que, muchas veces, nadie asume la responsabilidad. Por eso, advierte que hay datos personales que simplemente no deberíamos entregar, ya que suelen ser usados más para control o fines comerciales que para proteger a los usuarios.

La conversación termina, pero queda esa sensación inesperada que genera Emilse Garzón con su forma sencilla y exacta para explicar: no da respuestas fáciles, sino que invita a seguir pensando. Queda ese silencio, el teléfono apagado y, en el aire, preguntas dando vueltas: ¿cómo elegimos hoy en quién confiar y qué información personal vale la pena compartir?